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Política y Fe| Diálogo

Yamil Darwich

Para nosotros, los mexicanos, existen creencias y tradiciones que van más allá de la simple razón, entre ellas, nuestra pasión por festejar el Día de las Madres cada 10 de mayo y a la más grande de todas –muy especialmente– a la Virgen de Guadalupe, desde semanas antes de la fecha del 12 de diciembre.

La fuerza formidable de la fe, se ve manifestada en las calles con procesiones religiosas, encabezadas por danzantes “matachines” que anteceden a retablos, óbolos y cuadros de María, todos en orden, con respeto relevante, entregados al amor deidico por una madre que pasó a la historia por serlo del Hombre-Dios.

Es tal su poder de atracción, que en la historia de México no pasó desapercibida su fuerza y ha sido causa de manipulación política; nada nuevo en nuestra historia nacional.

Alejandro Rosas, periodista mexicano, escribió “Mitos de la Historia Mexicana”, ahí asienta anécdotas interesantes sobre la Virgen Morena y sus detractores.

Sabido es que sirvió de bandera al Ejército Insurgente y fue conocida desde 1531, apareciéndosele a Juan Diego, en el mismo cerro donde se veneraba a “Tonatzín”, “madrecita”, venerada desde tiempos remotos. Sin embargo, hasta 1737, luego de 236 años de la aparición, fue declarada patrona de la ciudad de México; dice el autor que tal vez influyeron razones políticas.

Fray Servando Teresa de Mier, en un sermón guadalupano de 1794, contó otra historia: sin negar el milagro, lo situaba en el siglo XII, D.C. y que la imagen no fue impresa en un ayate, sino en la capa de Santo Tomás, que de alguna manera llegó a América; algunos aborígenes habían renegado a la fe cristiana y pasado el tiempo, ante el temor de que fuera destruida, fue escondida.

La versión guardaba una trampa: de ser aceptada la historia como cierta, la colonización con propósitos de evangelización no tendría legitimidad moral, espiritual, ni legal. Lo que quedó confirmada fue la “grilla” que desde siempre sabemos organizar los seres humanos en nombre de la religión y nuestras más sagradas creencias.

Por si fuera poco, otra historia está semienterrada por los escritores; la de Juan Rodríguez de Villafuerte, marino de Hernán Cortés, que recibió de su hermano y para su consuelo, una talla en madera de la Virgen de los Remedios, que lo había protegido en distintas batallas. Al llegar a Tenochtitlán, Cortés le ordenó colocara la imagen encima de la piedra de sacrificios del Templo Mayor y quedó ahí, hasta que estalló la guerra y desapareció.

El 30 de junio de 1520, durante la noche triste, Hernán Cortés huyó y fue a refugiarse al pueblo de Tlacopan; ahí se les apareció la Virgen de los Remedios, acompañada de Santiago –Patrón de España– recibiendo los conquistadores renovadas fuerzas para continuar con su campaña. Un año después tomarían a la Gran Tenichtitlán, gracias a su perseverancia y salvajismo. ¡Qué oportuna aparición!

Los habitantes de Naucalpan, tampoco se quedan atrás y en 1540, Juan Águila, indígena, vio a la Virgen que le ordenó fuera al pueblo de Tacuba, indicándole dónde encontraría la imagen tallada en madera.

La imagen de los Remedios protegía la población de todo tipo de calamidades, dejando a Guadalupe como último recurso, lo que se consideraba un insulto a la Morena. Al respecto, Alejandro Rosas cita a Alexander Von Humboldt: “El espíritu de partido que reina entre los criollos y los gachupines da un matiz particular a la vocación. La gente común criolla e india ve con sentimiento que en las épocas de grandes sequedades el arzobispo haga traer con preferencia a México la imagen de la Virgen de los Remedios. De ahí aquel proverbio que tan bien caracteriza el odio mutuo de las castas: ‘hasta el agua nos debe venir de la gachupina’. Si a pesar de la intervención de la Virgen de los Remedios continúa sequía (...) el arzobispo permite a los indios vayan a buscar la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe”. Malinchismo puro, ¿verdad?

El Virrey Francisco Javier Venegas, utilizó a la Virgen de los Remedios para enarbolarla como bandera de los ejércitos realistas, llegando al extremo de nombrarla generala y armar al hijo con sable.

Morelos, en “Los Sentimientos de la Nación”, propuso el 12 de diciembre para festejarla; miembros de una sociedad secreta, que trabajaban a favor de la independencia, adoptaron el nombre de “Guadalupes”; los guerrilleros de Pedro Moreno, portaban estampas en sus sombreros y Manuel Fernández Félix, por fe, cambió su nombre a Guadalupe Victoria.

La manipulación de nuestra fe en la Guerra de Calles, usted ya la conoce; hasta mártires y santos nos quedaron de herencia.

Y sin embargo, la verdad persiste a pesar de todo y para muchos de nosotros, la creencia en Dios y en su madre permanece incólume. ¿Y en usted?

ydarwich@ual.mx

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