Nacional Claudia Sheinbaum Seguridad Narcotráfico Generación Z Pensión Bienestar

Palabras de Poder

Jacinto Faya Viesca

El recuerdo del dolor pasado, cuando estamos seguros, causa deleite

El profundo pensador y agudísimo sicólogo, LICHTENBERG vivió en el siglo XVIII. Este autor fue profundamente admirado por GOETHE, NIETZSCHE y otros. En uno de sus asombrosos pensamientos nos dice: “La disposición de nuestra naturaleza es tan sabia que todo el dolor pasado como el placer pasado nos resultan agradables; puesto que podemos anticipar un placer futuro más allá de lo que podemos anticipar un dolor futuro, es posible darse cuenta de que ni siquiera las sensaciones tristes y agradables han sido igualmente repartidas en el mundo: hay más cantidad del lado del placer” .

Es absolutamente cierto: nos causa agrado recordar todo placer que gozamos en el pasado. De hecho, hay un refrán universal que dice: “Recordar es vivir”. Pero lo que jamás podemos admitir es que también el recuerdo del dolor pasado nos resulta agradable. Esto podría parecernos enfermizo y monstruoso en el caso del recuerdo del fallecimiento de un ser querido y cercano y podría parecernos un sentimiento masoquista cuando recordamos con agrado el dolor que en el pasado nos causó una ruina económica, la pérdida de la salud, la pérdida de ciertos objetos o bienes: ¿Pero cuántas veces no hemos escuchado de poetas, del dulce recuerdo de nuestros pasados sufrimientos? Un escritor latino de la Roma antigua, escribió: “Incluso en el dolor hay un cierto placer”. Y el gran orador Romano CICERÓN, escribió: “El recuerdo del dolor pasado, cuando estamos seguros, causa deleite”. Y el poeta CAMPOAMOR exclamó: “No hay grito de dolor que en lo futuro no tenga al fin por eco una alegría”.

Esta sensación agradable, esa alegría y ese deleite que se experimenta ante un dolor pasado no es algo monstruoso ni tampoco se trata de un trastorno masoquista. Lo que sucede en el fondo, es que el dolor recordado no viene solo, sino que se hace acompañar de toda la carga emotiva que ese dolor conlleva: el cumplimiento del deber ante la persona querida que se fue, el recuerdo de todo el amor por el ser muy querido que perdemos, los recuerdos alegres que nos unieron en vida con esa persona, nuestras propias muestras de amor ante su pérdida, la nobleza de nuestro espíritu para seguir adelante en la vida a pesar de su pérdida, el ejemplo que damos a nuestros seres queridos por nuestra entereza. Esto se observa casi siempre en las viudas que perdieron al padre de sus hijos. No hay viudas que no saquen adelante a sus hijos a pesar de las duras cargas que le imponga la existencia. El dolor por el recuerdo de su esposo fallecido, causa a su vez, el deleite de que sola pudo con la responsabilidad de educar a sus hijos.

Ante la pérdida de nuestra salud o bienes, el recuerdo del dolor que esto nos causó, también produce en nuestro corazón el deleite de habernos sobrepuesto a esas graves pérdidas. Ese dolor viene acompañado de lo mucho que gozamos de lo perdido. Para LICHTEMBERG, este fenómeno sicológico nace de nuestra propia naturaleza humana. Se trata de una afortunada disposición con la que nacemos.

Y esta misma disposición nos dota de un venturoso atributo: nuestra pobre incapacidad para anticipar dolores futuros. Podemos preocuparnos por algo que tememos en lo futuro, pero estos temores por lo general se desvanecen ante nuestra enorme disposición natural para anticipar placeres futuros. Los seres humanos somos una prodigiosa máquina para anticipar placeres que probablemente nunca lleguen, aunque vengan otros muy diferentes. De hecho, la virtud de la Esperanza nace de esta disposición de nuestra naturaleza humana: soportar un duro presente gracias a que alimentamos una poderosa Esperanza. Dice un refrán popular: “La esperanza es lo último que muere”. Y el poeta Romano OVIDIO, escribió: “La esperanza hace que el náufrago agite sus brazos en medio de las aguas aunque no vea tierra por ningún lado”. Y tenemos el hermoso verso de SEVERO CATALINA: “La esperanza es un árbol en flor que se balancea dulcemente al soplo de las ilusiones”.

Por más que lo podamos dudar, nos dice CRITILO, es absolutamente cierto que tuvo la razón LICHTEMBERG cuando afirmó que nuestras sensaciones agradables las experimentamos en mayor cantidad que las sensaciones tristes. ¿Cómo podemos probar esta afirmación (salvo las naturales excepciones por supuesto) que nos parece tan desconcertante? Simplemente observemos a las personas tanto cuando están solas como cuando están en grupo, veremos a muchas más personas con el ánimo alegre o tranquilo y casi nunca vemos a individuos llorando o arrastrando su cuerpo con la carga de la tristeza. Aun en las cárceles y en los hospitales, no reina ningún ambiente de terror ni de angustia.

Debemos admitir en nuestra conciencia que la sabia naturaleza nos dotó de una enorme fortaleza ante las dificultades, ante el dolor presente y aún ante el dolor del recuerdo pasado. No nos sintamos culpables por este último atributo: no estaremos tristes ni estaremos llorando por siempre. La vida quiso ser pródiga con nosotros al no querer enviarnos solamente el dolor de un recuerdo triste, sino que quiso también, que dentro de ese dolor, aun inmenso, pudiéramos encontrar un consuelo con unas gotas de deleite.

Agradeceré sus comentarios: palabrasdepoder@yahoo.com.mx

Leer más de Nacional

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Nacional

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 289291

elsiglo.mx