Todavía era la época de los torneos largos, transcurría la Temporada 1992-1993 y un cuadro llamaba poderosamente la atención: el Atlante.
Acostumbrados más bien a las penurias, las frecuentes visitas a la Segunda División, la sequía de títulos y salarios, los aficionados azulgranas no podían creer su buena fortuna, habida cuenta de que aquel era un equipo plagado de jóvenes y con un entrenador del que no se esperaba demasiado.
Los Potros de Hierro se metieron a la liguilla, y luego de una espectacular eliminatoria ante Necaxa accedieron a la semifinal con el León, a la sazón el campeón defensor.
En la otra llave jugaban en esa instancia América ante Monterrey y luego de un polémico arbitraje en la Sultana del Norte, absurda e inexplicablemente la Comisión de Árbitros, presidida en esos ayeres por Edgardo Codesal, decidió traer para el juego de vuelta al costarricense Berny Ulloa.
Ulloa era un juez experimentado, con currículo mundialista pero desconocedor del medio; el partido fue un desastre, anularon tres goles a las Águilas por supuesto fuera de lugar y así los Rayados llegaron a la Gran Final.
Atlante despachó a los “Panzas Verdes” y de la mano de Ricardo La Volpe se colaban al partido grande que se jugaría primero en el Distrito Federal y luego en el Tecnológico de Monterrey.
Rememoro todo esto porque después de la bronca alguien tenía que sacar la castaña del fuego y las designaciones para la Final fueron, mi brother Bonifacio Núñez a la ida y un servidor al encuentro decisivo.
Con ventaja de un gol llegaron los “prietitos” al norte y haciendo un partido inteligente y vistoso le birlaron el trofeo a los anfitriones; era un cuadro espectacular, y recuerdo, entre otros, a mi querido y admirado Félix Fernández en el arco, Wilson Graniolatti, el “Piojo” Herrera, Luis Miguel Salvador, Guillermo Cantú, el “Travieso” Guzmán, el “Demonio” Andrade, sin olvidar al actual director técnico, el “Profe” José Guadalupe Cruz.
Usted se preguntará, ¿y este rollo nostálgico, a qué viene? Pues muy sencillo: Los tiempos cambian pero la fórmula sigue siendo la misma.
Un equipo armado cuidando hasta la tacañería el dinero, sin figuras de relumbrón, jugando cada partido a muerte, con un entrenador sencillo que sabe cómo quiere jugar y un futbol espectacular, sin trampas y abiertamente en pos del arco rival.
El partido del sábado ante Tigres fue mejor ejemplo de los polos opuestos: Mientras los norteños gastan hasta el insulto, Atlante es conservador; en lo que Gallego disfruta un jugoso salario en dólares, Cruz cobra, cuando le pagan, el diez por ciento; cuando al Kikín lo trajeron por una millonada de euros, Giancarlo Maldonado llegó calladito y lleva seis pepinos y a la altura del torneo en que los universitarios vagan sin rumbo en el fondo de la tabla, Atlante se yergue, como majestuoso corcel, en el subliderato general haciendo oír su poderoso relincho.
Reconozco que los azulgranas son espantosos en defensa. Ignoro hasta dónde les alcance el plantel, pero les agradezco su generosa propuesta ofensiva y que hagan soñar a ese puñado de atlantistas que todavía permanecen fieles y estoicos esperando un campeonato.