Nosotros Las palabras tienen la palabra VIBREMOS POSITIVO Eventos

Pequeñas especies / “EL PRIMER DÍA”

M. V. Z. Francisco Núñez González

Me dirigía en un transporte público hacia el Municipio de Súchil, Durango, era mi primer día de trabajo como veterinario rural de gobierno, llevaba todas las ilusiones y ganas de triunfar en mi profesión, tenía veintidós años de edad y me encontraba recién egresado de la Facultad de Veterinaria. Durante el trayecto pensaba con cierto nerviosismo, la gente de campo es muy especial y sobre todo desconfiada con los extraños, probablemente ellos ya cuenten con alguna persona quien les atienda su ganado, por qué iban a confiar en un joven recién egresado con muy poca o nada de experiencia, su ganado es lo más apreciado, en ocasiones su único patrimonio. Sabía que me encontraría con todo tipo de animales, grandes y pequeñas especies, sólo rogaba no encontrarme con enfermedades que no estuvieran en mi memoria. Mis armas eran un viejo maletín de piel con los medicamentos de emergencia que pudiera necesitar, antibióticos, antihistamínicos, desinflamatorios, analgésicos, anestésicos para todo tipo de especies, jeringas y agujas de todos los calibres y un estuche de disecciones para realizar cirugías, jamás me imaginé cuánto lo iba a necesitar. Además un viejo cobertor de lana, tenía que ir preparado pues no me imaginaba dónde pasaría la noche, y mi mochila de scout que utilicé los cinco años de estudiante para trasladarme cada semana de Durango a Torreón, la conservaba desde la secundaria, me gustaba esa mochila por ser impermeable, protegía mis libros y mi ropa cuando llovía al viajar de aventón atrás de los camiones de carga cuando estudiante.

Al llegar a Súchil inmediatamente me dirigí con el presidente municipal para entregarle mi oficio de comisión como veterinaria de la Secretaría de Agricultura, se trataba de un pequeño pueblo muy pintoresco y con algunos siglos de existencia, aproximadamente de unos dos mil habitantes. Como no tenía oficinas la Secretaría de Agricultura en esa cabecera municipal, me enviaron a la Unión Ganadera, sería mi lugar de trabajo durante meses y fue hasta mi “hotel” durante esa inolvidable noche.

Como todo pueblo chico, inmediatamente se corrió la voz y a unas cuantas horas de mi llegada fueron a solicitar mis servicios para ir a vacunar las vacas del padre de la iglesia. Me llamó mucho la atención la vieja iglesia centenaria, en la cima del campanario de adobe había crecido una enorme planta de nopal, me gustaba admirar esa hermosa y rara postal cuando pasaba siempre por esa calle empedrada.

Al llegar a la iglesia para vacunar las vacas, me recibió un pequeño señor de más de sesenta años, era el encargado del pequeño establo. Su rostro era serio y lleno de arrugas, pero curtido por el sol, jamás expresó una sonrisa a mi llegada, al contrario lo veía adusto y mal encarado, además era el hombre más hábil para decir el mayor número de maldiciones cada vez que abría la boca. Lo que más me sorprendió fue cuando el señor cura le llamó, “Santitos”, en realidad se llamaba “Santos”, pero el padre así la nombraba a manera de reprimenda, pues siempre lo escuchaba decir sus “palabrotas”, el padre una excelente persona, de unos sesenta años de edad, como de 1.90 de estatura y contaba con una corpulencia generosa.

Mi trabajo consistía en vacunar a veinte vacas lecheras de la raza Holstein de más de 600 kilogramos de peso, extremadamente tranquilas, se encontraban en una sola hilera con la cabeza metida en el comedero. Don Santos, como así le llamé, se fue por el lazo y un nariguero para la sujeción del ganado para empezar a vacunar.

