La plaza es el espacio público por excelencia. A lo largo de la historia de la civilización urbana, su función se ha ido modificando de acuerdo al contexto social, político y económico de cada época y de cada población. La evolución de una ciudad define la importancia de la plaza como lugar de encuentro, esparcimiento y/o intercambio de los habitantes. La transformación del espacio público acompaña al devenir de la urbe, devenir en el que intervienen todos los que conviven por necesidad o voluntad en un mismo lugar. Hoy, casi todos parecen coincidir en que la Plaza de Armas de Torreón debe ser mejorada o “rescatada”, pero cabe preguntar: ¿para qué? ¿qué significa para los torreonenses hoy ese espacio y en qué desean convertirlo?
La plaza como corazón físico y simbólico de la ciudad tiene su origen en la Antigua Grecia, en donde la participación de un amplio sector de la población en los asuntos de la polis era el motor de las sociedades democráticas. En el ágora y los edificios que la rodeaban se discutían asuntos públicos, se cerraban tratos comerciales, se realizaban juicios, se practicaban ceremonias religiosas. En él convergían las personas en quienes recaía la toma de decisiones de los temas más trascendentes de la vida de la ciudad. El foro de la Roma Antigua tenía en principio la misma función.
El declive de la cultura grecorromana trajo consigo una decadencia de la civilización urbana. En la llamada Edad Media, las ciudades perdieron la importancia que habían adquirido durante el Imperio Romano y el centro de la sociedad se trasladó a las áreas rurales. Entonces la plaza dejó de ser el punto de encuentro. No fue sino hasta la consolidación de las ciudades de la época renacentista y la reactivación del comercio cuando el espacio público recobró su antigua vitalidad en Europa. En ese periodo comienza a conformarse el modelo de plaza que sería exportado luego a América: una superficie cuadrangular decorada y rodeada de edificios donde se concentraba el poder político, económico y religioso. La mayoría de las plazas mexicanas conserva aún esta estructura.
Es en el siglo XIX, en pleno auge de la revolución industrial, cuando surge la necesidad de dotar al espacio público de áreas verdes bajo el concepto de lugar de paseo y descanso de los citadinos. La revolución del automóvil obligó a replantear las ciudades y con ello las mismas plazas. El crecimiento desbordado de las urbes en el siglo XX y la multiplicación de las actividades económicas han ido propiciando la disposición de nuevos espacios que han llegado a competir con la plaza principal, la cual, no obstante, ha conservado su valor como símbolo.
La ciudad de Torreón es hija de la concepción de progreso prevaleciente bajo el Porfiriato. Como población con Gobierno propio nace en 1893 y tan sólo cinco años después, en 1898, se le dota de una plaza principal, la cual se llamó primero Plaza 2 de Abril (en alusión a la fecha de la batalla en la que Porfirio Díaz en 1867 recuperó la ciudad de Puebla del régimen imperial francés), hoy Plaza de Armas. El mismo año en que Torreón fue elevada a la categoría de ciudad, en 1907, la plaza fue embellecida con cuatro fuentes decoradas con el mismo número de esculturas metálicas y un kiosco central. Poco a poco fue adquiriendo el aspecto que hoy guarda con sus árboles, bancas, jardines, pasillos y torre de reloj, y desde 1990 es considerada Patrimonio Histórico de la Ciudad.
Dos peculiaridades hacen de la Plaza de Armas un espacio diferente al que hay en otras ciudades del país: a su alrededor no hay templos católicos ni edificios sede de Gobierno y físicamente no está ubicada en el centro de la ciudad, sino que por el crecimiento de Torreón hacia el oriente, ya quedó en el extremo poniente.
En los últimos años, so pretexto del primer centenario de la ciudad, han surgido proyectos para transformar el paseo público y su entorno con el fin de rescatar el Centro Histórico. En particular dos planes han causado polémica: uno, construir un estacionamiento subterráneo (idea que viene desde los años setenta) y dos, convertir la plaza en un zócalo, lo que quiera que eso signifique.
Pero más allá de la controversia, es necesario valorar dos aspectos antes de tomar una decisión. Primero se debe reflexionar sobre la importancia histórica, práctica o simbólica que hoy tiene para una ciudad como Torreón una plaza con las características arriba mencionadas. Luego se debe plantear la pregunta de qué es lo que se quiere hacer de ese lugar, es decir, qué finalidad se le desea dar. Pero este proceso de análisis no debe ser exclusivo de las autoridades o de algunos grupos sociales, sino que en él debe participar toda la ciudadanía, ya que se trata de un espacio público -el más emblemático de la ciudad- y por lo tanto, debe tomarse una decisión que sea democrática y respetuosa del entorno y la historia de nuestra ciudad.
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