Al ver el reloj en la pared de la clínica marcaba las nueve de la noche, cuando a través de la ventana vi un joven de unos catorce años con un cachorro en brazos que apresuradamente bajaba del automóvil para traerle a consulta. Afortunadamente me había quedado en la clínica atendiendo unos pendientes y estaba a punto de cerrar. Al entrar él me di cuenta que se trataba de “Coffe” un pequeño “Yorkshire terrier” de ocho meses de edad.
Después de unos segundos entró una joven señora y me dijo consternada: “Coffe” acaba de comerse varias de las pastillas que yo tomo para mi enfermedad y lo trajimos inmediatamente. Al preguntar sobre el tiempo que había transcurrido, no más de treinta minutos me dijo, afortunadamente llevaba la envoltura de lo que había quedado del medicamento, vi que se trataba de dos carteras de tabletas de tiroxina, una hormona de la glándula tiroides, había ingerido diez pastillas de cien miligramos cada una.
En la práctica veterinaria de las pequeñas especies, los médicos tratamos las más diversas intoxicaciones, principalmente de venenos para ratas y cucarachas, solventes anticongelante, incluso por chocolate y uno que otro medicamento, pero jamás me había enfrentado a una intoxicación por una hormona tiroidea. No en todos los casos se puede provocar el vómito de ahí la importancia de saber la causa de la intoxicación y el tiempo transcurrido para realizar el lavado gástrico.
Repasé mentalmente el libro de farmacología veterinaria de Meyer Jones, que llevé en la facultad para ver los posibles efectos de una sobredosis de esta hormona, mientras preparaba rápidamente todo lo necesario para provocar el vómito a “Coffe”.
Afortunadamente todos sus signos vitales se encontraban normales, incluso el pequeño “Yorky” estaba de lo más tranquilo y feliz en los brazos de su dueña, ni siquiera pasaba por su mente lo que le tenía preparado debido a su glotonería, parecía que todavía saboreaba el postre que recién había encontrado dentro de la bolsa de mano de su dueña.
La dosis del medicamento para un adulto es una tableta de cien miligramos al día, el perrito de dos kilogramos de peso había ingerido más de un gramo de tiroxina equivalente a la porción para diez días en una persona adulta, siendo la dosis para un perro de esa talla de una quinta parte de tableta al día.
Al estar administrando el medicamento por vía oral para provocar el vómito, “Coffe” se resistía y sus dueños me ayudaban a inmovilizarle, se defendía como todo un guerrero sin agresión alguna recuerdo que me sugirieron tranquilizarlo, pero era lo menos indicado en estos casos, sobre todo por la posible broncoaspiración que pudiera suceder al provocarle el vómito, además me interesaba que estuviera consciente para ver los cambios de comportamiento debido a la intoxicación. Era tal la lucha que en una ocasión al empujar el émbolo de la jeringa, “Coffe” logró esquivarme y el medicamento fue a parar a la ropa de sus dueños manchándolos completamente, logrando escuchar un leve ¡ahhh! Por parte de la señora.
Por fin lograron administrar el medicamento y después de unos segundos se presentaron las arcadas que antecedían al vómito. Me sorprendió como en ese pequeño estómago podía alojarse la cantidad de croquetas que arrojaba, además de fragmentos de la envoltura de aluminio del medicamento y una que otra pastilla que empezaba a disolverse, fueron tres las ocasiones que arrojó alimento en grandes cantidades que se encontraba aún sin digerir.
“Coffe” se veía contrariado, (para qué me dan de comer, si luego me obligan a expulsarlo) de seguro estaría preguntándose. Después vino la calma al ver que había vaciado todo el contenido del estómago, le administré algunos medicamentos para proteger la mucosa gástrica, antiespasmódicos y analgésicos entre otros.
Uno de los efectos que ocasiona la tirotoxicosis es el aumento del apetito así como el de la frecuencia cardiaca y respiratoria además de inquietud. Realmente los perros son resistentes a la tirotoxicosis yatrógena debido al ritmo metabólico de la hormona tiroidea notablemente más rápido que en personas, pero “Coffe” había ingerido diez pastillas y para su edad y su peso, no descartaba un pronóstico de cuidado, así que me tuve que quedar algunas horas más en la clínica para ver su evolución, sólo noté una ligera taquicardia y medio grado centígrado de temperatura arriba de lo normal, que bien pudiese haber sido por el ajetreo de haber administrado el emético.
Al estarle observando en su jaula después de la aplicación de los medicamentos, pensaba. No es la primera vez que “Coffe” nos daba un susto. En una ocasión cuando tenía tres meses de edad aproximadamente, lo llevaron sus dueños a la clínica para corte de cola, estando en la mesa de exploración antes de la cirugía, empezó con aquellas arcadas que nos indica el vómito involuntario y cual fue nuestra sorpresa que a través de su pequeña boca arrojó unas medias nylon al llegar su dueña le comenté lo ocurrido, con cierta incredulidad escuchaba hasta que le mostramos “el cuerpo del delito” que había arrojado “Coffe” admitió con una apenumbrada sonrisa que son del tipo que ella usa. Recuerdo que después de que arrojó las medias, en un instante tomó un buen trozo de algodón y tuvimos que apresurarnos para que no lo tragara.
Nos platicó que su perro es una verdadera aspiradora, todo a su paso “levanta”, los botes de basura de su casa los tenía en alto fuera de su alcance. En otra ocasión sus dueños se encontraban de viaje, me llamó la trabajadora doméstica a la clínica para que fuera a revisar a “Coffe”, me decía: tiene tres días “sin hacer”, de seguro volvió a comer algo raro, además se queja mucho. Al estarle revisando en su casa me di cuenta que realmente no se encontraba estreñido, el pobre animalito tenía un tapón formado por una plasta de excremento seco pegado en el pelo que circundaba el ano que impedía que evacuara, le corté el pelo de alrededor, le unté algo de vaselina pues se encontraba muy irritada y por ende el dolor, pero estaría bien en adelante.
Al verle dentro de la jaula, fuera de peligro por la intoxicación y sus signos normales, me fui a dormir cerca de la media noche, para regresar a revisarle al día siguiente antes de mi primera clase de las siete de la mañana.
Se dio de alta al pequeño “York” en la tarde del siguiente día de su ingreso, afortunadamente el peligro había pasado y se encontraba en perfecto estado de salud, en este caso lo primordial fue la rapidez con que actuaron sus dueños para llevarle a recibir los primeros auxilios, más que los medicamentos que le administré al quedar hospitalizado.
Al entregar mi recibo de honorarios, su dueña esbozando una leve sonrisa voltea con su perro que se encontraba feliz en los brazos de sus dueños y le dice: ¡Sales muy caro “Coffe”!
Debo decir que estaba a punto de hacer un descuento, pero antes de hablar se me quedó viendo muy apenada la señora y me dijo: no es por usted doctor, el medicamento que se comió es costoso, ¡tuve que comprarlo de nuevo!