“El primer fundamento inherente a la noción de autoridad es siempre la popularidad”.
Adolf Hitler
A pesar que en lo que va de este 2007 se han registrado en el país más de mil ejecuciones presuntamente vinculadas al narco, el apoyo popular al esfuerzo del presidente Felipe Calderón por combatir a la delincuencia organizada se mantiene en niveles sorprendentemente altos.
Cada día trae consigo una o varias nuevas historias de violencia y cada una se antoja más grotesca que la anterior. La primera cabeza arrojada en un antro sorprendió, pero hoy hemos tenido que habituarnos a que éstas aparezcan por doquier. En las últimas semanas hemos visto la ejecución de cinco soldados en Michoacán y la de cuatro guardaespaldas de los hijos del gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, en Veracruz. En estos días hemos sido testigo de la ejecución en la Ciudad de México de José Nemesio Lugo, director de análisis de información del Centro Nacional de Planeación e Información para el Combate a la Delincuencia de la PGR. En Tijuana se encontró muerto al comandante de la AFI, Jorge Alatriste Mendoza, a quien se le torturó y se le cortó un dedo mientras estaba vivo; sus verdugos dejaron ese dedo inserto en uno de los hoyos de bala en la cabeza. Ayer fue baleado el director de seguridad pública de Apatzingán.
Uno podría pensar que el aumento en las ejecuciones y los ataques habría generado una actitud de pesimismo o de escepticismo entre los mexicanos, pero no es así. Hasta este momento una porción muy importante de la población sigue respaldando al presidente Felipe Calderón y a su Gobierno en la lucha contra el narcotráfico. Así lo revelan, por lo menos, las encuestas que realiza de manera consuetudinaria la empresa BGC encabezada por Ulises Beltrán.
Si en julio de 2006, durante la Presidencia de Vicente Fox, el 70 por ciento de los encuestados señalaba que la seguridad pública en México era mala o muy mala, esta cifra se redujo a 47 por ciento el ocho de mayo de este año, ya con Calderón como presidente. Poco ha importado el aumento en el número de ejecuciones.
Un 54 por ciento de los encuestados dice que no siente amenazada su seguridad personal, contra un 45 por ciento que señala sí sentir esa amenaza. Es verdad que las ejecuciones se multiplican, pero hasta ahora la mayor parte de la gente común y corriente está convencida que eso no tiene por qué afectarla.
Los gobernados, empero, sí se dan cuenta de los efectos que la oleada de ejecuciones podría tener sobre el Estado mexicano. El 67 por ciento reconoce que la seguridad nacional está en riesgo, mientras que un 31 por ciento rechaza esta idea. La amenaza no es personal: los mexicanos no sienten miedo de salir a la calle; pero sí son conscientes de las posibles consecuencias de la violencia.
A pesar de las ejecuciones, sólo el 37 por ciento de los encuestados piensa que el narcotráfico ha aumentado en México, contra el 36 por ciento que considera que sigue igual y el 22 por ciento que dice que ha disminuido. En julio de 2006 la misma encuesta apuntaba que el 54 por ciento de la gente consideraba que el narcotráfico estaba aumentando, frente al 21 por ciento que decía que se mantenía igual y el 20 por ciento que afirmaba que había disminuido.
También en la percepción del narcomenudeo, que afecta más directamente a las comunidades, hay una mejoría. En abril del 2006 el 57 por ciento de la gente decía que había aumentado el narcomenudeo, mientras que para el 8 de mayo de este año la cifra ha disminuido a 51 por ciento.
Todo lo anterior señala que, cuando menos en el corto plazo, la estrategia de Calderón ha funcionado: quizá no para disminuir la violencia o el tráfico de drogas, pero sí la percepción. La visión de Vicente Fox como un presidente que no tomaba medidas enérgicas para combatir los problemas del país, entre ellos el del narco, parece haber exasperado a millones. Los mexicanos, por lo menos, ven en Calderón a un presidente comprometido con el cumplimiento de sus funciones y obligaciones, lo cual se refleja en la energía con la que está combatiendo al narco.
La gran pregunta es si los mexicanos seguirán tratando al presidente Calderón con tanta benevolencia. El mandatario estadounidense George W. Bush también gozó de gran apoyo popular cuando lanzó la invasión de Irak en el 2003, pero hoy la guerra se ha convertido en su gran lastre político. La propia popularidad original del esfuerzo se convirtió con el paso del tiempo en la razón de la reacción negativa. Algo similar podría ocurrir en México si la violencia, en lugar de bajar, aumenta. O si se hace evidente que, a pesar del esfuerzo, el narcotráfico sigue extendiéndose.
La popularidad es un arma importante para un Gobierno. Pero es un arma de dos filos. No hay enemigo más peligroso, después de todo, que un amigo decepcionado.
YUCATÁN
La contienda en Yucatán llega a su final cerrada y amarga. Así es la política en el estado. No es un simple proceso de elección de un gobernante. Es pasión y obsesión. Las encuestas de opinión que se dieron a conocer hasta la semana pasada nos revelaban un virtual empate entre el candidato del PAN, Xavier Abreu, y la del PRI, Ivonne Ortega. Esto no debería ser problema en una democracia. Pero en un país como México, donde los políticos rara vez aceptan la legitimidad de una derrota, una batalla cerrada puede ser peligrosa. Y lo es más si consideramos la importancia de la elección de Yucatán para un país que necesita acuerdos y no pleitos entre los políticos.