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Poliductos rotos| Sobreaviso

Con la vista puesta en la Plaza Pública.

René Delgado

El problema no son los gasoductos reventados, sino los poliductos rotos.

Los gasoductos terminarán por repararse, pero si las vías por donde debe correr la política (los poliductos) no se restauran y rehabilitan, la violencia necesariamente se seguirá expresando. Es pura lógica.

El daño provocado a los gasoductos por el atentado es nada frente al daño provocado a la política por la élite dirigente que desde años la degrada y la sobaja.

No caben ya los engaños, el principal promotor de la violencia no es la guerrilla. Ya quisiera. Es la élite política que, a partir de su fracaso, sin querer o adrede invita a echar mano de la violencia.

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La más simple revisión del desempeño de esa élite durante los últimos años no admite poner cara de asombro frente al resurgimiento de los grupos político-militares.

Cero reformas, creciente complicidad e impunidad frente a fechorías y abusos de poder, manifiestos desencuentros, defensa de espacios de poder sin proyecto, anteposición de intereses grupales o personales, mercadoctenia polarizante a spot batiente, rosario de pleitos por “quítame estas pulgas”, utilización del derecho como ariete político… Ése es un listado incompleto del fracaso de la política como instrumento privilegiado para resolución pacífica y civilizada de las diferencias.

Poner cara de asombro frente al resurgimiento de la violencia y condenarla con contundentes boletines o discursos oficiales es un acto más de cinismo de esa élite que lleva años arrastrando al país en medio de sus desacuerdos y animando la confrontación social.

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Si bien el fracaso de esa élite se remonta varios años atrás, la insistencia en chapotear en la charca de la venganza, el chantaje, la transa, la revancha o la extorsión se acendró considerablemente durante los últimos siete años.

Antes, durante y después de la pasada elección presidencial e incluso ahora se decidió marchar por los senderos de la descalificación o la eliminación del adversario (ahí está hoy la campaña de Acción Nacional en Baja California: no importa qué tan bueno es su candidato, como qué tan malo es el del PRI.) Es la antipolítica en su esplendor la que se desarrolla. Se confunde la resta con la suma política, y ahí se explica sin justificar la violencia.

Cómo hablar de participación civilizada si, una y otra vez, se reitera a la ciudadanía que los partidos no son instrumento de ella sino que, por lo contrario, la ciudadanía es instrumento de ellos. Cómo defender la institucionalidad, si cada abuso de poder desde el poder goza de la complicidad del gremio. Cómo descalificar la vía armada, si en el discurso se confronta a “los pirruris” con “los nacos”, a “los pacíficos” con “los violentos”. Cómo dialogar si, a diario, se cultiva la venganza y el odio como legítimo recurso. Cómo acreditar el gradualismo, si cada proyecto de reforma es motivo de chantaje político y frustración social. Cómo concertar, si la élite dirigente hace del desconocimiento del “otro” el guión del diálogo imposible.

Hace ya tiempo, al comentar este sobajamiento de la política, una dirigente decía que los pleitos en la élite del poder no se trasminan a la sociedad. La realidad está a la vista. Sí se trasminan y desencantan, frustran y desesperan... a algunos hasta la violencia.

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Lo delicado de la explosión provocada de los gasoductos es que esta vez no fueron petardos. Nada de eso, fue un trabajo profesional con el claro objetivo de golpear la infraestructura económica sin arrebatar vidas. Un golpe seco y contundente que, por lo demás, puso en evidencia a los servicios de inteligencia y a quien lleva la política interior.

Esta vez no fueron unos “palomazos” propagandísticos en la vitrina de un banco, fueron auténticos atentados que, por lo pronto, pararon la actividad económica en ese corredor industrial, donde curiosamente tiene su cuna la ultraderecha yunquista y el ex presidente Vicente Fox que, en nombre de la democracia, no dudó en descarrilarla y avivar la polarización social si eliminaba al adversario. Por algo ha de ser.

El peor error que, ahora, se podría cometer sería incurrir en la tentación de combatir a la violencia con la violencia. En endosarle de nuevo a las Fuerzas Armadas, el fracaso de la élite política. El Ejército ya sabe el precio de suplantar la política por la fuerza, le ha tocado pagarlo más de una vez. Pensar que al Ejército le corresponde combatir el crimen y la guerrilla, asistir a la población en caso de desastre, sembrar y cuidar árboles, además de garantizar la seguridad nacional y pública, es imaginar un Ejército que el país no tiene. Y es, de nuevo, atacar los efectos y no las causas del problema.

Más allá de la capacidad del Ejército, lo preocupante es si la élite dirigente tiene capacidad para rehabilitar los poliductos, reconvertir la política y el derecho en lo que nunca debieron dejar de ser: instrumentos privilegiados para resolver pacífica y civilizadamente las diferencias.

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Comentario a “Impunidad”.

A raíz del anterior Sobreaviso –centrado en el vínculo entre crimen y política, a partir de la impunidad y no la rendición de cuentas–, donde se critica al consejo del Instituto Federal Electoral. El presidente de ese instituto hizo llegar los siguientes comentarios.

“Leí tu columna de hoy. Me gustaría hacerte algunos comentarios:

“1. Renunciar por falta de confianza. ¿De quién? De partidos o de ciudadanos. De partidos: es un argumento importante, pero buena parte de esa desconfianza es construida con base en datos infundados y sesgados, otra por razones opinables. De ciudadanos: de acuerdo a la encuesta de Reforma, 60% tiene confianza en el IFE. En lo personal hay una evaluación favorable de 45%, desfavorable de 12% y el resto es neutral o no tiene opinión.

“2. El argumento de la confianza llevado al extremo es riesgoso porque entonces habría que hacer también ese exhorto a los legisladores (confianza menor a 30%) y también a la SCJN y a otros...

“3. Hay un argumento perverso en el conflicto postelectoral. El contendiente perdedor acusa fraude sin pruebas. Sus seguidores le creen, no con evidencia sino por el contexto, la frustración colectiva y los antecedentes (p.e., desafuero). Luego se evalúa al IFE y esos seguidores manifiestan desconfianza. Y luego se acusa al IFE de ser responsable de perder confianza. Y con base en eso se pide la renuncia de consejeros. No me parece un argumento lógico, aunque políticamente muy atractivo.

“4. Los consejeros somos responsables del arbitraje de la contienda (con argumentos opinables) y de la estrategia postelectoral para explicar lo sucedido. Y ahí hay decisiones y estrategias que pudieron haber contenido las acusaciones. Pero acepto la responsabilidad. Pero buena parte de la crítica al IFE es alrededor del supuesto fraude.

“5. Renunciar por ‘dignidad’ cuando creo que se actuó con legalidad y hemos sido acusados de muchos hechos sin pruebas me parecería irresponsable y en lo personal injusto.

“6. Finalmente, creo que la pregunta de la encuesta, ¿cree que deben cambiarse los consejeros?, debió haber sido fraseada con contexto: Los consejeros concluyen su gestión en 2010, cree que...”.

Correo electrónico:

sobreaviso@latinmail.com

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