El adulto debe guardar ante el niño por pequeño que sea, el mismo respeto que ante su dios
Es cierto, que el haber tenido una infancia feliz, contribuye en alto grado a que maduremos emocionalmente en nuestra juventud y estemos preparados para la edad adulta. Quienes tuvieron la buena suerte de haber sido tratados con cariño y respeto por sus padres, en gran parte garantizaron una juventud y una adultez normal y feliz.
El gran médico español GREGORIO MARAÑÓN lo advirtió correctamente al escribir: “El adulto debe guardar ante el niño, por pequeño que sea, el mismo respeto que ante su DIOS”. Y esta idea la acuñó poéticamente el Romano JUVENAL hace casi dos mil años: “Se debe el más grande respeto a la infancia”.
Hay padres, que equivocadamente piensan que la ternura a sus hijos sólo es propia de las madres, por lo que privan a sus hijos en la infancia de uno de los tesoros más valiosos que puedan dar a sus hijos: el cariño y la ternura, preparándolos para su futura y sólida madurez emocional.
Estos padres duros y severos, no saben, como sí lo supo el sabio GREGORIO MARAÑÓN, que “La ternura hacia el niño es un rasgo típico de los hombres muy viriles”. De hecho, un padre que trata mal a sus hijos pequeños, está demostrando características muy poco masculinas y pobremente humanas.
Para los niños que tuvieron la mala suerte de haber sido tratados por sus padres con frialdad y dureza, no todo está perdido. Un joven o un adulto que lleve en su memoria el mal trato de uno o de ambos padres y que en su corazón guarde el comprensible y legítimo resentimiento hacia ellos, mucho puede hacer a su favor. Su primer tarea, consiste en darse cuenta, que de manera inconsciente y aún consciente, trata de aferrarse a su infancia desgraciada. Deben darse cuenta, que constantemente están recordando su pasado desdichado y que malgastan su vida esforzándose inútilmente en creer que pueden recuperar la felicidad que no tuvieron en la infancia. No se dan cuenta que sólo podemos recuperar lo que una vez tuvimos, pero lo que no tuvimos jamás podemos recuperarlo.
Si un adulto se da claramente cuenta de lo anterior, comprenderá que lo inteligente y útil es apresar las alegrías y ventajas que le ofrece su presente. De hecho, sólo podemos enmendar nuestro pasado aprovechando al máximo lo que el presente nos ofrece. Ingenuamente pensamos que podemos volver atrás y recuperar algo de la felicidad no tenida. Pero esa tarea es imposible y además, enormemente frustrante y agotadora.
Una de las maneras más eficaces de reparar el daño sufrido por la infancia desdichada, consiste en lanzarse hacia delante, arriesgándose a emprender actividades y tareas desafiantes y en experimentar fuertes emociones altamente constructivas, como el compromiso de amor con una persona, el apego entusiasta a un trabajo, el logro en la obtención de nuevos conocimientos muy deseados, etcétera, por lo general, las personas que sufrieron en la infancia, no quieren arriesgarse, aunque ya sean adultos.
No se arriesgan, porque para emprender acciones nuevas hay que renunciar a acciones sufrientes, pero conocidas. El adulto maltratado en su infancia prefiere seguir sufriendo, porque al menos, ese mundo le es perfectamente conocido.
Equivocadamente creen estos adultos, que no hay nada mejor en su futuro si adoptan conductas diferentes. El novelista norteamericano FAULKNER escribió sabiamente: “Entre la pena y la nada, me quedo con la pena”. Así les pasa a los adultos que experimentaron una infancia desdichada: entre su actual vida sufrida o nuevas conductas arriesgadas, se quedan con su vida de sufrimiento, pues al menos esa vida les es conocida.
Esta decisión constituye su más grande equivocación pues no saben, que conductas nuevas arriesgadas, les abrirían un mundo de nuevas oportunidades y estados de felicidad insospechados.
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