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Pequeñas especies / “UN VETERINARIO EN LA SECUNDARIA”

M. V. Z. Francisco Núñez González

Antes de empezar a narrar una de las experiencias más agradables, donde he tenido la fortuna de formar parte de la docencia en una de las escuelas con mayor prestigio a nivel nacional, la Secundaria Técnica Número Uno, de la ciudad de Torreón, en la cual me encuentro a unos meses de culminar mi ciclo de trabajo por años de servicio, quiero hacer mención sobre la titánica labor del maestro y no me refiero exclusivamente al maestro de secundaria, mi respeto y admiración al incansable maestro de primaria, y a todos en general, donde realmente se entregan diariamente a una de las tareas más bellas y extenuantes de la educación. La enseñanza básica, una actividad de muchas satisfacciones, difícil y agotadora, donde desafortunadamente en nuestro país aún no ha sido valorada como debería ser, creo que es al contrario, ahora se pretende alargar la longevidad del maestro a los sesenta años de edad, no importando la calidad de la enseñanza, sino el cuidado del presupuesto.

No soy un maestro normalista, pero me cabe el orgullo decir que realicé estudios de nivelación pedagógica y fue una de las experiencias más agradables que he tenido en la vida, aunque debo de confesar que al principio asistía a regañadientes por ausentarme de mi consultorio los sábados, pero después de algunas semanas de clases, llegaba puntual, y lo más sorprendente, hacía la tarea, pero lo que más importaba era que asistía convencido de lo que estaba realizando, fue una riqueza de intercambio de opiniones entre todos mis compañeros, y un ambiente agradable y fraternal que nos hizo rejuvenecer veinte años a pesar de nuestras canas logramos tal amistad que aún nos seguimos procurando los buenos amigos. Soy consciente de que no soy el mejor de los maestros de la secundaria, me considero un profesor estricto mas no injusto y trato siempre de inculcar a los alumnos disciplina y valores ante todo, labor que me hace sentir satisfecho con mi trabajo.

Imparto la materia de biología, donde afortunadamente poseo un gran número de anécdotas y vivencias para ampliar temas, recordando algunas de las experiencias con mis pacientes y alguna que otra materia que cursé en la Facultad de Veterinaria.

Durante el curso trato de alentar el autoestima del alumno, y así no pueda utilizar excusas para no cumplir con tareas o trabajos, al recordar mi secundaria, yo fui un experto para eludir algunas de mis obligaciones. Trato de que siempre estén actualizados con los problemas que se relacionan con la naturaleza de nuestro entorno, para así buscar una solución o simplemente la manera de evitarlos, y la fuente de información es muy sencilla, los mismos periódicos, es una forma de salir de la rutina de los programas de estudio, que son extensos y agotadores. Recuerdo la anécdota de una ex alumna, ahora profesionista, lloraba por no haber encontrado una tarea que había encargado del periódico, se trataba de una consulta sobre la enfermedad del dengue y la manera de evitarla, al ver ella que todos cumplían con la información, más entristecía, afortunadamente todo terminó en una sonrisa, cuando ella se dio cuenta de su error, en lugar de consultar dengue, había buscado “merengue”. Otra de las ventajas que he tenido, relacionando la profesión de veterinario con la docencia, son las prácticas de laboratorio, por ejemplo cuando diseccionábamos un conejo. Después de los respectivos permisos del director y de los padres de familia para la práctica de laboratorio, cada equipo llevaba un conejo al finalizar el curso, donde no sólo se trataba de una práctica común, también era la aplicación de un examen oral, donde cada alumno disecciona un aparato al azar, y describe el órgano y la función de ese aparato.

Los alumnos lo toman muy en serio pues se encuentran ataviados con su inmaculada bata blanca, guantes de cirujano y hay quienes utilizan muy formalmente el cubrebocas, y su respectivo instrumental de cirugía. Toman tan en serio la práctica, que estudian perfectamente la anatomía y fisiología, al grado que la mayoría describe el órgano o víscera que les solicito. Ha sido tanta mi satisfacción, que en una ocasión tuve a dos pasantes de veterinaria en la clínica, y en una cirugía que realizaba, les pregunté el nombre de un órgano determinado, dudaron no así los tremendos alumnos de secundaria. Lo único de lamentar en esas prácticas, eran las discretas lágrimas que derramaba una que otra alumna, al ver el pequeño conejo completamente dormido por la anestesia listo para ser diseccionado.

Anteriormente impartía clases a quince grupos de cincuenta alumnos, alrededor de setecientos cincuenta alumnos les daba clase diariamente, y a los tres grados de secundaria, no es queja, era mi sagrado trabajo, desafortunadamente era agotador, pues cansa extremadamente el simple hecho de captar la atención del alumno sólo para que guarde silencio y muestre interés en la clase sobre todo al finalizar el día, para eso contaba con un recurso muy poderoso, hablar de mi profesión, cada maestro siempre trae un as bajo la manga y tiene su propio método para impartir clase, por lo cual les admiro.

Nunca olvidaré que en una ocasión estaba claudicando, y le comentaba a un directivo de la escuela que por primera vez me sentía desmotivado y cansado de impartir clases, al salir de la escuela una alumna ajena a mis comentarios, se acercó y me comentó que le agradaba mucho la biología y la manera que la impartía, era la clase en que menos se aburría. Esas palabras tan inocentes y sinceras, actuaron como si me hubiesen aplicado vitaminas en el alma, mi expresión cambió y me fui a casa con una enorme sonrisa.

Con el nuevo progrmaa de estudios, ya no imparto clases a tanto grupo, ni a todos los grados, ahora a cada grupo de primer grado le imparto el doble de horas a comparación de otros años. Todos mis compañeros de la secundaria son excelentes maestros, absolutamente mejores catedráticos que un servidor, realmente los admiro y les respeto por su entrega, su capacidad y paciencia hacia los alumnos, de ahí el lugar privilegiado que ocupa nuestra secundaria. Haciendo una recopilación sobre los años dedicados a la docencia que estoy a punto de culminar, afortunadamente he recibido más satisfacciones que sinsabores, como todo ser humano los ha tenido en la vida, pero creo que la satisfacción más grande que he recibido fue para un día del maestro hace algunos años.

Nos encontrábamos los maestros en la biblioteca de la escuela y una comisión de alumnos se había puesto de acuerdo con todo el alumnado para otorgar una medalla de reconocimiento al maestro que iban mencionando por determinado mérito. La medalla consistía en una moneda de chocolate de envoltura dorada, con un enorme listón rojo que lo colocaban en el cuello del maestro acreedor; nombraban el mérito o la cualidad y a continuación el nombre del maestro; ¡al maestro más alegre!, ¡al maestro más puntual! Y así fueron mencionando; al más estricto, al mejor vestido, al de mejor carácter, en fin, yo esperaba tal vez la del más gruñón si bien me iba, pero creo que no me encontraba en la lista de los alumnos. Sólo faltaba la última presea, intencionalmente la habían dejado al último, pues era la de mayor mérito y se trataba para el maestro que mejor imparte clase. Luego, increíblemente me nombraron.

Ese chocolate simbólico de envoltura dorada ha sido el mejor de los reconocimientos que he recibido en la noble, hermosa, colosal, orgullosa, extenuante y no muy bien remunerada, profesión de maestro.

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