Para denostar a su principal antagonista durante la campaña electoral, el candidato del PAN Felipe Calderón y su partido difundieron un spot en que lo comparaban con el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, a quien en ese mensaje y en cuanto oportunidad había descalificaban con extrema dureza. Manuel Espino, el dirigente panista, expresó por su parte apoyo pleno al candidato opositor al comandante de paracaidistas que el tres de diciembre pasado fue elegido por tercera vez primer mandatario de su país. Como si nada de eso hubiera ocurrido, como si Chávez se hubiera sumado complaciente y pronto a los prematuros reconocimientos a la victoria ilegalmente dictaminada por el IFE antes de que concluyera el proceso electoral (de hecho nunca lo hizo el venezolano, quien en cambio sospechó de la elección), Calderón hizo carantoñas a quien fue la estrella en la toma de posesión de Daniel Ortega, que asumió una vez la Presidencia de Nicaragua. Chávez hizo lo propio horas antes en Caracas, por lo que fue necesario que la ceremonia en Managua se demorara en espera del huésped principal.
Esa doblez del presidente mexicano puede ser comprensible y necesaria. Su antecesor, tan desaprensivo en su conducta y habla como su homólogo venezolano, participó en un proceso de deterioro que puso a la relación entre los dos países al borde de la ruptura. Los embajadores respectivos volvieron a sus capitales en el momento más agudo de la crisis. Por lo tanto, es sano y útil que no se prolongue una actitud errónea y estéril. Antes que Calderón se encontrara con Chávez, al pasar, la Cancillería anunció que se buscaría mejorar el nexo con Venezuela. Por lo tanto, no objeto que Calderón elija un camino distinto al marcado por Vicente Fox. Lo que señalo es sólo la doblez, la práctica de dos modos de ser encontrados, en que uno pretende encubrir al otro, cuando no se sostiene un dicho previamente proferido. Es la doblez del sapo que en un mitin en la selva cuestiona el autoritarismo del rey, el león que se hallaba ausente en el momento de la diatriba del batracio, pero que algo percibió de lo dicho. Por ello preguntó al sapo cómo estaba a lo que su interlocutor contestó, ?aquí nomás, de bocón?.
La dualidad presidencial en ese caso, que puede ser en realidad un ejercicio de sensatez y acaso genere efectos positivos para la política exterior mexicana, es de naturaleza distinta a la que el propio Calderón practicó el martes, cuando viajó a Puebla y saludó al gobernador Mario Marín. Su índole diversa radica en que el encuentro fue utilizado por el Ejecutivo local como un espaldarazo. En los hechos, además, puede tener consecuencias nocivas, pues Marín es objeto de averiguaciones previas en el Ministerio Público federal cuya cabeza, el procurador general de la República es un dependiente de la Presidencia, susceptible de influencia política en el ejercicio de sus funciones.
En febrero pasado, Calderón estaba en campaña, había revisado su estilo original (cuando confesó que había sido infiel a su modo real de ser) en el momento en que se dieron a conocer las conversaciones telefónicas entre Kamel Nacif y el ?Gober Precioso?, llamado así en el ameno coloquio que fue grabado y difundido para conocimiento general. Por convicción o por conveniencia o por ambas, el candidato panista se lanzó contra Marín. No se limitó a descalificar su conducta, como el caso ameritaba sino que se sumó explícitamente a la iniciativa de someterlo a juicio político.
De corta memoria, el presidente olvidó su dicho. O, habilidoso aunque eso suponga dejar de lado los escrúpulos, no rehusó recibir el uncioso saludo de Marín, que si llega al extremo de hacerse propaganda cuando es visitado por un falso rey, un charlatán, con mucha mayor razón lo hizo aprovechando la visita presidencial. Calderón viajó a Hueytlalpan, en la Sierra norte de Puebla, uno de los municipios de mayor pobreza en el país, para echar a andar La estrategia integral para el desarrollo social de los municipios marginados. Dado que la penuria municipal no es dolencia exclusiva de Puebla, el lanzamiento de esa iniciativa pudo haberse hecho en otra entidad, cuyo mandatario no esté sometido a indagaciones ministeriales y hasta a una de carácter peculiar, a cargo de la Suprema Corte de Justicia, y al que Calderón no se hubiera referido peyorativamente.
Al proceder como lo hizo, el presidente cohonestó a quien había criticado, sin que hubieran cambiado las circunstancias que dieron lugar a su descalificación. Por eso la doblez de Calderón, explicable como la conducta federal que ha consolidado en Oaxaca a Ulises Ruiz, para bienquistarse con el PRI, va más allá de un acto de hipocresía o si se quiere ver su cara positiva, de un gesto de buenas maneras políticas. Han transcurrido ya muchos meses desde que Lydia Cacho denunció al ?Gober Precioso? ante las dos fiscalías federales que le conciernen, como mujer y periodista que es y no ha habido avance en la averiguación. La relación entre Calderón y Marín puede influir en el resultado de ese procedimiento, salvo que fuera sólo un gesto impertinente por impensado.
Podría no serlo y al contrario, indicar que se ha tomado la decisión de dejar a salvo a Marín, si tampoco lo fue la cordialísima y risueña visita de ministros de la Corte a Puebla, hace un mes. Al saludar satisfechos, como lo hicieron al gobernador, los ministros parecieron ignorantes de que, en cierto modo, Marín está sujeto si no a su jurisdicción, sí a su competencia.