EL PESIMISMO ES UN ESPÍRITU CON ALAS DE MURCIÉLAGO Y GARRAS DE CHACAL
Si defendemos el Optimismo como una actitud fundamental y permanente ante los sucesos de la vida, se nos tacha de poco realistas. Y si asumimos una actitud realista, podría quedar poco espacio para el Optimismo. Una persona optimista, tiende a ver en las cosas el aspecto más favorable. A través de la historia de las ideas, el Optimismo regularmente no ha sido bien visto. Los ataques han sido crueles y desproporcionados y si no, leamos lo que escribió el poeta estadounidense AMBROSE BIERCE: “El Optimismo es la doctrina o la creencia de que todo es hermoso, incluso lo feo; de que todo es bueno, especialmente lo malo y de que es justo todo lo injusto”.
Pero hay pensadores, que han defendido a las personas optimistas. El filósofo WALDO TRINE escribió: “El optimista, por su superior sabiduría y previsión, hace su propia gloria y en el grado en que la hace, ayuda a los demás a hacer la suya”. Y para el político y escritor francés GUIZOT, “Los pesimistas no son sino espectadores, mientras que los optimistas son quienes trasforman el mundo”.
Ser realistas, significaría que a toda costa defendiéramos la realidad y en este supuesto, defender la verdad. Pero la objeción ante una actitud realista sería muy fuerte: ¿Quién nos dice y cómo podremos comprobar que nuestro supuesto realismo es lo verdadero? Es una realidad, que millones de personas en el planeta, padecen hambre, que las enfermedades y accidentes matan cada día a muchos cientos de miles de personas, que a largo plazo todos estaremos muertos, que existe el odio, el racismo, etcétera.
¿Pero estas realidades, necesariamente impiden que podamos vivir en la virtud de la esperanza? ¿Los males del mundo, realmente nos incapacitan para alimentar nuestras ilusiones y proyectos? ¿La maldad y el odio de un porcentaje menor de la población mundial son un obstáculo para que podamos asumir actitudes y conductas de amor, compasión y solidaridad? Por supuesto, que a todas estas preguntas las contestamos con un rotundo ¡no!
Los peligros y los riesgos en la vida existen. Pero también existen los bienes, la bondad, la amistad, la buena suerte y un buen número de probabilidades de que podemos gozar de bienestar y de felicidad y de que nuestros esfuerzos perseverantes, casi siempre tendrán muy buenos resultados. Nuestro esforzado brazo levantará abundantes cosechas.
Si estamos pendientes de lo malo que nos puede suceder, reducimos considerablemente nuestra libertad, nuestras conductas valientes, nuestros nobles esfuerzos. Pero si estamos dispuestos a ver la vida con todas sus bellezas y oportunidades que nos ofrece, nuestra capacidad de lucha se incrementa, nuestra alegría reverdece y tendremos márgenes mucho más amplios para controlar aspectos muy importantes de nuestra existencia. Aceptaremos con gusto las cuatro estaciones, pero las viviremos como si todas fueran la refrescante primavera.
Querer ver únicamente la realidad en toda su crudeza, es la peor decisión: tenderemos a deprimirnos, a sentir cobardía ante lo incierto y a apartarnos por completo de nuestro compromiso ante la vida y de nuestra capacidad para vivir a plenitud cada momento de nuestra existencia.
El realista a secas, es un pesimista empedernido. Se da por derrotado antes que la batalla empiece. Todo pesimista ha aprendido maravillosamente a sentirse mal de manera permanente; se siente un indefenso y un desamparado. Para el poeta nicaragüense, RUBÉN DARÍO, “El pesimismo es un espíritu con alas de murciélago y garras de chacal”. HENRY FORD exclamó: “No hay éxito pesimista, la desconfianza es la oración fúnebre y tumba del éxito”.
CRITILO está absolutamente convencido que toda persona optimista es mucho más saludable de cuerpo y espíritu. Está convencido, que el pesimismo constituye una renuncia a la vida, mientras que el Optimismo le dice un sí incondicional a la existencia. En el núcleo del alma de todo pesimista hay un miedo a vivir; en cambio, en el espíritu de todo optimista reina un gozo y un agradecimiento de permanecer con vida.