Para el que teme todo se agita
Segunda de tres partes
Cuando observamos a niños que disfrutan mucho sus juegos, que le sonríen a propios y extraños, que manifiestan una natural curiosidad por el mundo que les rodea, con toda certeza, se trata de niños que han respirado el amor de sus padres y que sienten una confianza primigenia, natural, adquirida gracias a la estabilidad de sus hogares. Los niños de hogares normales, a medida que van creciendo, se contactan fácilmente con las personas. En cambio, los niños de hogares desdichados experimentan una serie de miedos que les impide establecer relaciones armoniosas con todo tipo de personas.
El Miedo que experimentan los niños que han pasado por una infancia desdichada, es un temor que lo manifiestan como un “aislamiento síquico”. Se sienten solos en medio de sus padres, hermanos y extraños. Estos niños cuando van creciendo, su aislamiento se va también incrementando, haciéndoseles muy difícil el trato con las personas; se sienten inseguros, ansiosos, y desconfiados. La solución a estos problemas solamente la van a encontrar cuando empiecen a tener variadas e intensas relaciones con otras personas. Tendrán que enseñarse a discutir con los demás, a manifestar sus ideas y principalmente, sus sentimientos.
Poco a poco se irán dando cuenta de un descubrimiento sorprendente para ellos: que los demás no son lo peligroso que estos niños creían. Se empezarán a dar cuenta, que son aceptados por su prójimo y que sus relaciones personales les van quitando las capas del miedo, hasta, prácticamente, desaparecerlo. Al niño que tiene miedo y no lo va venciendo poco a poco, le sucede lo que dijo el dramaturgo ateniense SÓFOCLES: “Para el que teme todo se agita”. Pero cuando el niño, joven o adulto que padeció de un miedo en su infancia e incrementa sus relaciones con los demás, empezará su miedo a dejar de agitarse. Su prójimo será su curación; los otros le abrirán las puertas de un nuevo mundo sustentado en una progresiva confianza en sí mismo y en los demás.
Todos les tememos a las enfermedades físicas contagiosas: bacterias, virus, hongos, etc., pero no nos percatamos que también sufrimos un contacto emocional maligno, que puede trastornar y enfermar nuestro siquismo. Cuando entre el niño y sus padres se da en una deficiente educación, sufre un contagio sentimental que contagia sus emociones con los virus de la frialdad y de una mala relación con sus padres.
La educación sentimental adecuada en la infancia es indispensable, pues el niño percibe con una asombrosa exactitud, la realidad sentimental que reina en su hogar. Sus padres podrán hacerse mutuamente el propósito de disfrazar su frialdad ante ellos y podrán montar un escenario de amor; pero el niño descubrirá que lo que existe es eso, precisamente, un simple escenario en el que todo es falso y en el que los montajes son sólo eso, simples montajes de amor, sin vida propia. Cuando el niño empieza a desenmascarar los escenarios de falsedad, se empieza a apoderar de él un miedo más grave y nuclear: el miedo a la existencia y una vez que este miedo se instala en su siquismo, empieza a engendrarse una serie de miedos nacidos del temor nuclear: miedo a las enfermedades, al dolor, a la soledad, a la pobreza, al fracaso, etc.,
El joven y el adulto que ya están invadidos de todo tipo de miedos, no se dan cuenta de cuáles son las causas de esta serie de sinfín de miedos y en vez de enfrentarlos desde su origen, nos dice CRITILO, empiezan a luchar contra sombras y fantasmas, dando “palos de ciego”, sin poder atacar la causa verdadera. (Continuará).
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