Atajemos la simplonería o la mala intención de abrir, o ahondar una brecha entre dos notables hacedores de cine, Guillermo Arriaga y Alejandro González Iñárritu, porque en realidad cada uno sostiene una misma verdad: que el cine es una labor de equipo. Cualquiera que sea la razón por la que se hayan distanciado profesionalmente, en ese punto no discrepan, aunque haya quien pretenda que Arriaga demerita la tarea del director de una cinta y la del resto de quienes participan en ella para sobreponer la figura del escritor.
No lo hace. Al contrario, al difundir el manifiesto de los escritores de cine europeos -a él no le gusta ser llamado guionista, porque le parece que el término reduce la importancia del trabajo literario- Arriaga sostiene, como lo hicieron sus colegas en la Berlinale, que ?el guionista de una película es también uno de sus autores?. Él va más allá: en vez de pretender ostentarse como el único creador de una pieza cinematográfica, propone que la división del trabajo se refleje en la atribución de los créditos: que no se diga ?una película de?, seguido del nombre del director, sino ?una película dirigida por?, ?una película escrita por?, ?una película actuada por?.
Lo acompaña en su razonamiento, aunque no lo aduzca, el modo en que ha evolucionado la recepción pública de la producción cinematográfica. Durante largo tiempo, las cintas eran identificadas por sus protagonistas, las estrellas y los astros del firmamento fílmico. Fue lenta la introducción del concepto de ?cine de autor?, en que los directores adquirieron relevancia. Todo el mundo sabe que la clásica entre las clásicas, Casablanca, fulgió por la presencia de Ingrid Bergman y Humphrey Bogart, pero casi nadie mencionaba, hasta que la película se convirtió en objeto de culto, que la dirigió Michael Curtiz, y menos que escribieron el guión Jules y Phillip Epstein y Howard Koch. En nuestro medio el gran público sabía que en Nosotros los pobres y Ustedes los ricos actuaba Blanca Estela Pavón y Pedro Infante y reparaba menos, o casi nada, en que dirigió esas cintas Ismael Rodríguez, e ignoraba que el guión fue escrito por Pedro de Urdimalas, nombre artístico de Jesús Camacho Villaseñor que al escoger seudónimo se adscribió al modo de ser del pícaro Pedro de Urdemalas, personaje del Quijote.
González Iñárritu fue probablemente inducido a creer que Arriaga había dicho algo diferente de eso y el 19 de febrero firmó una carta dirigida al escritor, en que se hizo acompañar por Adriana Barraza, Gael García Bernal, Rodrigo Prieto y Gustavo Santaolalla, en que le reprochan ?desconocer que el cine es un arte de profunda colaboración?, cuando que esa es exactamente la postura de Arriaga, a quien errónea o falazmente atribuyen una ?injustificada obsesión por reclamar la sola autoría de una película?, algo que Arriaga jamás ha pretendido. De allí saltan a una conclusión más amplia, semejante a las neuróticas recriminaciones conyugales que generalizan una actitud en particular: ?No fuiste -y nunca te has dejado sentir- parte de este equipo y tus declaraciones son lamentables y un muy reductivo (sic) punto final de este maravilloso y colectivo proceso que nosotros hemos vivido y ahora celebramos?.
Cada quien es libre de generar o introducirse en las querellas que quiera, aunque en este caso lo deseable es fijar la litis, es decir partir de las afirmaciones de Arriaga, las que verdaderamente emitió y no de interpretaciones que en el mejor de los casos son erróneas. O sea que no hay riñas estilo Amores perros sino confusión de lenguas como en la torre famosa.
La renuncia de Arriaga a continuar la colaboración con el director fue anterior a que explicitara sus nociones y convicciones sobre los créditos. El 16 de enero dijo a Carlos Loret de Mola que ?va a ser sano que cada quien emprenda un camino distinto?. Cada uno de ellos, en efecto, es dueño de su propio territorio y ha cultivado su jardín.
González Iñárritu comenzó su actividad profesional como montadiscos, ?dj? en la jerga espanglesh que domina las industrias del sonido, en la Xew-Fm y como publicista de Televisa, antes de formar su propia agencia, Zeta films (que con gracia lo denominó ?empleado del mes? cuando Babel obtuvo el Globo de oro). Si bien realizó un cortometraje para el consorcio televisivo y realizó en Estados Unidos estudios informales de cinematografía, a partir de 2000 sus momentos estelares han estado vinculados con Arriaga, pues uno dirigió y el otro escribió Amores perros, Veintiún gramos y Babel. En 2002, González Iñárritu realizó, sin la colaboración de Arriaga, una de las porciones de la película sobre el Once de septiembre promovida por Wim Wenders y Ken Loach, un trabajo que no fue tan afortunado como sus películas enteras.
Han sido y son más dilatados los horizontes de Arriaga, cuya formación universitaria (en la Iberoamericana, donde también enseñó, lo mismo que en el Tec de Monterrey, sede leonesa) fue bien aprovechada. Comenzó a escribir hace más de veinte años (relatos de aquella época han sido recogidos en Retorno 201) y sus novelas Escuadrón guillotina, Un dulce olor a muerte y El búfalo en la noche han sido bien recibidas por la crítica en varios idiomas. El búfalo se convirtió en película que él mismo dirigió y tuvo buena fortuna en el Festival Sundance del año pasado. Y en el de Cannes de hace dos obtuvo la Palma de oro al mejor guión, el de Las tres muertes de Melquiades Estrada, dirigida por Tommy Lee Jones.