Cuando nos fijemos objetivos valiosos desaparecerán las tinieblas de nuestra alma
Hay momentos en la vida, en que el sufrimiento nos abruma, en los que el dolor ya no lo podemos soportar. Momentos, en que los recuerdos nos llenan de tristeza, y en los que pensamos que la vida no vale la pena vivirla. Nuestra situación nos parece tan apretada y sufriente, que los tensores de nuestra alma sentimos que se aflojan y que nuestro espíritu se paraliza. Así como la luna siempre tiene una de sus caras oculta a nuestra vista, de la misma manera, una cara de nuestra alma se llena de tinieblas y nuestra vida parece derrumbarse para siempre. Nos encontramos, como DANTE lo describe en su Divina Comedia: “¡Oh, los que entráis! Dejad toda esperanza”.
En estos casos, estamos tan desesperados, que nuestra alma enmudece y guarda silencio. Nuestro espíritu aún está vivo, pero abrigamos un sentimiento tal y como lo describió el literato inglés ÓSCAR WILDE: “Algo había muerto en cada uno de nosotros, y éste algo era la esperanza”. Nos encontramos en una situación de desamparo, pero no debe extrañarnos; ya TOMÁS DE KEMPIS en su Imitación de Cristo nos lo había advertido: “De todos has de ser desamparado alguna vez, quieras o no”.
Cuando nuestro corazón llora por todos sus poros, al igual que el cielo parece llorar con el rocío, es porque hemos entrado a la noche oscura del alma. En este trance, cuando las pulsaciones de todo nuestro ser están en su máxima tensión, nuestra vida camina por senderos peligrosos. La brújula de nuestro entendimiento está imantada y ya no puede señalar el norte; hemos perdido el rumbo y creemos que nuestras vidas carecen de sentido.
Es aquí, cuando más nos resulta indispensable creer, con una certidumbre total, que el núcleo de nuestra alma guarda tesoros incalculables capaces de volvernos a una nueva vida. Está comprobado, que fuerzas ciegas de nuestra biología y de nuestra alma han quedado encadenadas y sujetas con los grilletes de nuestras situaciones limitadas y dolorosas, pero que tenemos la capacidad para romper las cadenas y encontrar un sentido a nuestras vidas, por más duras que sean nuestras circunstancias.
Si mantenemos un estado de conciencia en el que reine la certeza de que nuestras vidas sí tienen un sentido, ya no nos enfocaremos en todo el lastre del pasado y los fantasmas de terror al futuro. Nuestra alma habrá encontrado su centro y podremos ver de cerca y en el horizonte, toda una serie de valores y un amplísimo espacio para nuestra libertad individual. Nos daremos cuenta, que podemos incrementar nuestra conciencia de responsabilidad y de que nuestras vidas nos ofrecen múltiples opciones capaces de darle a nuestra existencia un pleno sentido y el sentimiento auténtico de que la vida vale siempre la pena vivirla.
No tenemos por qué aceptar la frustración existencial como un destino irremediable: y no tenemos por qué aceptarlo, porque es absolutamente falso que haya motivos para seguir frustrados. Desde el momento en que a partir de nuestra libertad nos fijemos objetivos que nos parecen valiosos, desaparecerán las tinieblas de nuestra alma y no habrá para nosotros ninguna cara oculta de la luna.
La distancia cercana y la lejanía del horizonte nos esperan para desplegar nuestros nuevos objetivos: un trabajo, la ayuda al prójimo, la entrega a una vocación genuina, la contemplación de la naturaleza, la atención a nuestros seres queridos, etcétera. Todos estos objetivos le dan un pleno sentido a nuestras vidas. Nuestra alma es muy rica y nuestro espíritu rebosa de fortaleza; ahora todo consiste en tener una clara conciencia de nuestros objetivos y valores más queridos. Y así como la lluvia llena de verde los campos, así nuestros nuevos objetivos llenarán de gozo nuestras vidas. Viviendo así, a todos nos pueden esperar grandes logros.
Critilo nos deja esta sabia reflexión del Barón de FEUCHTERSLEBEN, de su obra Poesías: “La vida es una guirnalda de flores en la que penetran las espinas. Sólo triunfa el que ha luchado y el que ha llorado”.
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