Los mexicanos somos como somos y por eso vivimos tan felices: así nos hicieron y nada por lo que ahora discuten nuestros poderes gobernantes forma novedad. Discutimos temas finamente baladíes, pero igual nos resistimos a profundizar en materias importantes para el bienestar común.
Cuando el pobre Vicente Fox anunció las conmemoraciones bicentenaria de la Independencia y centenaria de la Revolución Mexicana, ocultó el periodo toral de la Reforma tras el cumpleaños personal de don Benito Juárez. Su visión fue superflua y no esencial. Los historiadores y analistas políticos destacaron, en cambio, la oportunidad que habría en las celebraciones para reflexionar sobre los grandes avances del país en cada uno de los tres periodos, incluido el reformador de 1857; pero también para reconocer los grandes retos que aún enfrenta la nación.
Mas no es la paternidad del México independiente, atribuida a Hidalgo, la que está en entredicho durante estos días, sino su imagen física. El rostro del Cura de Dolores, a quien le decían “el zorro” por lo afilado de su faz, parece haber engordado y tampoco parece zorro a la distancia de los años; nuestros historiadores locales afirman que don Miguel poseía rasgos físicos diferentes a los de su iconografía; que más bien era regordete, que no tan viejo, pero tampoco encanecido, ni escuálido como se le representa en las viñetas de los libros de historia nacional. En una palabra, que el Hidalgo de la iconografía oficial sepa Dios cómo pudo haber sido, pero hay que renovarlo porque en México se vive el tiempo de los cambios: don Miguel Hidalgo necesita una cirugía plástica completa.
Reconocidos maestros de la plástica mexicana de fines del Siglo XIX y principios del XX tomaron un cuadro del pintor Joaquín Ramírez, que se exhibe en el salón de Embajadores de Palacio Nacional, como modelo de sus propias versiones pictóricas. Cualquier diccionario biográfico e histórico habla ahora de una amplia iconografía de don Miguel Hidalgo Costilla y Gallaga, quien, de haber sido biológicamente eterno, hubiera cumplido 254 años de edad el 8 de mayo de este 2007. Es decir, casi ha sido eterno; pero si no resulta duradero en sentido biológico, es de aspirar que lo sea en sentido histórico, así dudemos cómo era su rostro, cuál su estatura y cuán bueno su carácter. En aquel tierno siglo XIX todavía no existía el daguerrotipo, que fielmente hubiera conservado y quizá reproducido el cuerpo y las facciones de nuestro libertador. Así que hoy los mexicanos sólo tenemos las interpretaciones plásticas de los artistas del pincel, que siguen a las del viejo maestro Joaquín Ramírez.
Actualmente los pintores pueden hacer retratos al óleo o al aguafuerte con el estilo académico, con el modelo presente o con sólo obtener una fotografía del personaje a pintar que luego adhieren al caballete para copiarla; pero podrían plasmar mejor su singularidad si logran penetrar su carácter o su genialidad y valor, si conocen bien la trascendencia de su hazaña o aventura personal.
Tengo por convincente la versión del rostro de Hidalgo que perpetuó José Clemente Orozco en el museo Cabañas de Guadalajara; igual admiro las efigies del Padre de la Patria que plasmaron en muros y telas los maestros de la plástica nacional: Siqueiros, Diego Rivera, Chávez Morado y otros grandes de la escuela plástica mexicana.
No abrigo alguna duda sobre la paternidad del movimiento insurgente, pues al contemplar el diseño de Claudio Linati me parece que linda en lo ridículo y pienso: ¿qué sentimiento de valiente reivindicación puede inspirar ese figurín de traza italiana? ¿Sabe alguien si Hidalgo empuñó una cruz para abanderar la guerra de independencia, y se puso a la vanguardia de sus seguidores vestido como el italiano Linati dibujó a un revolucionario insurgente en su libro de “Vestimentas, Civiles, Militares y Religiosas de México?
La historia narra que la bandera de la insurgencia en 1810 no es un estandarte de tela, sino un cuadro de madera con una imagen de la Virgen de Guadalupe que el propio Hidalgo secuestró en Atotonilco para identificar a sus tropas e inspirarlas, no sólo por la santidad de la pintura sino por lo que entonces contaba y cuenta ahora, para nuestras razas indígenas, criollas y mestizas.
En cuanto a la vestimenta imaginemos lo aparatoso y pesado que resultaría cabalgar, caminar y pelear a vida o muerte con ese traperío encima. El Ejército insurgente estaba integrado en su mayoría por una gleba de indios desarrapados y famélicos, criollos desalentados y mestizos ignorantes; jamás hubieran podido ellos, ni siquiera el mismo Hidalgo y sus militares, usar el susodicho uniforme para guerrear. Deseaban tener cosas de comer y balas para luchar, no uniformes fastuosos.
Sin embargo y antes de entrar en discusiones bizantinas mejor conviene saber, ¿a qué esta disputa? ¿Iremos a ser más independientes y soberanos si cambiamos la imagen de don Miguel Hidalgo y Costilla? ¿Podremos ser más libres en nuestro país si a Hidalgo lo dibujamos a colores, con mirada y nariz aquilina, pero rechoncho, no espigado? Además ¿para qué hacer trabajar horas extra a nuestros héroes si ya sudaron mucho a través de los años para darnos una Patria y una Libertad que aún no aprovechamos bien a bien? Mejor procuremos disfrutar su patriótico legado para engrandecerlo progresivamente: que en tiempos subsiguientes sea el bien de la República el que hable por nosotros...