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Palabras de Poder

Jacinto Faya Viesca

Para el que teme todo se agita

Primera de tres partes

El Miedo es un sentimiento de angustia ante la proximidad de algún daño real o imaginario. Tratamos de ocultar nuestros miedos, pero no podemos. Bien lo señaló el historiador Romano TÁCITO: “Se disimula más fácilmente la alegría que el miedo”. Así como la ira nos baña la cara de sangre, el Miedo nos la retira y mostramos una palidez en el rostro. Lo grave de todo esto, es que el Miedo constituye uno de los peores obstáculos para que podamos gozar de una sana convivencia humana.

El poeta Romano LUCRECIO, lo advirtió magistralmente: “Fue el miedo lo primero que Dios hizo en el mundo”. Es fundamental que sepamos que todas las personas, sin excepción alguna, nacimos con una gran predisposición al Miedo. Este sentimiento está impreso en nuestro código genético y si no lo hubiera estado, la especie humana se hubiera extinguido hace cientos de miles de años. Nuestros abuelos de hace millones de años (entre tres y cinco millones, antes de que existiéramos como “homo sapiens”), para sobrevivir tuvieron que luchar contra terribles fieras, escasez de alimentos, inclemencias del tiempo, etc. El Miedo ha constituido una valiosa salvaguarda contra las amenazas para la sobrevivencia de nuestros antepasados, los primates y las posteriores evoluciones del ser humano hasta nuestros días.

Sin el Miedo, no existiríamos. Sólo que ahora ocurre que ya no nos enfrentamos a los mismos peligros de nuestros antepasados. Las amenazas son otras muy diferentes, pero aún así, el Miedo está impreso en las partes mas animales de nuestros cerebros, como lo es la “amígdala”. Y sucede, que hoy en día y así ha sucedido desde hace varios milenios, nacemos con un Miedo congénito. De las 193 especies de primates, el hombre, ese “mono desnudo” como le llamó el zoólogo DESMONT MORRIS, llega la vida con enormes desventajas. Miles de especies animales desde que nacen se pueden valer por sí mismas, algunas, al segundo de haber nacido. En cambio, nosotros no podemos, pues sin la ayuda de nuestros padres o de otras personas, moriríamos en unos pocos días.

Nuestro medio más cerval, es el Miedo “al desamparo”. El recién nacido no lo verbaliza ni lo piensa, pero lo siente profundamente. Llora no sólo como una expresión de la necesidad de ser alimentado, sino también por la inmensa necesidad que siente de ser acariciado y de no sentirse solo. Desde tiempos ancestrales, ante el lloro del niño, se le toca, se le abraza, se le habla, y con susurros y caricias delicadas se le calma; todo esto, extingue por momentos el Miedo en el niño y el recién nacido y aun un niño de meces o de años se tranquiliza, duerme o sonríe: su Miedo se ha ido, para volver después nuevamente.

Ya de niños, adolescentes, jóvenes o adultos, si el Miedo al desamparo continúa, nos roba la libertad. Nos convertimos en nuestros propios carceleros. Seremos presidiarios de nuestros miedos, y nuestras vidas transcurrirán entre senderos pedrajosos, caminos llenos de espinas y selvas oscuras de confusiones permanentes.

Si el niño se desarrolló en un ambiente en el que sus necesidades fueron comprendidas por sus padres, aún y cuando no pudieron o supieron expresarlas, desarrollará este niño una confianza primigenia, una confianza que desplazará el Miedo al desamparo a un segundo plano. Sus posteriores miedos (que siempre los abrigará ante determinadas circunstancias) serán miedos normales, que siempre le permitirán gozar de una sana convivencia con los demás.

Esta confianza “primigenia”, le permitirá afrontar las situaciones más adversas y aún dentro del dolor será una persona feliz y con una gran capacidad de gozo ante su existencia. Pero si el niño no logra esta confianza primigenia, cualquier suceso estará preñado (en su imaginación) de futuros terribles males. Vivirá como bien lo pensó el poeta latino OVIDIO: “El que ha naufragado tiembla incluso ante las olas tranquilas”. Si este niño vivió en un ambiente familiar de mero oropel y disfraz donde no existía el amor entre sus padres; o bien, si este niño ya hecho un adulto no ha logrado erradicar sus anormales miedos a través de una plena comprensión de lo que sucedió en su infancia, jamás podrá vivir como lo pensó un moralista Griego de la escuela de los estoicos, quien escribió: “No hay que tener Miedo a la pobreza, al destierro, a la cárcel ni a la muerte. De lo que hay que tener miedo es del propio Miedo” (continuará).

Agradeceré sus comentarios: palabrasdepoder@yahoo.com.mx

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