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Palabras de Poder

Jacinto Faya Viesca

Nuestros sentimientos de indefensión y desamparo

Es obvio, que frecuentemente nuestro más importante enemigo lo somos nosotros mismos. Ciertamente hay una tendencia genética a dañarnos y si no fuera así, ¿Por qué razón es tan difícil luchar contra la adicción al cigarro, al exceso de comida, al alcohol, a las drogas, a la pereza?

Y en el ámbito de las emociones nos sucede lo mismo: ¿que no podemos dejar de ser tan hostiles con nosotros mismos, dejar ya de ponernos nuestras propias zancadillas?

En el fondo, pudiera existir una tendencia genética a querer ser rescatados por otros, y así poder comprobar que somos valiosos. Pareciera, que deseamos ser consolados y sentir el apoyo firme de otras personas a fin de no sentirnos desamparados. Muy probablemente esta tendencia que tanto daño nos causa sea una herencia de nuestros antepasados. Recordemos que el hombre en sus primeros orígenes vivió durante cientos de miles de años, en los árboles y que su desarrollo cerebral no se debió como muchos antropólogos creían al hecho de que un buen día empezaron a caminar erguidos, de pie, sino que dejaron los árboles para vivir en las planicies, los desiertos, las montañas, etc. Este nuevo universo es lo que condujo a la cumbre de su evolución.

Esta nueva forma de vivir forzó a los hombres a vivir en comunidades muy pequeñas al principio. Esta vida comunal se fortaleció gracias a la ayuda mutua. Unos salían a cazar y a recoger frutos, otros cuidaban de los niños, algunos se dedicaban a la custodia de los alimentos, a la confección de algunas prendas de vestir, afilar pedernales, etc. De esta vida en comunidad se fortalecieron los lazos afectivos del amor, la piedad, la compasión. Y los más débiles se apoyaban en los más fuertes.

No es raro pues, que nuestro sentimiento individual de desamparo, de indefensión, de desvalimiento, estén impresos en nuestro código genético. Pero la genética no es todo. El medio ambiente propicia cambios genéticos y de comportamiento y no a todas las personas les afecta por igual. ¿Qué sucede pues ahora, después de cientos de miles de años de evolución con nuestros actuales sentimientos de indefensión y desamparo?

Obviamente, la genética está presente, pero no domina todo el territorio. Nuestra voluntad, la educación que recibimos, nuestra inteligencia y sentimientos, muchísimo pueden hacer para combatir esos monstruos fantasmales que nos empequeñecen y nos llevan temblorosos y asustados por la vida; nos referimos a los monstruos de nuestros sentimientos de indefensión, desamparo, desvalimiento y al inmenso deseo inconsciente de ser aceptados y compadecidos.

No es sencillo desprendernos de estos sentimientos perniciosos, y no lo es, porque estén impresos en nuestros genes, sino por el sorprendente hecho de que al comportarnos como indefensos, desamparados y con deseos de ser comparecidos, obtenemos “ganancias secundarias”. Para muchos, estas “ganancias secundarias” valen mucho más que sus sufrimientos de seres desvalidos. Y esto sí es un drama, pues mientras el que persigue “ganancias secundarias” no se da cuenta que está cambiando oro de 24 quilates por espejitos, se seguirá comportando como un limosnero de cariño y de consuelo.

Recordemos el dicho muy popular de muchas mujeres: “Mi hombre ya no me quiere, pues ya no me pega”. ¿Qué no sabemos que la mayoría de los niños prefieren los insultos y golpes de sus padres, a recibir su total indiferencia? ¿Qué muchos no prefieren los sufrimientos de todo tipo a cambio de no sentir la soledad y el vacío? ¿Qué para muchos no es mejor ser maltratados que no ser tomados en cuenta?

Todas estas clases de “ganancias secundarias” sí tienen una raíz genética y el terror impreso que muchos experimentaron en su primera infancia: el pánico de poder ser abandonados por sus padres, que por cierto, es el pánico más horrendo para todo recién nacido. Y además, de todas esas amenazas que los niños recibieron de sus padres cuando les decían que si no se comportaban de tal manera los iban a dejar de querer.

Así pues, los sentimientos de desamparo, de indefensión y de no ser abandonados, es mucho más que una cuestión genética, pues a esta tendencia se añaden los terrores que muchos niños experimentaron en su más tierna infancia. Y lo verdaderamente dramático, es que estos niños sufridos y ya en edad adulta siguen siendo conducidos en la vida por el terror de sus niños que aún viven dentro de ellos. Se trata de adultos guiados por niños asustados y anhelantes de amor y de consuelo.

Si nuestros padres no nos dieron lo que necesitamos o lo que queríamos en esas etapas infantiles de nuestra vida, dejemos en paz a esos padres envejecidos o ya fallecidos, que nunca fueron enseñados a ser padres y que obraron como mejor pudieron. Démonos cuenta que esos sentimientos de desamparo y de indefensión tuvieron su validez en nuestra infancia, pero que ya no la tienen en nuestra etapa adulta.

CRITILO nos pide que dejemos de luchar con espectros y fantasmas, que tomemos plena conciencia de que aun habiendo carecido de esos sentimientos de apoyo que no tuvimos, ya como adultos contamos con todas las herramientas necesarias para vivir una vida plena. ¡Despreciemos, ya, las “ganancias secundarias” y convenzámonos que nuestros sentimientos de desamparo y de indefensión están huecos por dentro, pues son simples fantasmas que asustaban al niño.

¡Ya somos adultos; actuemos con valentía, independencia y bravura, y no estemos esperando el consuelo de nadie! ¡Claro, que podemos vivir de esta bella y nueva manera!

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