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Palabras de Poder

Jacinto Faya Viesca

A los tímidos y vacilantes todo les parece imposible porque así se lo imaginan

Una de las manifestaciones más penosas del miedo la observamos en las personas que padecen de Timidez. Este trastorno consiste en un encogimiento y cortedad del ánimo. Si el ánimo se manifiesta en actitudes y actos de valor y de esfuerzo, la persona tímida al encogérsele y acortársele el ánimo, sus sentimientos y acciones serán lo contrario del valor y atrevimiento. Habrá en el tímido un recogimiento en sí mismo y una huida ante la lucha y el esfuerzo.

Con las personas tímidas tenemos que cuidar y pesar las palabras en la báscula del orfebre en la que pesa el oro y no en la del tendero, donde gramos de menos es lo de menos. Pesaremos las palabras en miligramos, pues una palabra con cierta pesadez las pueden ofender de inmediato. Decimos del tímido que es quisquilloso y que no se puede hablar con él, pues todo lo personaliza y fácilmente se siente agraviado. La Timidez lo obliga a meterse en su concha y cuando platica tiende a disculparse de todo. Se fija en nimiedades, pero de pronto, es capaz de explotar y de acusarnos que no lo comprendemos. Por ello, es tan difícil poder establecer relaciones personales fuertes y duraderas con este tipo de personas.

La Biblia, en el Eclesiástico, sentenció: “Hay quien se destruye a sí mismo por timidez y hay quien se destruye por falsos respetos”.

El tímido en su interior es enormemente exigente con los demás: anhela que le guarden el máximo respeto, pues es proclive a sentirse fácilmente ofendido. Y el Eclesiástico tiene razón: el tímido se destruye por su irracional exigencia de falsos respetos. Y son falsos, porque esa exageración respetuosa solamente la exige el tímido y el soberbio. La persona normal, no se da fácilmente por ofendida y menospreciada.

Mucha razón tuvo CHESTERTON cuando desnudó el alma del tímido: “La timidez es siempre el sentimiento de un alma dividida; el hombre es tímido porque, en cierto modo, cree que su situación es, a un mismo tiempo, despreciable e importante. Si no tuviera humildad, no se preocuparía y si no tuviera orgullo, tampoco le importaría nada”.

El tímido acusa a los demás, de que no lo comprenden, pero él hace poco caso por que lo comprendan. Y como llega a creer que jamás será comprendido, termina resignándose, sólo que su resignación está llena de amargura, por lo que al final, llega a convertirse en un resentido. Y además, anhela vengarse, aunque no sabe de qué ni contra quién.

MONTESQUIEU entendió a la perfección el carácter del tímido y por ello descubrió uno de los rasgos de estos temperamentos: “Todas las gentes tímidas amenazan fácilmente. Es que sienten que las amenazas harían sobre ellos un gran efecto”. Es lo mismo que sucede con el refrán popular: “Los leones creen que todos son de su condición”.

El tímido al tener encogido su ánimo no se atreve y no lo hace porque su pesimismo no le permite creer en su éxito. El gran escritor de novelas de héroes y de aventuras, WALTER SCOTT, escribió: “A los tímidos y vacilantes todo les parece imposible porque así se lo imaginan”. Por lo general, los tímidos tienen una gran sensibilidad, pero ésta no está puesta para detectar el mundo exterior, sino que su sensibilidad la agotan en su mundo interior: un mundo más imaginario que real, un mundo lleno de suspicacias y alejado de la realidad. Por ello, a toda persona tímida le cuesta tanto trabajo enfrentarse a los problemas de la vida y a soportar la verdad.

Lo que más anhelan los tímidos es, paradójicamente, lo que más evitan: el contacto íntimo con muchas personas. Están anhelantes de cariño y de intimidad, pero no saben cómo y mejor vuelven a esconderse en cu concha y en su aislamiento síquico.

Las personas tímidas, nos dice CRITILO, pueden curarse y mucho más rápido de lo que se imaginan. El camino más directo consiste en ingresar a uno o varios grupos dónde las relaciones interpersonales sean francamente obligadas. A medida que la persona tímida se vaya involucrando en la vida de otros, empezarán a abrir su corazón a los demás. Se cerciorarán que el mundo no es ni mucho menos, lo peligroso que ellos se imaginaban.

Ninguna medicina mejor para toda persona tímida que persuadirla de que el mundo y las personas son mucho mejores que lo que ellos han venido sintiendo y pensando desde su infancia. La medicina suprema para el tímido es alentarlo constantemente a relacionarse con otros y a intentar lo que teme, teniéndole mucha paciencia. Alentarlo a la acción y asegurarle que su timidez se pulverizará y él llegará a ser una persona dichosa. ¡El éxito para los tímidos está asegurado, si nosotros los alentamos con todo entusiasmo y corazón!

Agradeceré sus comentarios: palabrasdepoder@yahoo.com.mx

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