EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Plaza pública| PRI conservador

Miguel Ángel Granados Chapa

La cuarta asamblea nacional del PRI fue inaugurada ayer por el presidente de ese partido, Mariano Palacios Alcocer y será clausurada pasado mañana por la presidenta de ese partido, Beatriz Paredes, pues el domingo la ex gobernadora de Tlaxcala asumirá el liderazgo ganado por amplio margen el 18 de febrero pasado. Ayer mismo se discutieron reformas a la declaración de principios de esa organización política, antaño eje de la vida pública nacional; hoy se debate el programa de acción, mañana sábado los estatutos y el domingo, antes del relevo y la clausura, el código de ética partidario.

¿Será distinto el PRI de Palacios Alcocer que el de Paredes? Sí y no. Sí, por la diferente naturaleza del liderazgo de cada uno de ellos. El ex gobernador de Querétaro fue designado dos veces presidente de ese partido, una vez por el dedo presidencial (el de Ernesto Zedillo, en 1997) y la segunda por el consejo político nacional, dominado por Roberto Madrazo, tras cuya derrota el mismo órgano directivo lo mantuvo en el cargo. Las dos veces, especialmente la segunda, su posición estuvo acotada por un poder superior del que dependía. Beatriz Paredes, en cambio, llega a la dirección del partido con mayor autonomía, a menos que la ciñan en demasía los compromisos que entabló para hacer posible su ascenso a la presidencia partidaria.

Su elección hace dos semanas y el comienzo de la etapa final de la asamblea muestran una notoria debilidad o abulia de la estructura de dirección (ya no digamos de su poder de convocatoria). A elegir presidenta acudieron casi cuatro mil consejeros menos de los que contaban con derecho a votar (más de trece mil de los casi dieciocho mil empadronados). Se trata de un alto índice de abstención o ausentismo, pues no son militantes comunes y corrientes quienes rehusaron participar en la elección, sino miembros de órganos de dirección, a los que era demandable un serio compromiso de participación.

La misma condición endeble se percibió ayer al comenzar la porción final de la asamblea. La convocatoria del 30 de octubre pasado fijó en 5,919 (casi seis mil) el número de delegados, que lo son por haber sido elegidos dentro de los organismos especializados y las organizaciones nacionales o en asambleas municipales (o delegacionales en el DF) y estatales, o por ocupar posiciones que les dan representación ex oficio. A la reunión inaugural faltaron miles de esos delegados. Se aceptó oficialmente que había unos cuatro mil asambleístas (es decir un ausentismo de más de treinta por ciento), pero las sillas vacías indicaban tal vez un faltismo mayor. Aunque no son delegados ex oficio y por lo tanto no están obligados a hacer presencia, fue notorio que sólo cinco de los 17 gobernadores priistas acudieron el primer día.

Es probable que más delegados y gobernadores asistan el domingo, por tres razones al menos: porque es día de asueto y no laboral, porque se abre un nuevo tiempo, al menos promisorio y no se cierra un episodio que incluyó fracasos rotundos y porque el primer día se discutió un documento, la declaración de principios, cuyo debate importa menos que el relevo en los principales dirigentes del partido.

Esa declaración y los demás documentos básicos del PRI han sido reformados en innumerables ocasiones. No siempre fue percibida por la base partidaria y por la población en general, esa mudanza, porque no había parentesco entre lo declarado y lo hecho, entre lo que el partido decía ser y proponerse, con sus posiciones y actuación. Sobre todo el conjunto de los principios (pero también el programa de acción y aun los estatutos) han sido enunciados formales, que han ido de una orientación a otra sin discusiones profundas y valederas.

Ayer, por ejemplo, estaría a debate la definición ideológica del partido. Pero no fue posible o conveniente hacerlo. Delegados conservadores, temerosos de ser marbetados con la palabra izquierda (en cualquiera de sus modalidades: a secas, acompañada del matiz centrista o el apellido democrática) se impusieron y lograron aplazar por seis meses la adhesión a ese principio. En su discurso inaugural Palacios Alcocer había prefigurado esa decisión pues eludió emplear la palabra de orden. Trazó un circunloquio para evitarla. Dijo: ?Revisar nuestra declaración de principios será nuestra primera tarea, definirnos con una mayor precisión política como un partido de la Revolución Mexicana popular y democrático?. No asumirse él mismo como un hombre de izquierda fue un acto de sinceridad del queretano.

En vano la diputada Beatriz Pagés instó a adoptar una posición clara, para que el PRI abandonara su condición gelatinosa, acomodaticia: ?No podemos seguir con un partido desdibujado en su ideología ni ser de centro. Lo fuimos por la influencia del neoliberalismo, al lado de la tecnocracia y penetrado por la derecha, lo que nos hizo perder elecciones. El partido exige una definición ideológica, el PRI puede representar a una izquierda moderna?. Lo dijo por convicción y para insertarse en la coyuntura: ?es momento de aprovechar el espacio que se nos abre ante un PRD anárquico que no ofrece nada?.

Pero la mayoría de los delegados optó por tampoco ofrecer nada. A muchos priistas, no únicamente los delegados renuentes, autodenominarse izquierdistas lo sentirían tan propio como poner un par de pistolas a un santocristo. El tránsito mismo del PRM al PRI significó el reconocimiento de una mutación a la derecha, de la que ni siquiera en el discurso podrá alejarse.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 262702

elsiglo.mx