“Llega a ser el que eres”
Una vez que hemos emprendido la carrera hacia el éxito, aún cuando esos triunfos no vayan de acuerdo a nuestros objetivos más íntimos es difícil detenernos, y más, si hemos logrado más dinero y una mejor posición social. Cuando empezamos a medir nuestros triunfos por los ingresos que obtenemos, podemos caer en un grave riesgo: con dinero en la bolsa, es fácil que hagamos a un lado nuestros verdaderos problemas. En este caso, el dinero nos servirá como un analgésico para aliviar el dolor, pero no para solucionar el problema de fondo.
Cuando abrazamos metas que nos imponen la moda y la sociedad, algo en nuestro interior nos dice que las cosas no marchan bien, por más éxitos que obtengamos. Por lo general, esa voz interior se materializa en un estado permanente de ansiedad; y al sentirnos ansiosos, es tanta nuestra incomodidad, que en vez de reflexionar actuamos más, pensando erróneamente, que debemos imprimir más acción en nuestra vida. En estos casos, la ansiedad es como el dolor físico, en alguna parte de nuestro cuerpo, dolor que no debemos de inmediato aliviar sin antes saber qué nos está indicando.
En nuestras vorágines hacia el éxito, la ansiedad no debemos suprimirla con nuevas distracciones, pues estaremos enmascarando el problema de fondo. A lo mejor, nuestra ansiedad nos está alertando sobre problemas no resueltos con nuestros hijos, cónyuge, o con el abandono de nuestros anhelos más íntimos. Por ello, no debemos considerar a la ansiedad como a un enemigo, sino como a un invaluable aliado. Ante la ansiedad, no debemos de acelerar el paso, sino detenernos a reflexionar muy cuidadosamente, y si reflexionamos con paciencia y de una manera habitual, empezaremos a ver el verdadero rostro de nuestras inquietudes.
Tenemos que darnos cuenta, que la persecución de metas artificiales, jamás van a lograr que desaparezca de nosotros el vacío existencial, la ansiedad y la tristeza. Nuestros anhelos más íntimos son demasiados valiosos como para poder sustituirlos por dinero o prestigio. En la mayoría de los casos, no se trata de cambiar de pareja, de vivir en una casa más costosa, o en hacernos de amigos de mejor posición social; tampoco se trata de ganar más dinero ni de hacer más cosas y de ser cada vez seres más perfectos.
La solución no está en lo tangible, en lo medible, ni en lo que la mayoría de la gente quiera. La solución a nuestras vidas es una cuestión tan delicada, que depende de soluciones a la medida y no en soluciones a granel, como las recomendadas por los adoradores del éxito.
No se trata de que debamos cambiar, pues eso significaría dejar de ser lo que realmente somos. De lo que se trata, es de nutrir nuestro espíritu, de esforzarnos por saber qué es lo que realmente anhelamos de la vida. Si nos rechazamos como personas, nos estamos condenando por completo. Lo que necesitamos más que nada, es una sana autoaceptación, y no en cambio, un rechazo a nuestro ser. Lo que nos dará estabilidad emocional será la identificación y respeto a nuestra verdadera identidad, y no el querer ser diferente a lo que somos.
No se trata, de perfeccionarnos, sino de aceptarnos y de alimentar nuestra alma para ser más genuinos. Pretender “crecer psicológicamente” (como es la moda) nos dice CRITILO, es dejar lo esencial por lo accidental. La búsqueda de un constante “crecimiento psicológico” pude ser la trampa que nos aprese y nos inmovilice. Lo prudente es ya dejar de empeñarnos en crecer, y en su lugar, simplemente ser. El poeta Griego PINDARO nos aconsejaba “Llega a ser el que eres”. Este consejo está francamente en contra de empecinarnos en cambiar y en ser diferentes; y por el contrario; está a favor de nutrir nuestros espíritu, de descubrir quienes somos realmente, de qué queremos en realidad, y de estar satisfechos si actuamos de acuerdo a nuestro verdadero ser.
