Todo cambia, nada permanece, a excepción del propio cambio
“Todas las cosas cambian y nosotros con ellas”, escribió MATTIAS BOURBON. Y SHAKESPEARE, el genio de genios, escribió en su drama Antonio y Cleopatra: “El juicio de los hombres se modifica con su suerte y su alma experimenta las mismas alteraciones que su situación exterior”.
Por lo general, los seres humanos le tenemos un terror inconfesable al cambio y llega a tal grado este espanto, que muchos le tienen pavor al éxito, sin darse cuenta que este miedo es, precisamente, porque implica un cambio de vida. Ya en la Grecia Clásica, el filósofo PARMÉNIDES lo había expresado: “Todo cambia, nada permanece, a excepción del propio cambio”. Al contrario de lo que se piensa comúnmente, los seres humanos preferimos nuestra vida de siempre, lo constante, lo que permanece. Por esta razón, las personas no experimentamos grandes cambios en nuestra personalidad y en nuestras emociones, pues a pesar de que las cosas cambian, nosotros, ilusamente, creemos que de alguna manera siguen igual. Y cuando nuestras emociones y personalidad cambian significativamente, es porque nos han sucedido importantes cambios en nuestra existencia debido a factores externos nuestros: la muerte de seres muy queridos, enfermedades graves, éxitos económicos o de trabajos repentinos, problemas económicos, rompimientos sentimentales, etcétera.
Normalmente, no nos gustan las grandes sorpresas: ni las malas ni las buenas. En el fondo de nuestra alma quisiéramos que todo siguiera de una manera muy parecida. Desafortunadamente, lo único permanente es el cambio, lo único cierto es la incertidumbre y lo único seguro es que no contamos con seguridad alguna. Si nosotros aceptáramos estas afirmaciones, que son las enseñanzas de nuestras propias vidas, eliminaríamos la más grande parte de nuestros sufrimientos emocionales. Dejaríamos de preocuparnos y de sufrir a causa de nuestra imaginación que nos presenta las adversidades que en la realidad no existen y en cambio, sufriríamos solamente por los golpes y problemas que la realidad en verdad nos presentara. Sobre esta idea, se aplica muy bien una reflexión que SÉNECA escribió en su obra Cuestiones Naturales, en los siguientes términos:
“Nadie se confíe cuando las cosas le sean favorables, ni se desanime cuando le sean adversas: La Fortuna es alternante. ¿Por qué te alegras como si estuvieras definitivamente seguro? Eso que te va elevando a lo más alto no sabes dónde te dejará: tendrá su fin, que no será el tuyo. O ¿por qué te abates? Si caíste a lo más bajo, aún puedes subir: las cosas contrarias cambian a menudo a mejor y las favorables a peor. Hay que percatarse de la variabilidad, no sólo en la suerte o fortuna de las familias, que un leve imprevisto destruye, sino también en la de los reinos”.
Cuando pasamos por épocas difíciles, pensamos que así va a seguir siendo siempre, pero esto es falso, como lo hemos comprobado nosotros mismos a lo largo de nuestras vidas. Y de igual manera, cuado las cosas nos parecen muy favorables, en cualquier momento pueden cambiar para mal. Pero si hacemos un análisis general, nos daremos cuenta, que a lo largo de nuestra vida, se da un equilibrado balance entre males y bienes. Y así como las cosas malas que nos suceden no vienen solas, pues a una adversidad le siguen otras, de la misma manera nos pasa con los sucesos buenos: tampoco les gusta llegar solos, sino acompañados de otros sucesos favorables.
Los bienes y los males nos llegan entreverados. Y la caprichosa buena Fortuna se cansa de llevar sobre sus hombros por mucho tiempo a las mismas personas y por ello de pronto las lanza del oro al lodo. Pero también la mala Fortuna no es rencorosa y después de castigar a las personas, las encumbra hacia el firmamento.
CRITILO nos dice, que una buena parte de la felicidad en esta vida consiste en entender la naturaleza de la Fortuna: esta rueda es caprichosa, ligera como el humo, violenta como los vientos huracanados, dura como el diamante, dulce como la miel. Si así es la Fortuna y jamás la podremos cambiar, seamos, pues, nosotros, los que debemos adaptarnos a sus frívolos cambios. Y el mejor modo para esta adaptación es darnos cuenta, que si hoy estamos mal, mañana estaremos bien. Nuestra mejor escuela contra las lanzas de la mala Fortuna será siempre, nuestra valiente presencia de espíritu.
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