La malsana dependencia infantil, y la necesidad de establecer relaciones de igualdad.
La Indiferencia que muestran las personas que son para nosotros importantes, es algo que no podemos soportar, y más aún, si esa indiferencia la sufrimos cuando fuimos niños. Alguien es indiferente, cuando experimenta un estado de ánimo en el que no siente inclinación ni repugnancia respecto de una persona o cosa. Por ello, el niño ante las personas que quiere y le son importantes, prefiere el castigo de ellas a su Indiferencia. Para un niño pequeño, la Indiferencia, lo deprime y lo pone en un estado de desamparo; en cambio si no recibe amor pero sí un castigo, lo prefiere, pues en el castigo encuentra lo que para el niño es una gratificación: saber, que de alguna manera, le importa o es objeto de la atención de la persona que quiere.
Cuando esto nos ha sucedido en nuestra infancia, ya de adultos seguimos tratando de llamar la atención de aquellas personas que fueron importantes para nosotros. Si esas personas están aún vivas (generalmente nuestro padres), ejercen sobre nosotros una poderosa influencia, pues queremos que nos demuestren que sí nos quieren y que sí fuimos importantes para ellos en nuestra infancia. Y si esas personas ya murieron, las cosas se complican, pues aún así, queremos sentirlas a nuestro lado, lo que es imposible físicamente. De las dos maneras, nuestra lucha está perdida, pues luchamos con fantasmas, estén vivos o no, pues la realidad es que ya como adultos no necesitamos de ninguna prueba.
Pero el problema, es que ya de adultos, nos empeñamos irracionalmente al tratar de convencernos que esas personas que fueron tan queridas por nosotros y de quienes recibimos su Indiferencia, nos resultan indispensables, pues al no tenerlas de nuestro lado, “estaremos solos”. Ésta actitud es una especie de locura, pues si esas personas tan importantes ya fallecieron, es imposible que puedan estar a nuestro lado; y si están vivas, es prácticamente igual, pues ya como adultos no necesitamos sentirlas de nuestro lado. Al contrario: estén vivos o no esas personas, debemos darnos cuenta, que lo que sí nos resulte indispensable, es “separarnos” de ese vínculo sentimental irracional y enfermizo. Toda separación es dolorosa, pero la separación de nuestro sentimiento de estar unidos emocionalmente de aquellas personas para quienes les fuimos indiferentes, nos resulta esencial.
La madurez de una persona en parte se demuestra cuando ha sido capaz de soportar y de vivir cómodamente en esa sensación de “soledad”. De cualquier manera, siempre estaremos solos, aún y cuando estemos rodeados de muchas personas que nos quieran y a las que nosotras queramos.
En nuestra juventud y adultez, toda “dependencia infantil” nos resulta dañina. Imposible que podamos gozar de la vida si seguimos manteniendo un sentimiento de “dependencia infantil”. Ya de jóvenes y de adultos, nuestras relaciones con los demás tendrán que ser relaciones entre iguales, y no habrá igualdad emocional cuando un joven o un adulto está en relación con otro pero sumergido en un sentimiento de “dependencia infantil”.
Ya somos adultos y en consecuencia, será una grave carga emocional pretender que los demás nos den lo que sentimos que de niños no nos dieron. Los otros, no pueden ser los sustitutos de nuestros padres, o seres queridos de nuestra infancia. Exigirles que nos den “ahora” lo que no se nos dio de niños, es, simplemente, exigir lo imposible. En cambio, si extinguimos ese malsano sentimiento de “dependencia infantil”, si podremos obtener de las otras personas, lo que pueden darnos y ofrecernos.
Nuestra meta debe consistir en abandonar para siempre nuestra “dependencia infantil”, y entrar a un mundo de relaciones otorgándoles a las otras personas un valor insustituible. Olvidemos las carencias de nuestra infancia, nos aconseja CRITILO, y en su lugar, lancémonos a entablar relaciones cordiales y afectuosas con otras personas, en un trato de igual a igual. Esta idea la comprendió cabalmente WILIAM MORRIS, al sentenciar: “La compañía es cielo y su falta infierno; la compañía es vida y su falta muerte; las acciones que realizas en la tierra las haces porque amas la compañía”. Nuestro genial CERVANTES afirmó: “De las miserias suele ser alivio una compañía”. El escritor Francés VALERY, escribió: “Un hombre solo es siempre una mala compañía”.
Abandonar nuestra “dependencia infantil”, nos exige una alta dosis de independencia emocional; y esta independencia no podrá jamás darse si no estamos dispuestos a dejar de luchar con los fantasmas de nuestro pasado. Nuestro presente y nuestro futuro nos piden que seamos dueños de nosotros mismos, que sepamos quienes somos; solamente así, podremos abrirnos y darnos a los demás. Nuestra independencia emocional y nuestros fuertes vínculos afectivos no es algo contradictorio, sino complementario.