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Plaza Pública| Calderón en Yucatán

Miguel Ángel Granados Chapa

A la vieja usanza (y también al estilo reciente, pues Vicente Fox lo practicó), el presidente Felipe Calderón estuvo el lunes unas horas en Yucatán, con ningún propósito significativo más que hacer propaganda a favor de su partido cuando faltan cuarenta días para unos comicios marcados por la división interna del PAN y el eventual riesgo de perder, por esa causa, la gubernatura ganada hace seis años.

Yucatán es una plaza calderonista, porque calderonista es el gobernador Patricio Patrón. El ahora titular del Ejecutivo Federal ganó allí con holgura en la contienda interna y repitió la amplitud de su victoria en los comicios constitucionales del año pasado. En el proceso por la candidatura presidencial hubo una cargada tan abundante que Santiago Creel sospechó del resultado en esa entidad. No era para menos: además del gobernador, ocho de los doce diputados locales hicieron campaña por Calderón, lo que redundó en su triunfo en 96 poblaciones (siendo derrotado sólo en tres) con una abrumadora mayoría en su favor: 17 mil votos contra poco menos de cuatro mil del ex secretario de Gobernación y casi tres mil de Alberto Cárdenas, que eso no obstante ganó las tres poblaciones perdidas por Calderón. Creel no venció en ninguna localidad.

Con razón expresó después suspicacias por el resultado, atípico según fue considerado por los seguidores del derrotado, pues allí se concentró el noventa por ciento de la ventaja de Calderón en la votación total, la que en primera vuelta le permitió obtener la candidatura.

En la elección del dos de julio, el calderonismo inspirado por el gobernador se advirtió con creces en pautas semejantes a las de nueve meses atrás. El candidato panista superó con once mil votos a Roberto Madrazo (en uno de los pocos casos en que el aspirante priista no fue tercero) y con cuarenta mil a Andrés Manuel López Obrador, de suerte que allí fue depositada la cuarta parte de los votos que conforme a las cifras oficiales hicieron la diferencia entre los dos punteros, pues Calderón obtuvo 63 mil votos yucatecos.

Esa presencia es la que el panismo quiere aprovechar con vistas a la elección local del 20 de mayo, cuando se renovarán los poderes Ejecutivo y Legislativo y se elegirán ayuntamientos. Por eso se programó una visita en la semana de Pascua, insustancial desde el punto de vista administrativo, pues en Mérida Calderón inauguró no el Periférico sino sólo su modernización y visitó un hospital inaugurado (aunque no equipado) por su antecesor y padrino.

Ya en marzo pasado Calderón estuvo en Mérida, pero casi nadie pudo verlo porque lo aisló de la comunidad yucateca el aparato de seguridad desplegado con motivo de su encuentro con el presidente Bush. Y aunque ahora permaneció sólo unas horas en la capital (y un rato más en Oxkutzcab, donde entregó cheques a campesinos, en lo más parecido a un acto de tradicional proselitismo priista) se espera obtener réditos políticos de su viaje. Sin embargo y con ser importante, no es la presencia física de Calderón la que mayores efectos puede causar en el proceso electoral.

Se ha procurado que haya un reflejo permanente de esa presencia con el traslado del autobús en que el ahora presidente hizo su campaña el año pasado y que se llama El hijo desobediente. Fue remitido a Yucatán para que lo utilice Xavier Abreu, el candidato panista a la gubernatura, que encabezó el calderonismo en esa entidad, tanto durante el proceso interno como en el constitucional. Además de la evocación de sus recorridos que el vehículo permite hacer, Calderón está presente en la persona de Antonio Sola, el experto español en propaganda política que asesoró a Calderón y que desde antes de ese momento y sobre todo ahora, tiene su base de operaciones en Mérida.

Decir que Sola es experto en propaganda electoral es en realidad un eufemismo. De lo que verdaderamente entiende el súbdito hispano y lo ha practicado con largueza, es de guerra sucia. Junto a Dick Morris, Sola generó la campaña generadora de miedo y odio que partió en dos al electorado mexicano (y quizá a la sociedad entera).

Ahora asesora a Abreu y de creer al dirigente estatal del PRI, Nerio Torres Arcila, se perciben ya los efectos de sus consejos. El priista denunció una estrategia de espionaje que podría ser considerada una acción normal de seguimiento e información de las reuniones de campaña del tricolor y su candidata Ivonne Ortega, de no ser porque la practican agentes del Cisen y porque se realiza en eventos públicos, pero también privados, a que sólo se puede tener acceso de modo subrepticio. Algunos de los agentes del Cisen trabajan al mismo tiempo, según la denuncia priista, en la secretaría de Gobierno. Y de la de Protección y Vialidad se ha comisionado a miembros del Grupo Goera para que permanentemente patrullen las oficinas de la candidata al Gobierno.

El espionaje implicaría también la escucha y registro de llamadas telefónicas. Al modo como lo hacía la Oposición en tiempos del dominio priista, el dirigente estatal ha reunido información sobre esa práctica y puede afirmar que las interferencias se controlan desde un centro de cómputo instalado a espaldas de la Academia de Policía. El material obtenido en el fisgoneo se concentra en la oficina del secretario de Gobierno, Pedro Rivas Gutiérrez, cuya clave para esos efectos es Delfín uno.

Dentro de 40 días se comprobará si la campaña panista y estos aprestos aprendidos del conservadurismo español (y del PRI) son eficaces.

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