La blanda respuesta quita la ira
MIGUEL ÁNGEL, genial escultor, solía trabajar simultáneamente en varias esculturas; lo mismo hacía el escultor francés RODÍN y eso lo hemos observado en sus obras inconclusas. Cuando estos escultores retiraban de su vista a sus obras de arte antes de finalizarlas y lo hacían a menudo, al contemplarlas de nuevo, les parecían diferentes, pues las miradas espaciadas en el tiempo les permitían observar detalles significativos que no sería posible percatarse de ellos ante la visión continua de sus obras.
Por desgracia, esto no podemos hacerlo con nosotros mismos, pues aunque cambiemos de lugares y los tiempos sean otros, no podemos dividirnos en un contemplador y un contemplado, siendo la misma persona. Esta imposibilidad hace que seamos peores jueces con nosotros mismos que con los demás. Al otro, lo tenemos a la distancia y en lugares y tiempos diferentes; y a nosotros, en cambio, nos llevamos siempre con nosotros mismos a donde quiera que vallamos.
Por ello, cuando a un amigo lo dejamos de ver por un buen tiempo, podemos darnos cuenta si ha extinguido alguno de sus perniciosos vicios; y el a la vez, sabrá si en nuestro carácter hemos mejorado o empeorado. Creo, que esto es por lo que GOETHE tenía la costumbre de preguntarle a sus amigos, cómo lo percibían; y de acuerdo a esta percepción, nos dice GOETHE, él seguía fielmente la evaluación que de él hacían sus amigos. Solía decir: “De mis amigos me dejo condicionar hasta el infinito”, tratando de explicarnos, que mucho caso hacía de sus juicios críticos.
HOMERO, en el Canto XXII de su Iliada, hace que los hijos de los Aqueos se digan uno a otro al mirar el cuerpo sin vida de HÉCTOR: “¡Qué sorpresa! Ahora sí que es Héctor mucho más blando de tocar que cuando prendió las naves con el voraz fuego”. Al enorme guerrero HÉCTOR que sólo veían a la distancia, ahora lo podían tocar con sus propias manos. Todo esto viene en relación al grave problema que la Ira constituye para muchos de nosotros. Es la Ira una pasión del alma que impulsa a cometer actos de violencia contra las personas, animales o cosas. Toda Ira está preñada de un deseo de venganza.
Comprobamos que algunas personas o nosotros hemos vencido esta pasión que tiende a la crueldad, cuando el carácter de esa persona o nuestro carácter, se ha vuelto blando, como blando comprobaron que era el cuerpo del guerrero HÉCTOR de la Iliada. Pero no pensemos que la Ira se extingue por una debilidad del carácter, o porque a la persona se le han echado encima los años.
La Ira así no se extingue, sino que mengua y se extirpa gracias a los adecuados consejos que al corazón tocan y al alma traspasan. La Ira se ha marchado de nosotros, cuando hemos comprendido y aceptado que la dureza, la intolerancia y la violencia, son malsanas pasiones. A la Ira no la curan las debilidades del cuerpo ni los años, sino la fortaleza de las virtudes.
Contra la Ira no pueden los castigos, el miedo, ni las amenazas, pues aunque no se exprese, se acrecienta por dentro como un volcán en constante ebullición. El iracundo podrá no manifestar su rabia, pero aumentará en condensación y fuerza; se convertirá en una Ira paciente, astuta y agazapada, pero en el instante preciso saltará sobre su víctima con toda su pasión desbordada; o bien, será tan arrolladora la Ira, que explotará de pronto sin la menor conciencia del iracundo. Grandes crímenes, guerras entre países y familias destrozadas se han desatado dada esta pasión desenfrenada. La Ira es como un río caudaloso o como un viento huracanado; río y viento que podemos desactivar al principio, pero que una vez empezado no podemos detenerlos, pues como el sol, se alimenta de sí misma.
La curación de la Ira requiere una terapéutica del alma. Terapéutica que tendrá que basarse en la poderosa persuasión de que toda Ira es un grave vicio; y en la persuasión inteligente, de que siempre, la blandura de corazón, la comprensión, la tolerancia y el buen juicio, son virtudes poderosísimas, que queriendo ser practicadas, terminan extinguiendo a la Ira, que como loba rabiosa nos conducirá siempre al precipicio.
CRITILO nos recuerda el atinado consejo de la Biblia: “La blanda respuesta quita la ira”. ¡Que no nos suceda lo que bien sabía el poeta romano HORACIO cuando escribió: “El que no modera su ira, querrá más tarde no haber hecho lo que el dolor y el ánimo le hicieron hacer”.
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