Jamás he conocido a nadie que no tuviera más deseos que necesidades y más necesidades que satisfacciones
EPÍCTETO, el sabio Griego que en un tiempo fue esclavo, escribió en una de sus reflexiones de su manual, lo siguiente: “Verdaderamente es dueño de todas las cosas el que tiene poder de retener las que quiere y desechar las que le disgustan. Cualquiera, pues, que tenga deseo de ser libre de esta suerte, conviene que se acostumbre a no tener deseo ni aversión alguna de todo lo que depende del poder ajeno. Porque, si obra de otra manera, caerá infaliblemente en la servidumbre”.
Una de las luchas más constantes de los humanos, consiste en que la gran mayoría nos empeñamos en conseguir una serie de cosas que consideramos muy valiosas para nuestras vidas, pero que en la mayoría de las ocasiones, no depende de nosotros el obtenerlas, sino de otras personas o de las circunstancias.
En lo general, lo que consideramos más valioso es el dinero, el prestigio, el poder, la salud, la belleza, etcétera. La sociedad de consumo en la que vivimos nos ha hecho creer que podemos lograr lo que queramos con tal que lo deseemos con todas nuestras fuerzas y que trabajemos duramente para conseguirlo. Y lo peor de todo, es que creemos en esta irracional idea. Así, las mujeres, que no se consideran bellas, alimentan a una inmensa cantidad de empresas y personas que les prometen adquirir la belleza con la que tanto sueñan: empresas de cosméticos, vestuario, joyas, dietas, etcétera.
Igualmente, todo hombre que se siente inferior, se afana en sentirse superior a los demás, demostrándoles su valía en base a su poder económico, profesional, etc. Pero lo triste de todo eso, es que en una alta medida, la belleza y la salud dependen de nuestros genes; el dinero y el poder depender en gran parte de las circunstancias y de otras personas y no de nosotros. Esto, de ninguna manera nos debe de llevar al abandono y al descuido, sino al contrario, luchar por aquellas cosas que consideremos valiosas, pero con la plena conciencia de cuáles son nuestras fuerzas y capacidades y saber cuáles bienes están en la rueda de la fortuna.
“Tocar con el dedo el cielo”, como escribió CICERÓN, es querer alcanzar algo de una manera desmesurada e irracional. Y es que es muy cierto lo que escribió el filósofo francés VOLTAIRE: “Jamás he conocido a nadie que no tuviera más deseos que necesidades y más necesidades que satisfacciones”.
El cúmulo de deseos es una forma de codicia que nos roba la paz del alma y es una forma de locura cuando deseamos lo que no depende de nosotros. Las personas más felices son aquellas que solamente desean lo útil y provechoso y sólo en la medida de lo que realmente necesitan. Y aquí se aplica la parte de un poema del romano HORACIO: “Quien obtuvo lo que le basta, no ambiciona más”.
También podemos tener aversión a una serie de circunstancias y bienes que no dependen de nosotros el que no existan, definitivamente, nada podemos hacer en lo individual contra las monstruosas hambrunas de África y de América Latina o contra los genocidios de tiranos de muchos países del mundo. Es sano sentir aversión, asco y desprecio por ello y debemos contribuir a su erradicación en la medida de nuestras fuerzas, pero destruir la paz de nuestra familia y de nosotros, es no comprender el problema de que hay circunstancias extremas y muy graves que escapan por completo a nuestras capacidades para solucionarlas.
CRITILO nos dice que cuando deseamos lo que claramente depende de otros, caemos en la servidumbre, pues nos volvemos sujetos a los designios del azar o al poder de otros que nosotros no podemos impedir. Somos dueños de nosotros mismos sólo en la medida en que nos empeñamos en conseguir lo que es posible obtener o retener si es que ya lo poseemos o bien, de desechar lo que nos disgusta, siempre y cuando al desechar no dañemos a otros.
GRACIÁN decía, que las personas con una gran experiencia en la vida eran aquellas que no se “encartaban”, sino que se “descartaban”. GRACIÁN hacía uso de la analogía del juego de barajas, queriendo decir que los buenos jugadores de baraja no se llenan de cartas, sino que con sagacidad desechan las cartas que no les convienen. Pues bien, también nosotros debemos hacer lo mismo con nuestras vidas: desechar todo tipo de actividades y obligaciones falsas y circunstancias que no nos gustan y que no podemos cambiar.