SABIDURÍA DE LA ANTIGUA ARABIA
El poeta Islámico ALÍ, sentenció: “la generosidad es un árbol del Paraíso, cuyas ramas cuelgan sobre el mundo y quien atrapa una de esas ramas, es llevada por ella al paraíso; la envidia, en cambio, es un árbol del infierno, cuyas ramas cuelgan sobre el mundo y quien atrapa una de esas ramas, es llevada por ella al infierno”.
La belleza y la metáfora del árbol de este poeta árabe, son esplendorosas. Lo que es el cielo para el Cristianismo, es el Paraíso para el Islam. Este poeta ALÍ encuentra a la Generosidad de manera primaria no en el corazón del hombre, sino en el Paraíso; su origen está ahí y se extiende a todo el mundo. Quien atrapa una de las ramas de la Generosidad, la misma rama lo lleva al Paraíso. No es que lo lleve a ese cielo Cristiano nuestro hasta que la persona fallezca, sino que ALÍ, metafóricamente, convida al generoso a gozar de los dones del Paraíso en la misma tierra.
Y por el contrario: el envidioso cuando es atrapado por la Envidia, es llevado al infierno, pues la Envidia lo tiene como morada. La Generosidad consiste en la inclinación a anteponer el decoro a la utilidad y al interés personal. Todo hombre generoso goza de las virtudes de la largueza, de la liberalidad, del valor y de la grandeza de alma. Imposible que un cobarde, un codicioso, o un avaro puedan ser generosos. Y en cambio, la Envidia es un sentimiento de pesar por el bien ajeno. ¡Claro, que toda persona generosa disfruta ya de un Paraíso en la tierra! ¡Y, claro también, que el envidioso sufre en la tierra los infernales sentimientos por el bien ajeno.
CRITILO nos da las siguientes reflexiones de las ramas del Paraíso de la generosidad y de las ramas del infierno. GOETHE nos dice: “Solamente es feliz quien puede dar”. Y SÉNECA aconsejó: “Ninguna cosa poseo mejor que lo que doy bien”. Para JEAN LOUIS ALIBERT en su obra, Fisiología de las Pasiones, escribió: en la cadena de sentimientos morales la envidia va ligada al odio manifiestamente, pero es mayor su afinidad con la ambición”. Y por su parte, CERVANTES en su Quijote escribió: “¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes! Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo: pero el de la Envidia no trae sino disgustos, rencor y rabias”.
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Un proverbio popular Islámico dice: “La paciencia es amarga, pero trae consigo dulces frutos”. La Paciencia es una virtud que consiste en sufrir con entereza los infortunios y trabajos. Y para el Cristianismo es una virtud que se opone a la ira. Y desde el punto de vista emocional la paciencia se manifiesta en un estado de ánimo capaz de esperar, de estar sosegado. Es paciente, solamente el que puede esperar con sosiego y sin prisa.
Todo trabajo bien hecho, todo proyecto serio, requiere no solamente de Perseverancia, sino también de Paciencia. La impaciencia es hermana de la prisa, de la intranquilidad y del arrebatamiento.
Los grandes científicos, literatos, pintores, escultores, inventores, etc., han tenido la Paciencia como a su gran aliada. La Perseverancia consiste en la constancia en los propósitos y las empresas y en la actitud a sostener esfuerzos duraderos; por ello, la Paciencia le da vida y fuerzas a la Perseverancia, pues ésta no podría durar sin un estado de ánimo que sepa esperar y que esté sosegado.
CRITILO nos deja algunas reflexiones de esta virtud: el poeta romano OVIDIO aconsejó: “Espera, los pequeños retrasos producen grandes ventajas”. Y el poeta HORACIO nos dice: “la paciencia hace más llevadero aquello que no tiene enmienda”. Y para el pensador Romano PUBLILIO SIRO, “la paciencia es un tesoro oculto del alma”.
CRITILO nos dice, que mucho podemos aprender del pensamiento antiguo de Arabia, que durante milenios han demostrado ser personas con una admirable paciencia. La realidad, es que la prisa destroza las fibras más finas de nuestro espíritu.
La fiebre por la competencia, el culto a la velocidad, es propio de una civilización en decadencia como la nuestra. La sociedad Occidental en la que vivimos ha creado un nuevo dios: la prisa que todo lo estropea. La prisa es hermana del miedo y de la ambición y constituye una prueba de nuestra personalidad quebrantada.
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