Conocí a Raly cuando tenía 45 días de nacido, lo llevaron a la clínica para su primera vacuna, se trataba de un pequeño Dachshund de color café, también conocido como perro salchicha. Su dueña, una joven señora de lo más amable y consentidora, siempre al pendiente de sus vacunas y cuidados. Tal vez por esa razón “Raly” jamás padeció de alguna enfermedad en varios años, gozaba de excelente salud. Lo veía puntualmente para la aplicación de sus vacunas y ocasionalmente cuando necesitaba de un buen corte de uñas.
Para la última vez que le vi, se había convertido en un digno ejemplar de una exposición de campeones caninos, el pelaje de lo más sedoso y brillante, su musculatura bien resaltada, ligeramente con unos kilos de más, le daba la apariencia de un perro de gran “personalidad”, como si se tratase de un gran artista de cine.
Sólo una cosa me preocupaba: el buen carácter de “Raly” había desaparecido, ahora para realizar cualquier manejo, como la aplicación de una vacuna o administrarle algún desparasitante, había que recurrir a la sujeción, se encontraba muy temperamental, al menor descuido mío siempre intentaba poner su blanca dentadura en alguna de mis manos, creo que ya no le era de su completo agrado, sabía perfectamente que al entrar al consultorio le causaría algún dolor y al estar acostumbrado a ser el consentido de la casa y que “alguien” de bata blanca lo someta, era una ofensa muy grande que atentaba contra su dignidad.
Existen pacientes que no disimulan su enfado con el veterinario, yo les clasificaría en el grupo de perros “bravos honestos”, pues desde un principio muestran su desagrado dejando ver sus enormes colmillos con un leve gruñido cuando le estamos tomando la temperatura o auscultando jamás fingen. En cambio, hay otros que dominan su temperamento y saben disimular su enfado, entonces se concretan a estudiar nuestros movimientos y al menor descuido, nos dan la mordida sin ninguna señal de advertencia, esos pacientes pertenecen al grupo de los perros “bravos mustios”. Así era “Raly”, cauto y reservado, del tipo de los que saben aprovechar su tierno aspecto para sacar ventaja, aún así se me hacía una mascota muy agradable.
Después de cinco años de gozar de una perfecta salud, por primera vez vi a “Raly” enfermar, se encontraba sobre la mesa de exploración, aparentemente su aspecto era el mismo, sus ojos negros vivarachos esperando el menor descuido mío para darme “su saludo”. Su dueña se notaba algo preocupada, “Raly” tenía dificultades para caminar, sus extremidades posteriores no le respondían adecuadamente, realmente no me agradaba nada su aspecto, temiéndome algo serio. Después de hacerle algunas preguntas, sobretodo encaminadas hacia algún traumatismo, nada resultó anormal, no presentaba ningún dolor, ni inflamación o lesión alguna, sólo noté la pérdida de reflejos en sus patas traseras, probablemente se trataba de algún problema de columna, tal vez un desplazamiento de un disco intervertebral, o la fractura de alguna vértebra- Por la anamnesis podía descartar este último, tampoco podía dejar de sospechar de algún tumor o absceso en la columna. Solamente mediante las radiografías podíamos despejar algunas dudas sobre su enfermedad. Mientras, le administré desinflamatorios y analgésicos y lo más importante, cambiar su alimentación, recomendé una dieta especial para perros con sobrepeso.
Desafortunadamente, las razas Dachshund, Basset Hound y todas aquellas que tienen una anatomía de cuerpo alargado, se encuentran más predispuestas a problemas de columnas que otras razas de perros.
La siguiente vez que lo vi, se encontraba en peores condiciones, empezaba a arrastra sus extremidades posteriores al intentar caminar, afortunadamente no presentó ningún tumor, ni fractura de vértebras, solamente noté algún estrechamiento en algunos espacios intervertebrales, lo que me sugería un desplazamiento de discos, algunas de las veces con el tiempo vuelven a su estado normal estos anillos cartilaginosos, no había nada qué hacer más que continuar con analgésicos, vitaminas, reconstituyentes y seguir controlando su peso. Descartaba aún la cirugía, es tan delicada la columna que preferí esperar, además lo tendría que canalizar a la Ciudad de México en caso de que su dueña se animara a intervenirlo. Pasaron algunas semanas y a la siguiente visita de “Raly” lo vi arrastrándose totalmente para poder desplazarse, se me fue la sangre a los pies al ver que aquel perro lleno de vida se había convertido en un paraplejico, tal vez me vi envuelto por un sentimentalismo que hasta le vi más amigable conmigo, noté que ya no intentaba morderme, ahora él al igual que su dueña se encontraba al pendiente de mis recomendaciones y hasta de mi justificación de no aliviarle, como si comprendiera “Raly” que iba al consultorio para darle una solución a su enfermedad. Su dueña en ningún momento se desesperó o me insinuó que había fallado yo con su mascota, todo lo contrario siempre se dirigió amablemente conmigo y seguía mis indicaciones al pie de la letra, aunque bien sabíamos que los medicamentos que le administraba sólo eran para reducir las molestias no para corregirlas. Aún no había pensado en una silla para perros minusvalidos, tenía la esperanza de que saliera adelante. Pasaron algunas semanas y no le volví a ver, aún recordaba a “Raly” con la última imagen registrada en mi memoria, donde arrastraba lastimeramente sus extremidades para poder desplazarse. A la siguiente visita no podía dar crédito a lo que veía, noté un cambio extraordinario en “Raly”, presentaba algo de coordinación y reflejos en sus extremidades, también lo vi en su peso y por primera vez vi la luz en mi paciente, su dueña se encontraba muy agradecida conmigo, aunque realmente yo no había intervenido en su recuperación. Posteriormente, semana a semana, fui notando mejoría en su andar, incluso hasta su pelo lo empecé a ver más brillante y sedoso. Un día al estarle examinando, inmediatamente me percaté de aquella mirada picaresca que tenía tiempo que no la observaba y vaya que la extrañaba, esos pequeños y expresivos ojos me avisaron que el “Raly” de antaño había regresado, así que por unos cuantos centímetros sentí la brisa de aire que hacían sus fauces al cerrarse cerca de mis dedos, no me incomodé en lo absoluto, al contrario, me dio gusto saber que había vuelto a su carácter anterior, no cabe duda, estaba completamente seguro de que la recuperación de “Raly” se encontraba a la vuelta de la esquina.
Hace unos días recibimos a “Raly” para la aplicación de sus vacunas, como lo hemos venido haciendo en el transcurso de seis años. Con gran satisfacción le vi caminar perfectamente y también observé que había vuelto felizmente a las andadas, había recuperado su sobrepeso, pero lo que más disfruto es el duelo de inteligencia que seguimos practicando, uno estudia cautelosamente los movimientos de su oponente para al menor descuido pescarle la mano de una mordida, y el otro está a la defensiva teniendo que reconocer exactamente el instante en el que el ofensor se decide a atacar a través de su expresión para poder reaccionar esquivando rápidamente la blanca dentadura, pero debo confesar que prefiero ya no arriesgarme y mucho menos subestimar a mi adversario, y he decidido irme por lo más sensato y hacer uso del insustituible e infalible bozal.