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Palabras de Poder

Jacinto Faya Viesca

La razón nos advierte de lo que debemos evitar; solamente el corazón nos dice lo que debemos hacer

¡Ya precisamos nuestros objetivos!: conquistar el amor de una persona, concluir nuestros estudios, mejorar nuestra salud, lograr el éxito en un determinado oficio, etcétera.

Todo pareciera estar muy bien, pues hemos concretado nuestras metas, sólo, que por lo general, le falta a nuestros objetivos el factor más importante de todos: un sentimiento profundo que salga de nuestra alma. El objetivo es una gélida idea; es como si se tratara de un cuerpo sin vida.

¿Desengañémonos?: no conseguiremos nuestros objetivos si éstos no están pintados del rojo de nuestro corazón. Nuestra acción sólo puede fructificar si transita por las arterias de nuestros sentimientos. ¡Solamente los afectos genuinos y auténticos pueden imprimirle vida a nuestros objetivos y jamás podrá hacerlo el simple objetivo frío que no logra conmovernos profundamente!

Nuestros objetivos, si en realidad queremos alcanzarlos, será necesario darles un soplo de vida y éste solo nace de un alma encendida que le imprime a nuestras acciones la fuerza surgida de la sangre caliente de nuestros sentimientos. Ya podremos precisar nuestros objetivos, pensarlos con toda la fuerza de nuestra inteligencia y esforzarnos al máximo de nuestras capacidades, pero al poco tiempo, abandonaremos lo que con tanta ilusión habíamos empezado.

La perseverancia y la acción eficaz sólo responden cuando nuestro corazón les da vida. El hielo de nuestra inteligencia jamás podrá suplir a nuestro entusiasmo ni jamás podrá agraciarnos con el milagro de desplegar el poderoso encanto de nuestra alma.

El poder del encanto, el alma burbujeante de vida, y nuestros sentimientos encendidos, es el único camino que permite que nuestros nobles afanes puedan llegar a realizarse. Las grandes conquistas en las ciencias, literatura, arte, negocios, han sido el resultado de objetivos nacidos del corazón más que de la inteligencia; la sola cabeza, desprendida del corazón no persuade a los demás ni a nosotros mismos. Nunca haremos llegar nuestro corazón a los corazones, si no nos sale del corazón.

Si queremos lograr nuestros objetivos, la fuerza impulsora radica en nuestros sentimientos. La concepción de una idea surge de la cabeza, pero nuestra voluntad, empeño y perseverancia, nacen de nuestros afectos. Necesitamos querer nuestros objetivos no con nuestras neuronas, sino con las fibras de nuestros sentimientos. Afectos como el honor, la dignidad, la satisfacción de luchar, el sentido de nuestro propio valer, el aguante, la no renuncia, no son operaciones de nuestra inteligencia, sino la combinación de agudos sentimientos.

PERCY BYSSHE SHELLEY, en su obra Prometeo Encadenado, escribió: “Mi alma es una barca encantada que, como un cisne soñador, flota sobre las olas de plata de tu dulce canto”. Ya decíamos, que no conseguiríamos nuestros objetivos si no surgieran de nuestra alma con un encanto poderoso. El encanto se llena de poder cuando surge de nuestra alma y cuando llegamos a sentir profundamente lo que anhelamos.

“El corazón es el compañero más fuerte”, nos había dicho el poeta GABRIEL d´ANNUNZIO. El genial conceptista español, BALTAZAR GRACIÁN, escribió: “¿Qué importa que el entendimiento se adelante si el corazón se queda?”. Recordemos, nos dice CRITILO, que sólo es nuestro la fuerza, la voluntad y el empeño. El barco es el corazón y el entendimiento el timón. Las fuerzas, la voluntad y el empeño dependen de nuestros más apasionados sentimientos.

La mejor de las ideas, los más concretos objetivos, nada son, si no están regados por la sangre de nuestro corazón apasionado que embellece el objeto de su pasión. Ya lo había señalado magistralmente el pensador francés, JOUBERT: “La razón nos advierte de lo que debemos evitar; solamente el corazón nos dice lo que debemos hacer”.

Nuestros grandes pensamientos proceden de nuestros más ardientes sentimientos y en nuestro corazón está el principio y fin de todas las cosas. Abracemos con fuerza a nuestros más nobles sentimientos y con ellos alumbremos los caminos de nuestros grandes esfuerzos.

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