Tenía días sin comer a comparación como estaba acostumbrado hacerlo, era muy notorio su problema, tenía quince años gozando de un excelente apetito, tal vez sea por su edad se preguntaba el dueño de “Kelly”. Se trataba de un perrito de la raza “Poodle”, blanco, de unos cinco kilogramos de peso, se habían percatado de su mala dentadura y por lo tanto le daban una dieta blanda de un tiempo atrás.
Al estar revisando la boca de “Kelly” notaron que unos dientes incisivos se encontraban demasiado flojos, así que su dueño decidió llevarlo al veterinario.
Estando en el consultorio, el dueño de “Kelly” le explicó el problema a mi asistente, yo me encontraba ausente. Había un pequeño inconveniente, él quería que en ese momento le extrajera los dientes con un simple jalón, la doctora le explicó que le tendríamos que evaluar, pues se trataba de un paciente geriátrico de más de quince años, al compararlo con la edad de nosotros tratábamos con un paciente de más de noventa años y lo más probable era que lo tendríamos que sedar para realizar las extracciones dentales, a reserva de evaluarlo hasta mi regreso, su propietario aceptó y lo dejó hospitalizado para su recuperación. Al revisarlo me di cuenta que estaba sufriendo “Kelly”, independientemente de los incisivos y algunos molares flojos, presentaba una gingivitis severa o inflamación de las encías provocada por la enorme capa de sarro que cubría exageradamente la totalidad de las piezas dentales y por ende una halitosis o mal olor de la boca. La frecuencia cardiaca y respiratoria se encontraban normales así como su temperatura corporal, era evidente la opacidad del cristalino en ambos ojos a causa de la edad, sin embargo era buen candidato para practicarle la profilaxis dental con anestesia general que urgía, así como las extracciones. Nunca había visto que la placa bacteriana cubriera en su totalidad a cada uno de los cuatro colmillos, algunos de los incisivos que se encontraban flojos casi creo que hubiesen salido sin la necesidad de utilizar las pinzas, en total se extrajeron cinco incisivos y dos molares, las pocas piezas dentales con que se quedó “Kelly” quedaron relucientes y se encontraban perfectamente adheridos a los maxilares.
Al regresar su propietario por el viejo “Kelly”, le expliqué sobre la limpieza dental que le habíamos practicado a su mascota, así como las posibles molestias que pudiese presentar, por lo tanto me lo traería los tres próximos días para la aplicación de antibióticos, desinflamatorios y analgésicos.
Al salir de la clínica “Kelly” completamente despierto con su propietario, alcancé a notar que éste salía sorprendido, sólo espero que no haya sido por mis honorarios, pero creo que fue por la pequeña bolsa de plástico que contenía las piezas dentales, que sólo le había mostrado para que se enterara del trabajo que habíamos realizado, la llevaba como si se tratase de algo inaudito, no dejaba de observar la bolsa con el montón de dientes de su perro.
Al día siguiente que llevaron a “Kelly” para la aplicación de sus medicamentos, hice la pregunta obligada, ¿cómo ha visto al perrito? Un poco triste, me contestó, sigue sin apetito y él siempre ha sido de muy buen comer. Es natural, le contesté, vamos a esperar que actúen los medicamentos y que desinflamen un poco sus encías, debe de sentirse mejor después de haber quitado esa capa enorme de sarro que le cubría completamente su dentadura.
Al tercer día de llevar a “Kelly” me dice su propietario. Doctor, es otro mi perro, le quedaron muy bien sus colmillos, (era lo único que se le podía ver, pues había quedado sin ningún diente incisivo) ya no le huele mal la boca. ¡Ya recuperó su buen diente!