No son las cosas las que atormentan a los hombres, sino la opinión que se tiene de ellas
El sabio Griego EPÍCTETO, nacido en el año 50 de nuestra era, es el más profundo pensador de la escuela Estoica. En una de las Máximas de su Manual, escribió: “No son las cosas las que atormentan a los hombres, sino la opinión que se tiene de ellas”. Por ejemplo la muerte (bien considerada) no es un mal; porque, si lo fuera, le habría parecido a SÓCRATES como a los demás hombres (recordemos que las autoridades de Atenas obligaron a SÓCRATES a beber el veneno de la cicuta). No, no; la opinión falsa que se tiene de la muerte la hace horrible. Por lo cual, cuando nos hallamos turbados o impedidos, debemos echar la culpa a nosotros mismos y a nuestras opiniones. Propio de los ignorantes es el culpar a otros de las propias miserias. Aquel que a sí mismo se culpa de su infortunio comienza a entrar en el camino de la sabiduría; pero el que ni se acusa a sí mismo ni a los demás, es perfectamente sabio”.
La primer parte de la Máxima de EPÍCTETO es brillante y ha servido a innumerables psicólogos para el empleo de técnicas de psicoterapia: “No son las cosas las que atormentan a los hombres, sino la opinión que se tiene de ellas”. Esta reflexión no debemos tomarla al pie de la letra, pues si bien es cierto, que en su conjunto es válida, la realidad, es que debemos hacer claras distinciones.
Hay sucesos, en donde la opinión nuestra no puede contradecir al peso y significado de la realidad. Por ejemplo, si a un padre se le muere un hijo al que realmente quiere o si alguna persona sufre la amputación de alguna pierna o si padece alguna grave enfermedad, nuestra opinión no podrá ser favorable y si lo fuera, estaríamos trastornados emocionalmente. Esa persona no podría decir: no importa la muerte de mi hijo: o así con mi pierna amputada o con mi grave enfermedad estoy mejor. Pensar así sería una verdadera locura.
A EPÍCTETO hay que entenderlo en el contexto de su filosofía moral en lo general. Y en ese sentido, EPÍCTETO nos advierte que la causa de nuestros tormentos se debe generalmente a la opinión que tenemos de las cosas y no a los sucesos en sí mismos. Por supuesto, que para EPÍCTETO la muerte no es un mal, pues él la ve como un suceso muy natural. Este punto de vista tan radical no lo podemos aceptar la gran mayoría de las personas, cuando se trata del fallecimiento de un ser al que le tenemos un profundo cariño.
Pero en lo que sí estamos de acuerdo en forma total con EPÍCTETO, es en el sentido de que prácticamente en la mayoría de lo que calificamos cono sucesos infortunados, nuestra opinión sobre ello es determinante.
No estamos hablando de la opinión sobre el vaso medio vacío o medio lleno, ni de que esté en nosotros pintar de rosa lo que es negro. No, sino de que nuestras irracionales exigencias, nuestra codicia y ambiciones y nuestra intolerancia al sufrimiento no nos permite tener una opinión más razonable sobre lo que llamamos “sucesos desafortunados” que nos acontecen.
Nuestra intolerancia el esfuerzo perseverante, la exigencia de que Dios nos debe proteger siempre, la pretenciosa irracionalidad de que la vida nos trate con suavidad; todo esto es lo que más nos causa sufrimiento y no las cosas en sí mismas.
Nuestra sociedad de consumo, nos dice CRITILO, ha reblandecido nuestro carácter. El consumismo nos pretende hacer creer que todo depende de que compremos algún bien o servicio adecuado para nuestros males y todo estará arreglado: ¡Fuera sufrimientos y preocupaciones!: una nueva dieta, un divorcio, una mejor economía personal, vacaciones, una nueva psicoterapia y nuestros males estarán arreglados. Estas falsas ilusiones, y el confort y comodidad han achicado nuestro carácter. Ahora, lo valioso no es el esfuerzo y el aguante, sino la comodidad; ya no cuenta la perseverancia, sino los resultados rápidos; el aguante ya no es una robusta cualidad del carácter, sino lo apropiado es que la vida nos dé lo que queremos, como lo queramos y rápido y con suavidad.
La cultura de la comodidad del no soportar el sufrimiento, del no luchar, ha tenido como resultado que pensemos que es malo e indeseable todo lo que nos provoque dolor y esfuerzo.
Recordemos lo que escribió el escritor Británico SAMUEL JOHNSON: “En la mayoría de los hombres, las dificultades son hijos de la pereza”. Una de las cuestiones por meditar más importantes, es tener siempre presente que jamás nuestras vidas van a estar ausentes de desgracias y problemas, pues forman parte de nuestra vida. Y como dijo NIETZSCHE: “No hay peor desgracia que no haber tenido ninguna”. No se trata de aplicar ningún pensamiento positivo, sino saber que tenemos fuerzas suficientes para afrontar las dificultades de la vida y además, que nuestras opiniones pueden siempre ayudarnos para no exagerar los acontecimientos adversos por que casi siempre magnificamos las cosas y agrandamos en nuestra imaginación los males que nos suceden.