Una de las cosas que más disfruto en las reuniones mensuales de la Asociación de Veterinarios, es que al finalizar, independientemente de la cena con la que nos agasaja la mesa directiva, son las excelentes anécdotas de mis colegas que disfrutamos al calor de la charla.
No cabe duda que cada uno de los médicos, bien pudiese escribir un libro de todas las experiencias que ha vivido a través de los años dedicados a la gran cantidad de pacientes que han atendido.
Algunas de esas historias las he dado a conocer a través de esta columna, con previa autorización del protagonista y su anonimato, claro está.
Terminada la junta, mientras está el carbón en su punto o hacen los preparativos para la cena, empiezan a formarse los grupos, y la plática principal con algo de parsimonia, conforme avanzan las horas las risas son más intensas y la charla se torna más amena, los grupos disueltos empiezan a juntarse hasta llegar hacer uno solo y por lo regular acabamos todos en el grupo donde son más elocuentes las actuaciones de aquel colega que por sus gesticulaciones está contando a los demás cómo recibía una mordida en la mano de uno de sus pacientes, y por el grado de las risas, hace suponer que se trata de la anécdota del mes.
Es una lástima no poder nombrar a mis colegas, independientemente de ser excelentes médicos, también son grandes comediantes para actuar sus experiencias, uno de ellos muy conocido entre el gremio, tiene un don para contar sus anécdotas, que nos puede tener las horas oyendo sus historietas, empieza platicando una de ellas y durante la charla involucra diez temas diferentes y todos los narra con lujo de detalles.
Absolutamente todos los veterinarios hemos pasado por momentos embarazosos, que en ese instante nos gustaría creer que es una pesadilla, dicen que el tiempo lo cura todo, así que años después sentimos cierta absolución y al escuchar a mis colegas, nos da el valor para platicar nuestras propias experiencias, algunos las conocemos como ?metidas de pata? como coloquialmente le decimos a dichas ?anécdotas?.
En una ocasión uno de mis colegas a quien tengo en alta estima, en los inicios de su profesión, fue al domicilio de una cliente para la aplicación de la vacuna antirrábica para su mascota. Se trataba de un perro de la raza ?Bull Terrier?, son perros que se caracterizan por ser extremadamente fuertes y agresivos. El veterinario tiene que tomar las precauciones necesarias haciendo uso del bozal, su dueña al no permitirlo por temor a lastimar a su perro se comprometió a sujetarlo firmemente, pero al momento de sentir el pinchazo de la aguja hipodérmica, el perro se lanzó sobre mi colega, y al tratar de defenderse de la agresión, no tuvo más remedio que darle un puntapié al perro, con tan mala suerte que en lugar de darle al perro, la punta del zapato fue a dar a la boca de su dueña, y eso no fue lo peor, decía mi colega, ella al estar maldiciendo por el sangrado de su boca, se dio cuenta que le faltaba un diente, pero eso no fue lo más malo, el acabóse fue, cuando le cobré la vacuna.
Otro de mis colegas y gran amigo, que por cierto tienen mucho en común los dos. Le sucedió lo contrario con el trato de su clienta al ir a vacunar a su mascota a domicilio.
Por lo regular hacemos un itinerario del recorrido, salimos de la clínica para entregar perros y aprovechamos para las consultas y vacunas a domicilio al caer la tarde y así logramos hacer rendir más el tiempo.
En ocasiones afortunadamente hay tanto trabajo que no da tiempo para ir a comer a la casa y mucho menos para tomar una siesta que es tan reconfortante, así que terminamos exhaustos el día y más cuando éste empieza en la madrugada.
Para mi colega fue uno de esos días con bastante trabajo, al terminar de vacunar a la mascota de su clienta, le dijo que tomara asiento mientras iba por el dinero.
Mi colega y gran amigo ya no se cuece al primer hervor, es un poquitín mayor que un servidor, así que se sentó cómodamente en el reposet de la sala a esperar el pago de sus servicios.
Él jura que sólo pasaron unos cuantos segundos en que cerró y abrió los ojos, pero al despertar se percató que se encontraba cálidamente tapado con un cobertor que gentilmente habían puesto para protegerlo del frío, además lo lograron hacer tan sutilmente que no lo despertaron, habían pasado las horas y se encontraba ya oscurecido el día, para no perturbar el sueño del doctor ni las luces de la casa se atrevieron a encender.
Al despertar y darse cuenta que se había quedado profundamente dormido, quiso salir de la casa con la mayor discreción y pasar desapercibido, pero siempre estuvieron al pendiente de su descanso, no logrando realizar su objetivo.
Al despedirse de su cliente y recibir sus honorarios, muy apenado y emanando mil disculpas, dijo... ?el que debería de haber pagado es un servidor señora, por su gran hospitalidad?.
Aquí lo peor no fue haberme quedado dormido, platica mi colega. En la noche no pude dormir. ¿Por la vergüenza que pasaste? Preguntamos al unísono. No, dijo... ¡No tenía sueño!