Si uno pudiese mandar hacer al individuo
tan perfecto, como para yo gustarle;
y no llegar a pensar, qué incorrecta he sido;
y tener ilusión en el amarle.
Si tan sólo una prueba hubiese yo tenido,
de que en su corazón un lugar yo he ocupado
no desearía, el jamás haber existido
ni hubiese vivido tan ciega yo a su lado.
No hubiese llegado a pensar que yo le estorbo
ni hubiese llegado a despreciar su modo.
Hubiese quitado todo ese morbo
y todo en la vida, no hubiese sido un robo.
Ya no me importa ni el sufrir amando
ni el amar sufriendo;
pues todo de por sí lo he olvidado.
Y con el olvido pago lo que él me ha ignorado.
Del libro:
En el Alarido de lo Inmarcesible.