“Siempre tendrá de lo suyo”
¿Qué hacer cuando nos encontramos en una escalada de autoperfeccionamiento a la que no le vemos el fin? ¿Si estamos tan cansados y frustrados por estar en esa lucha de ser mejores cada día y de tener más, por qué razón no buscamos un cambio de rumbo?
Es muy difícil darnos cuenta que el deseo de ser cada vez mejores en una serie de áreas y de tener más, son casi siempre metas falsas que violentan nuestros genuinos intereses. Pero si cada vez estamos más ansiosos y angustiados por ese proceso inacabable de autoperfeccionamiento, hay algo que podemos hacer de inmediato y con resultados sorprendentemente benéficos: hacer un alto, y no esforzarnos más en ese proceso; una vez que hemos parado, revisar nuestras metas y contrastarlas con los dictados de nuestro corazón. Ser sensibles en la percepción de nuestros gustos, tendencias naturales, reales capacidades, y la energía que de veras queremos gastar en nuestros proyectos.
El quedarnos quietos, el parar, es como si eligiéramos un lugar de una alta montaña en la que pudiéramos descansar y en donde nuestra capacidad de visión pudiera ampliarse enormemente. En este lugar de descanso no hay sito para nuestras artificiales vorágines de éxito y de perfeccionamiento constante. Este lugar en nuestra montaña imaginaria está reservado sólo para que escuchemos los latidos espirituales de nuestro corazón; está destinado este sitio exclusivamente para darnos cuenta qué es lo que genuinamente deseamos. Con absoluta seguridad, casi siempre nuestra alma va a decirnos: “¡Ya basta, ya es suficiente, quiero remplazar lo artificial por lo auténtico, y mi alma quiere metas muy distintas a las vorágines del éxito y de un permanente autoperfeccionamiento que la sociedad me impone y de la que estoy cansado y dispuesto a renunciar!”
¡Es sorprendente, pero el solo hecho de abandonar nuestras inauténticas vorágines, permite que nuestro espíritu se expanda y que nuestro corazón prisionero quede en libertad, y que como el pájaro una vez libre de su jaula, vuele en libertad. Ya libre nuestro corazón, se da el asombrosos efecto de empezar a descubrir lo que realmente necesitamos y auténticamente nos satisface.
No se trata de que estemos recomendando la mediocridad como estilo de vida, sino de encontrar lo verdaderamente nuestro. Buscar más dinero, estar inmersos en un desequilibrante proceso de autoperfeccionamiento, buscar el amor perfecto y la pareja ideal, todo eso, sí es estar imbuidos en un estilo trágicamente mediocre, pues se tratan de metas impuestas por una sociedad de consumo que empuja a la hartura, a la frustración y al cansancio.
Cuando hemos ocupado nuestro lugar de esa montaña imaginaria y hayamos detenido nuestras frustrantes vorágines, entraremos a nuestro mundo interior, que lo que más nos pide es el estar satisfechos. La propia satisfacción se da cuando genuinamente podemos decir: “con esto es suficiente, y estas metas son las que quiero, aún cuando para la psicología del éxito sin límites, mis sueños sean pequeños”.
Encontrar nuestro propio nivel de realización y de satisfacción nos da como resultado inmediato una estabilidad emocional que jamás habíamos sentido. Solamente desde una situación de equilibrio espiritual y de descanso, es como podemos ser capaces de empezar a descubrir lo que para cada uno de nosotros es lo realmente valioso.
Nuestro estado de satisfacción y de equilibrio son aliados de la valentía y de la seguridad; en cambio, las metas artificiales y el progreso arduo e inútil de autoperfeccionamiento, son generadores de ansiedad, miedo y angustia.
El aferramiento a las falsas vorágines del éxito impersonal y frío, nos anclan en una visión de túnel en la que sólo vemos carencias, de ahí nuestra agotadora lucha de tener más y ser más, pues las cosas se acaban, y hay que tenerlas, aunque nada valgan.
En cambio, nuestra nueva visión nos guía a lo que para nosotros está bien y es suficiente, nos habla de un mundo de abundancia, en la que no hay necesidad de explotar por el cansancio y la frustración ante el miedo de que las cosas se acaben y ya nada haya para nosotros.
Como nos dice CRITILO, cada uno de nosotros “siempre tendrá de lo suyo”, de lo que les propio y natural: sus fuerzas, su voluntad, sus capacidades, gustos, preferencias, etcétera; mundo riquísimo que nos dará lo que realmente necesitemos, siempre y cuando hagamos a un lado lo falso y solamente elijamos lo auténtico y genuinamente nuestro.