La cólera más fuerte es la de un hombre honrado
CICERÓN, el cónsul romano y el más grande orador que ha dado el mundo después del Griego DEMÓSTENES, en su obra Los Oficios, escribió: “No es tan poco pequeño efecto de la fuerza de nuestra naturaleza y de la razón que sólo el hombre entre todos los animales, es capaz de conocer el orden, el decoro y aquella regla y medida que debe guardarse en las palabras y en las obras. Así, aún de aquellos mismos objetos que se perciben por la vista, él solo conoce la hermosura, proporción y conformidad de sus partes; y pasando esta imagen la misma naturaleza y la razón desde los ojos del alma, concibe mucho mejor con cuanto decoro, constancia y orden habremos de dirigir nuestras obras e intenciones y nos enseña a precavernos de lo indecoroso y afeminado y contra todo desorden en nuestras obras y opiniones. De lo cual resulta y se compone la honestidad que buscamos, la cual, aunque no sea algunas veces la cosa más alabada, es no obstante siempre virtud (cuya estima es independiente de la opinión común) y a la que tenemos por digna de alabanza por su naturaleza, aunque ninguno la alabara”.
CICERÓN en esta reflexión nos enumera de manera genial por su expresión escrita, una serie de virtudes a nuestro alcance. Este gran orador se nos muestra como un excelente pedagogo. El hombre no sólo es capaz de conocer el “orden”, sino que su buen juicio, su acertado razonamiento, le permite conocer lo que es decente tanto en el hablar como en las acciones. Cuando hablamos y actuamos con decencia, estamos practicando la virtud de la Templanza.
Cuando nuestros ojos le transmiten a nuestra alma la proporción y conformidad de las partes de la “hermosura”, nuestra razón se obliga a conocer y a observar lo que es hermoso a nuestra alma de todo lo que está en nuestro exterior, inclinándonos por lo bueno y lo decente. Cuando nuestra alma ve claro nuestra razón es poderosa y se inclina a juzgar las cosas de acuerdo a un recto sentido. Una razón cuerda, nos inclina a hablar, pensar y actuar adecuada y decentemente, estando muy atentos a los tiempos, lugares y circunstancias.
Para CICERÓN, una vez que hemos investigado cuidadosamente la verdad de las cosas, cuando nuestro deseo de sobresalir es razonable, cuando observamos una moderación en lo que decimos y hacemos, se dan una serie de virtudes juntas: la justicia, prudencia, fortaleza y templanza y de todas éstas se da la honestidad y nuestra obligación de sujetarnos a ella.
El dramaturgo Griego SÓFOCLES, escribió: “¿Qué gloria más grande puede haber para un hijo, que la conducta honrosa de su padre?”. Y la honestidad es una virtud que lleva en sus entrañas la potencia de la bravura, tal y como lo dijo el Romano PUBLILIO SIRO: “La cólera más fuerte es la de un hombre honrado”.
CICERÓN se refiere en su reflexión que hemos comentado, a la importancia del “decoro” en nuestras palabras. Nuestro inmenso genio CERVANTES, sentenció: “Las honestas palabras nos dan un claro indicio de la honestidad del que las pronuncia o las escribe”. Para el inventor del psicoanálisis FREUD, “Ser extremadamente honesto con uno mismo es un buen ejercicio”.
Este genial psicólogo lo decía, porque un comportamiento honesto robustece nuestra salud emocional. De hecho, la deshonestidad es una perversión moral y en el plano psicológico es causa de trastornos emocionales.
CRITILO nos recuerda que el genio de genios, SHAKESPEARE con frecuencia nos decía que si éramos capaces de ser honestos con nosotros mismos, lo seríamos para todos los demás.