Se encontraba “Simba” en consulta, un perrito Shih tzú de ocho meses de edad, esa apariencia que presentaba nos es muy familiar a los veterinarios, expresión de dolor y debilidad, clásica en el perro enfermo, sus dueños habían pasado la noche en vela debido al incesante vómito que padecía.
Era la primera vez que veía a “Simba” como paciente, al estar realizando la historia clínica me di cuenta que afortunadamente contaba con todas sus vacunas, ya terminada la auscultación del paciente todo parecía indicar que se trataba de una gastroenteritis infecciosa de origen bacteriano, afortunadamente no viral, la gravedad del paciente hacía que actuáramos con rapidez dando un tratamiento de inmediato, sin esperar resultados de análisis del laboratorio.
Su dueña se encontraba muy afligida al igual que su pequeña hija, habían tenido la amarga experiencia de que tres mascotas anteriores habían fallecido supuestamente por “parvovirus”, por lo cual me preguntaba muy preocupada su dueña que si resultaba ser de nuevo la misma enfermedad, sería mejor que sacrificara a “Simba” para que dejara de sufrir. Lamentablemente hay quienes al ver un cuadro severo de gastroenteritis inmediatamente “diagnostican” parvovirus, sin llegar a realizar un examen completo del paciente y por consecuencia no administran un tratamiento adecuado, y si aunamos que el dueño del perro deja pasar ese tiempo valioso esperando a que se alivie por sí mismo o lo automedica, será la gran diferencia de que el paciente logre salir adelante o muera.
En estos casos, son dos las causas principales del deceso de los pacientes cuando el dueño tarda en llevar a su perro con el veterinario. En primer lugar el sufrimiento de las mascotas, el dolor por sí solo podrá ocasionar la muerte del paciente, independientemente del agente causal de la enfermedad. La otra causa será deshidratación, la pérdida de líquidos a través de las evacuaciones es de suma importancia, si no restituimos el líquido perdido de inmediato a través del suero por vía endovenosa, es seguro un daño irreversible a su organismo y al aplicarlo demasiado tarde ya no se obtendrán los resultados esperados.
Afortunadamente “Simba” había empezado con la sintomatología la noche anterior, y al día siguiente se encontraba hospitalizado en la clínica, se trataba de un perrito miniatura con un manto de pelo largo blanco y negro, de cuatro kilogramos de peso, de lo más simpático y agradable, aún y en su estado crítico en que se encontraba, al escuchar su nombre hacía el intento de mover su rabo alegremente a pesar de su enfermedad.
Inmediatamente se canalizó por vía endovenosa y se aplicó la mayoría de los medicamentos por ese conducto, en ocasiones se requiere tranquilizar al paciente pero en este caso no hubo necesidad debido al estado de debilidad en que se encontraba.
Pasó las siguientes veinticuatro horas con cuidados intensivos y afortunadamente el organismo de “Simba” respondió de maravilla, al día siguiente sólo presentó un solo vómito a comparación del día anterior que fueron docenas de evacuaciones entre vómito y diarrea. Se le administraba alimento en forma de papilla de manera manual, pues aún se encontraba débil e inapetente, al segundo día de la hospitalización su semblante era otro, movía la cola al hablarle como si fuésemos viejos conocidos, además parecía sonreír cuando nos dirigíamos a él.
Se dio de alta “Simba” al tercer día de su ingreso a la clínica, su dueña que en ningún momento dejó de preguntar telefónicamente por su agradable mascota, al ir por él a la clínica, inmediatamente empezó a ladrar de gusto y al sacarle de la jaula su comportamiento vivaz y juguetón hizo que su dueña dudara que fuera el mismo perrito y que estuviera completamente recuperado, el mejor pago fue aquella tierna estampa que me obsequió la pequeña niña abrazando a “Simba” lo mucho que le quería y extrañaba.
Estoy seguro que cualquiera de mis colegas especialistas con un buen protocolo habría sacado el caso adelante, tal vez les extrañe que comente este tipo de enfermedad que vemos a diario en las clínicas y estoy de acuerdo que no hay nada de extraordinario, donde no estoy de acuerdo, son en esas tres mascotas que se les diagnosticó “parvovirus” aún vacunados y que hayan fallecido, y que “Simba” estuvo a punto de ser sacrificado por las experiencias anteriores.
Realmente el mérito fue de sus dueños, gracias a ellos que actuaron con prontitud hizo posible haber logrado sacar adelante al pequeño Shih tzú. Quienes estamos dedicados a esto, podríamos decir que en muchas de las ocasiones ése es nuestro principal enemigo, el tiempo, que es directamente proporcional al sufrimiento de la mascota.
Estoy convencido de que siempre obtendremos el cincuenta por ciento de la batalla ganada cuando el paciente es llevado sin demoras al veterinario, claro siempre y cuando éste no resulte con que la enfermedad “Huele a parvo”.
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