La configuración de un nuevo comité nacional, y la previa elección de un presidente sin rival, permitió al Partido Acción Nacional poner fin, al menos formalmente, a un largo episodio de enfrentamiento interno. En el PRD, por su parte, y en el Frente Amplio del que es integrante, crecen tensiones de la misma índole que las vividas en el PAN.
Desde que Carlos Castillo Peraza admitió haberlo hecho, el centro doctrinario que ha dirigido la mayor parte de su historia al partido fundado por Manuel Gómez Morín, ha tenido que contemporizar con el sector situado más a su derecha, excepto, por supuesto, en los años en que tal segmento extremista condujo al partido. Así tuvo que hacer también Germán Martínez, al integrar a su comité nacional a representantes de la tendencia ultramontana. Aunque él fue elegido por una mayoría abrumadora en el consejo nacional (330 votos de un total de 375), en que sólo se evidenció una corriente mínima de oposición (once abstenciones y ningún voto en contra), el propio nuevo líder debe estar al tanto de que una porción de las expresiones a su favor oculta antagonismos que se soterran precisamente como parte del talante secretero de quienes pertenecen a grupos que usan al PAN como instrumento y demandan a sus miembros una lealtad por encima de la que de modo formal están obligados a prestar al PAN.
La contemporización entre la corriente dominante, que rescató el comité nacional, con quienes se lo habían arrebatado desde el tiempo en que el presidente era Luis Felipe Bravo Mena incluyó este fin de semana aun aspectos escenográficos. En vez de que, como correspondía a su papel patriarcal, don Luis H. Álvarez hiciera la presentación de Martínez, la hizo Carlos Abascal, que pronunció un discurso de dientes para afuera, más como expresión de la oposición ultramontana que como muestra de real apoyo al nuevo líder, que en el pasado reciente no se ahorró expresiones agrias contra esa corriente.
Manuel Espino anticipó tres meses su salida quizá como estrategia de negociación para conseguir que su tendencia permaneciera en el comité nacional. Así continuará allí el propio Abascal, que es un panista de reciente cuño, pues sólo se afilió a ese partido cuando Vicente Fox lo designó, en tanto que representante patronal, como secretario del Trabajo. Espino lo incorporó a su grupo en una posición sobresaliente que no mantendrá pero de la que no se le privará del todo. Su permanencia en el comité adquirirá mayor sentido si genera simbiosis con una franja de la nueva dirección compuesta por militantes como César Nava o Jorge Manzanera en los que converge una improbable mezcla de calderonismo y yunquismo.
Más descarnadamente abierta que en el PAN, en el PRD la lucha de corrientes se concentrará en la búsqueda de la dirección nacional, una vez concluido el periodo de sesiones ordinarias, pues uno de los principales ámbitos de acción de un partido que quería ser movilizador social es ahora el activismo parlamentario, donde se mezclan la eficacia en la construcción de decisiones socialmente útiles -como la reforma electoral, pese a sus defectos- con la expresión de las más pobres formas de hacer política, la grilla que se afana en conseguir prebendas.
Aunque se muestran más de dos candidaturas, las que concentrarán la disputa por la presidencia nacional de ese partido, a resolverse en marzo próximo, son las de Alejandro Encinas y Jesús Ortega. Salvo que aquel haya tenido éxito en promover la incorporación al padrón perredista de militantes que carecen de carnet, es probable que la vieja y reiterada aspiración de Ortega a encabezar el PRD se concretará esta vez. Prepararon ese eventual resultado la victoria de su corriente, Nueva Izquierda, en la elección de delegados al congreso efectuado en junio último, y su principal consecuencia, la decisión de reducir al ámbito formalmente partidario la elección del comité nacional, a diferencia de otros turnos electorales en que los simpatizantes del partido y aun ciudadanos en general tuvieron derecho a participar.
Ortega consiguió un avance notable en su aspiración con el apoyo que le mostró este domingo el próximo gobernador de Michoacán, Leonel Godoy, en reciprocidad al que Nueva Izquierda le ofreció durante su campaña. Preso en un dilema de fidelidades a quienes fueron sus jefes, Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador, el vencedor de las elecciones del 11 de noviembre parece haberlo resuelto al hacer esta opción. Es manifiesto que, con las reticencias que muestra al hablar de su propio partido, López Obrador simpatiza con la candidatura de Encinas, que en su papel de jefe de Gobierno le mostró lealtad que ahora puede serle reciprocada. Cárdenas, por su parte, extremó hace dos años su distancia con López Obrador al manifestarse abiertamente más que partidario de Ortega (que fue la fórmula utilizada) adverso a que Marcelo Ebrard fuera candidato al Gobierno capitalino. Con el peso que adquirió al vencer al candidato calderonista en su tierra, y al inclinarse por Nueva Izquierda, Godoy no sólo resolvió su propio dilema sino que pudo haber dirimido desde ahora la disputa por la dirección nacional.
No parece probable, con todo, que las disensiones internas en el PRD concluyeran en una ruptura. Ninguna de las partes en conflicto estaría dispuesta a dejar el partido en manos de sus adversarios, no sólo porque consideran esa organización patrimonio propio sino para no dejar de beneficiarse de su nutrido financiamiento.