Al ver a las vacas comiendo pacíficamente y todas en una sola hilera, se me ocurrió la brillante idea de vacunarlas yo solo, y así cuando viniera don Santos, darle la sorpresa que ya había terminado, quería ver mi primer trabajo como veterinario convertido en éxito, la vacuna era subcutánea a nivel de la tabla del cuello de las enormes vacas, “pan comido” pensé. Llené mi jeringa metálica y me coloqué a un lado de mi primera paciente, al introducir la aguja en el cuello, cuál fue su sorpresa que al sentir que un intruso interrumpía su tranquilidad a la hora de comer, ¡se me fue encima!, caí en el comedero sobre la alfalfa y lo más increíble, me atacó como lo hace un caballo, con sus patas delanteras tratando de golpearme, se suponía que eso lo hacen únicamente los equinos, pero la vaca no lo sabía, no cabe duda que cómo se aprende rápidamente, afortunadamente en ese instante llegó “Santitos” y me la quitó de encima con una sarta de maldiciones que para mí fueron bendiciones, como oír el canto de ángeles celestiales, recuerdo que por primera vez lo vi sonreír al verme tirado sobre la pastura, pero se contuvo al notar que sangraba yo profusamente por la nariz. Ésa fue mi primera experiencia como veterinario, terminé de vacunar con la correcta sujeción de los animales como debió ser desde un principio, pero quise correr antes de aprender a caminar y pagué cara mi novatez, luego me dirigí a las oficinas de la ganadera, empezaba a ocultarse el sol y mi siguiente preocupación era dónde pasaría la noche.

Afortunadamente me permitieron quedarme en el salón de juntas, se trataba de un viejo cuarto de más de veinte metros de largo con techo de lámina y con las ventanas sin cristales, lo utilizaba una vez al año para sesionar las reuniones, prácticamente abandonado, así que tenía una enorme capa de tierra, ya oscuro el día empecé a barrer el enorme galerón y le di una buena fumigada. El joven encargado de la oficina José Manuel, tal vez se conmovió de mí y me prestó su pequeña grabadora para que escuchara algo de música durante la noche. Acostado en el suelo sobre mi cobertor, el reloj marcaba la media noche, no podía conciliar el sueño, pensaba en el ridículo que había hecho en el establo del señor cura, para mañana todo el pueblo conocería mi hazaña, además olía mucho a insecticida aquel salón, y lo que más me inquietaba eran los pájaros que volaban en el interior del enorme salón, al encender la luz me di cuenta que no se trataba de aves, sino de ¡murciélagos!, sentí que todas mis ilusiones de veterinario se habían derrumbado, cómo era posible que me estuviera pasando todo eso, en toda la noche no logré dormir, si esto era el primer día cómo sería el resto de mi estancia, me preguntaba desesperado. Debo de confesar que no dudé en dejar el trabajo y regresar a mi casa. De lo único que sí estaba seguro, era de que jamás volvería pasar la noche en ese cuarto, no sabía qué era lo que iba a hacer, pero la decisión estaba firmemente tomada.

A la mañana siguiente fue un nuevo día, se presentó para mí como otra oportunidad, de ahí en adelante me supe ganar la confianza de la gente con mi trabajo e hice grandes amigos, y lo más importante, que pude encontrar lo que fui a buscar, ser el veterinario de cuanto animal enfermaba en la región.

Han pasado cerca de treinta años y después de aquel primer día de trabajo, comprendí que en la vida siempre habrá uno que otro día oscuro, jamás perder la calma, sé que el día siguiente volverá a ser iluminado por un enorme y radiante sol lleno de alternativas, y que mientras haya vida, “siempre habrá alguna esperanza y una solución”.

A la familia de José Manuel del joven que trabajaba en las oficinas de la Unión Ganadera siempre estaré con ellos eternamente agradecidos, me otorgaron su amistad, y me hicieron el favor de asistirme en su hogar desde el día siguiente a mi llegada, hasta que dejé de trabajar en el ilustre y nunca olvidado pueblo del Valle de Súchil. Que por cierto, gracias a ellos pude cumplir mi promesa que hice aquella fatídica noche de mi llegada. Jamás volví a pasar una sola noche con aquellos sorprendentes y únicos “mamíferos voladores”.

Leer más de Nosotros

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Nosotros

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 278739

elsiglo.mx