Terminábamos la reunión mensual de nuestra asociación y se empezaban a formar los pequeños grupos que hacemos los veterinarios para platicar lo trivial, pero sobre todo las anécdotas de nuestro trajinar diario con las mascotas, después de unos minutos nos disponíamos a cenar, ya sentados en la mesa uno de mis colegas me dio un escrito sin tener yo la más remota idea de lo que se trataba, empecé a leer y vi que se trataba de una carta muy emotiva de agradecimiento que le escribía una cliente por haber atendido a su perro en la fase terminal, también mencionaba brevemente, la historia de su querida mascota.
“Bierzo” era un cachorro Boxer de color café, estaba por cumplir los tres mes de edad cuando su dueña le había llevado de urgencia a consulta por una serie de problemas que padecía: había dejado de comer, se encontraba muy decaído, presentaba vómito y diarrea. Después de evaluarlo la doctora, les dijo que su pronóstico era grave, se encontraba semi inconsciente, deshidratado, padecía de gastroenteritis hemorrágica. Sus dueños le querían dejar hospitalizado, pero la doctora les dijo que desafortunadamente la enfermedad se encontraba muy avanzada, no les daba ninguna esperanza de vida, sólo era cuestión de horas su deceso, no podía hospitalizarlo así.
Muy angustiada su dueña resistiéndose a la muerte de su mascota le pidió que le recetara algo para cuidarlo en casa, la doctora le prescribía algunos medicamentos, al surtirlos su dueña se pasó en vela toda la noche sentada en la sala de su casa administrándole a cada momento pequeñas dosis de suero oral, sin dejar de acariciar a su mascota le decía: ¡No te rindas pequeño, ya verás cómo te alivias! Fue así que pasó toda la noche con el cachorro moribundo en sus brazos.
Durante los siguientes días en ningún momento el pequeño “Bierzo” permaneció sin compañía, el mayor temor de sus dueños era que no estuvieran presentes en caso de una emergencia, no resistirían la pena de haberle abandonado si le sucediera algo, así que se turnaban para que el cachorro siempre estuviera bajo los cuidados de algún miembro de la familia, durante el día los niños tenían sus actividades al igual que la señora, así que la mamá de la dueña de “Bierzo” era la encargada del turno matutino.
Pasaron los días y esa entrega a la mascota tuvo su recompensa, el pequeño Boxer salió adelante de su enfermedad, creció sano y fuerte como un toro, jamás volvió a enfermar en más de diez años.
En ocasiones no nos explicamos los médicos dedicados a las pequeñas especies, cómo el amor y la fe hacen posible que las mascotas recobren la salud después de haber sido desahuciadas como le sucedió a “Bierzo”, ocurriendo un verdadero milagro. Estoy seguro que la doctora a quien no tengo el gusto de conocerle, actuó de una manera sensata y honesta, tal vez si se hubiese quedado hospitalizado el cachorro es muy probable que no hubiera pasado la noche. Más que los medicamentos que le aplicaron al enfermo, fue el cariño y el respeto a la vida que le tuvieron sus dueños a un ser indefenso que tenía todo el deseo de vivir.
No se equivocaron sus dueños al dedicar esas noches de insomnio para salvar la vida a “Bierzo”, cosechando el fruto con creces disfrutando de su compañía durante años, los niños crecieron junto a él aprendiendo a expresar sus emociones y el amor a su mascota que entendía y disfrutaba “su familia”, y lo más importante, era recíproco el cariño y los sentimientos hacia sus amos.
Los niños y “Bierzo” crecieron juntos eran inseparables, durante el día permanecía dentro de la casa mientras estuvieran ellos, en la noche se comportaba como un perfecto guardián en el patio de la casa.
Con el paso del tiempo aquellos niños se convirtieron en hombres partiendo de casa para formar su propio hogar quedando “Bierzo” como única compañía de su dueña, logrando tal identificación que se daba entender con su mirada tan expresiva que lo decía todo, mientras él lograba captar el estado de ánimo de su dueña con sólo verle y escuchar su voz.
Desafortunadamente el tiempo de vida de las mascotas es fugaz, por tal razón viven con toda intensidad demostrando un gran amor a sus dueños no dejando pasar un solo instante de su vida para obsequiar un ladrido de gusto al ver a su amo, el movimiento de su rabo que refleja la alegría y el contorneo de su cuerpo donde rinde pleitesía hacia sus seres queridos. Todo en la vida tiene un ciclo y el buen “Bierzo” había llegado a la vejez, tal vez es el premio que tienen ellos por haber sido tan nobles compañeros, una vida intensa pero corta con una muerte sin sufrimientos, ellos no conocen la agonía de enfermedades terminales de largo tiempo, afortunadamente los dueños tienen la facultad para decidir evitando el dolor y el sufrimiento de las mascotas en la fase terminal, dándole una muerte digna, llevándole al veterinario.
En los últimos momentos su dueña le abrazaba, y él con su mirada que lo decía todo, ya sin esa expresión vigorosa la veía llorar, como diciendo “siento mucho causarte este dolor, no quisiera que por mi culpa sufrieras”.
Es entonces cuando se toma la difícil decisión de que deje de sufrir para siempre el veterinario administra una dosis de anestésico y en cuestión de segundos duerme profundamente, al incrementar la dosis deja de respirar y el corazón deja de latir paulatinamente, pone fin a la angustia del dueño y descansa para siempre la mascota.
“Bierzo” vivió intensamente once años como el perro más feliz de la faz de la tierra, dejó sembrada la semilla de amor y de unión en la familia, ahora él está en el cielo de los perros viendo la manera de regresar con sus dueños a través de otro cachorro, sabemos que jamás ocupará ese lugar tan especial, pero deben darle la oportunidad así como lo hicieron de pequeño al enfermarse y sólo les dirá al llegar: ¡Amo aquí estoy de nuevo, abre una vez más tu corazón como sólo tú sabes hacerlo!