Una de las situaciones más difíciles que nos enfrentamos en la práctica veterinaria, son las cirugías de emergencia, pero no precisamente es la cirugía del paciente con la que tenemos dificultades, sino con el propietario de la mascota.
Cuando realizamos este tipo de cirugías de emergencia, es porque el paciente se encuentra grave, la mayoría de ellos a causa de un politraumatismo después de haber sido arrollados por un vehículo. Otro gran porcentaje de cirugías de emergencia son ocasionadas por haber ingerido algún cuerpo extraño, (monedas, corcholatas, tornillos, trapos, etc.) y el tercer lugar de las intervenciones de emergencia, las cesáreas extemporáneas, cuando el parto normal debió de haberse presentado hace días y nos llega el paciente en estado crítico.
Antes de realizar cualquier tipo de cirugía, le explicamos al cliente sobre los riesgos que se corren al intervenir un paciente en las condiciones tan delicadas en que se presenta. Tal vez sea por la premura o por la angustia de no ver sufrir a su mascota, autorizan la cirugía de inmediato, algunos de ellos pasan por alto preguntar los honorarios de la cirugía, aunque siempre se les da a conocer ese concepto.
Cuando el paciente logra sobrevivir y damos de alta aquel perro moribundo, somos los héroes de sus dueños en ese instante, nos lo agradecen infinitamente y hasta nos llegan a catalogar como el mejor de los veterinarios.
Después de los halagos, nos enfrentamos con la realidad, que de sobra conocemos los que tenemos algunos años dedicados a nuestra profesión, (tomen nota colegas recién egresados). Primero viene el regateo de nuestros honorarios, nos dicen que no se encontraban preparados para hacer esos gastos, son elevados nuestros precios, les parece que es más lo que cobramos que lo que hicimos, algunos son más conscientes de nuestro trabajo y nos solicitan el pago en facilidades, me estoy refiriendo a los casos de emergencia. Claro también contamos con excelentes clientes con alto sentido de responsabilidad, que afortunadamente son los que más atendemos la mayoría de los veterinarios.
Cuando lamentablemente llega a fallecer el paciente durante la cirugía o en el postoperatorio, el cliente en ocasiones no encuentra a otro culpable más que a nosotros, y nos convertimos en el peor de los veterinarios. Algunos argumentan que, sí sabíamos que se encontraba grave su perro y no iba a tolerar la cirugía, entonces por qué lo operamos. Otros nos dicen que el perro no estaba tan grave para haber muerto. Hay quienes nos dicen que la cirugía fue mal realizada, dicho por un veterinario de la familia.
Comprendemos el gran dolor por el que están pasando, difícilmente conserva la calma para escuchar y explicarles detalladamente la causa del deceso, discutir resulta peor, así que sólo guardamos silencio sin decir nada en nuestra defensa, posteriormente cuando el cliente se encuentra más sereno, hablamos con él con mayor calma.
Hay otro tipo de cliente, el que comprende perfectamente la situación, pero finge su malestar, estando perfectamente consciente de lo grave en que nos trajo a su mascota, y muy ofendido se retira de la clínica y claro está, ni por atención pregunta por nuestros honorarios.
Las malas noticias corren rápidamente, y en ocasiones nos preguntan otros clientes con cierta suspicacia, ¿qué le pasó al ?Blacky? doctor? ¡Se le murió!
También el veterinario es un ser vivo con sentimientos y se deprime al morir su paciente, una operación de emergencia nos provoca un estado de estrés, durante la cirugía hay que cancelar citas, no se entregan otros pacientes a la hora que se tenía programado, se suspenden otras cirugías y provocamos el disgusto de nuestra clientela por haber quedado mal con su mascota, además se dejan de percibir esos ingresos, y la cirugía de emergencia genera gastos. También llega afectar nuestra vida privada, nos llegan a sacar de la cama en la madrugada y en ocasiones el día que le dedicamos a la familia se presenta la emergencia.
Debo confesar que al principio hacía grandes corajes, y la depresión duraba semanas cuando nos culpaban de la muerte de la mascota, con el tiempo y al saber que mis colegas también habían sido víctimas en mayor número de veces, me sentía mejor.
En ocasiones me pregunto, estas personas ¿también actuarán así con el cardiólogo del abuelo, el pediatra de sus hijos o con el pago del parto del hospital? Estoy seguro que no.
Al menos la diferencia no es por los años de estudio entre un médico humano y un médico veterinario, pues son exactamente los mismos años de la carrera universitaria, también en la especialidad fueron años de preparación que realizamos, además de los cursos de actualización y exámenes para obtener la certificación de ser especialista en perros y gatos. Realmente no creo que haya mucha diferencia en nuestra labor, excepto que en nuestra profesión, los pacientes jamás muerden la mano a quien les cura.
Después de 30 años dedicados a esta labor, creo conocer a todo tipo de clientes y saber todos los trucos, pero vuelvo a tropezar con la misma piedra, no lo niego, y vuelvo a caer con el mismo viejo truco de; fue una mala intervención quirúrgica o simplemente ?mañana le pago?, pero ahora ya no se me ?derrama la bilis? como antes, simplemente reconozco la frialdad del comportamiento de esas personas y por qué no, hasta su astucia, que en ocasiones hasta me da risa haber vuelto a caer y solamente me quedo pensando, no cabe duda ?entre más viejo, más... sorpresas te da la vida?.
Lejos de quejarnos y deprimirse, al contrario, sonreírle a la vida y dar gracias porque hay trabajo y si nos procuran los clientes, quiere decir que hay algo bueno a nuestro favor, así que... ¡Bienvenidos sean los retos!