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Palabras de Poder

Jacinto Faya Viesca.

Sabiduría de la Antigua Grecia

Los filósofos y pensadores de la Antigua Grecia han sido los más profundos y los que más han contribuido a la formación de la civilización de Occidente. Comentaremos una reflexión del dramaturgo EURÍPIDES, pensador de una vasta inteligencia y profunda sabiduría, quien escribió en una de sus obras: “Todos somos expertos en hacer amonestaciones, pero no reconocemos que nos equivocamos”. Aparentemente, creemos que nos resulta fácil reconocer nuestros errores, pero no es así; reconocemos solamente nuestras pequeñas e intrascendentes equivocaciones, pero cuando se trata de equivocaciones importantes, y más si éstas acarrean serias consecuencias, nos resulta casi imposible aceptarlas como tales.

Aceptar un error de ciertas consecuencias es un golpe a nuestro orgullo y vanidad. GOETHE decía que los errores son como nuestros hijos, y que por ello nos resultan tan queridos. Si analizamos detenidamente nuestras vidas nos daremos cuenta que hemos venido cometiendo conductas y actitudes sumamente dañinas, y al darnos cuenta claramente de ello, nos asustamos, pero preferimos continuar cometiéndolas que reconocer que durante muchos años hemos vivido de una manera errónea. Creemos, como los niños, que si persistimos en nuestra conducta equivocada, al final de cuentas terminará esa conducta siendo la correcta. Hacemos lo contrario a un refrán Inglés que dice: “Dos equivocaciones no hacen un acierto”.

Y lo peor de todo, es que de un error se derivan otros, al igual que para sostener una mentira tenemos que inventar otras mentiras. Bien lo dijo el poeta OVIDIO: “Desde que el error brota, estoy dispuesto a ver brotar y crecer a su alrededor muchos errores complementarios”. Es tan fuerte nuestra tendencia a no reconocer nuestras equivocaciones, que el escritor SWIFT escribió: “Un hombre no debe avergonzarse nunca de confesar su equivocación, lo que en otras palabras quiere decir, que será más sabio hoy que ayer”.

Amonestar, es decir, aconsejar y reprender a otros, se nos da a todos de una manera natural. Todos nos sentimos expertos en una serie de campos del conocimiento en los que nuestra ignorancia es total, pero aún así, la ligereza que a muchos nos caracteriza, nos impele a opinar y a recomendar. Y para reprender somos también muy afectos: no vemos la viga que tenemos en nuestros ojos, y en cambio, advertimos de inmediato la paja en el ojo ajeno.

Cometemos equivocaciones de estos tipos: las que no tienes trascendencia alguna para nadie, y las que sí la tienen; las que solamente nos dañan a nosotros en lo individual, y la que no nos daña, pero sí perjudican a otros.

Cuando se creía que la Tierra era el centro del universo y que el Sol le daba vueltas a nuestro planeta, no solamente constituyó una equivocación científica, sino que causó graves sufrimientos, pues muchas personas por pensar que las cosas no eran así, fueron encarceladas, y otras condenadas a muerte. Hay equivocaciones que conducen a un resultado feliz que no se esperaba: CRISTÓBAL COLÓN no buscaba descubrir América, pues no se conocía nuestro Continente, sino que solamente deseaba encontrar una nueva ruta a las Indias.

La equivocación sobre el juicio que hacemos sobre ciertas personas es una de las causas que más dolor provoca en el prestigio y en las relaciones humanas. Y mucho más, cuando nuestras equivocaciones guardan relación con “juicios morales” que hacemos sobre otros. En estos casos, las consecuencias tienen como resultado desde respuestas leves, hasta las venganzas con las peores consecuencias.

Toda Amonestación es una reprensión, una censura, y si no a nuestra persona, lo será siempre a una actitud, obra o palabra nuestra. El problema, es que somos las personas tan sensibles, que cualquier reprensión a alguna conducta nuestra, la tomamos como una condena a nuestra persona. Nuestras amonestaciones son siempre por medio de palabras orales o por escrito. Cuando amonestamos a alguien, podemos herirlo más por el tono que por el contenido y significado de nuestras palabras. Recordemos lo que dijo el poeta HORACIO: “La palabra, una vez lanzada, no regresa” y un antiguo proverbio Árabe dice: “Si la palabra callada es tu esclavo, la expresada es tu amo”.

Muchas veces, dice CRITILO, basta con que reconozcamos nuestras equivocaciones para que la persona afectada experimente un alivio y quede en paz con nosotros. El no reconocer que estamos equivocados, puede herir emocionalmente a otro, pues le estaremos demostrando que el aferramiento de nuestras equivocaciones es superior a la verdad, a la realidad, y al juicio de la otra persona. Esto se interpreta como una necedad, orgullo y soberbia de nuestra parte, siéndolo así con frecuencia.

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