Por Coahuila se pasa al ‘sueño americano’
(Primera de dos partes)
Un reportero de El Siglo de Torreón acompañó a tres migrantes, un mexicano y dos centroamericanas,
durante su viaje a lo largo de Coahuila para cruzar de indocumentados a Estados Unidos. Éste es el relato.
PIEDRAS NEGRAS, COAH.- A una casa de dos plantas de color indefinido por el deterioro, y en cuyo frente hay un letrero que dice: “casa de huéspedes El Umbral”, a unos metros del segundo puente fronterizo de Piedras Negras, llegamos a nuestra parada antes del cruce definitivo a la tierra de los sueños y las esperanzas.
Nuestro grupo lo integramos cinco personas, dos centroamericanas, un lagunero, nuestro guía y yo. Avanzamos al interior de la casa por un oscuro pasillo de unos 23 metros de largo, que huele a húmedas esperanzas, donde nos acomodaremos en una de las habitaciones disponibles en el fondo.
La habitación adornada en su interior por unas telarañas en la parte superior de las paredes y un póster de la Virgen de Guadalupe, medía unos 7 metros de largo por unos 5 de ancho, con un baño en el que no caben dos personas al mismo tiempo.
En el cuarto hay una cama matrimonial con una mesa de noche y un pequeño cesto de basura en el que seguramente se han depositado cientos de miedos, sueños e historias de huéspedes pasados; ahí esperaremos el momento indicado para cruzar.
A partir de mañana, cualquier día nos pueden avisar que se llegó el momento de romper la frontera natural del Río Bravo, que marca la división entre México y los Estados Unidos, para ingresar a la tierra del Tío Sam a cosechar dólares en los surcos del trabajo indocumentado.
INSTRUCCIONES DE VIAJE
Omar salió de la colonia Las Carolinas, en Torreón, hace 13 años, cuando tenía 19 y trabajaba como técnico en máquina plana en una maquila de la región. Cuando se terminó el trabajo hizo parte del éxodo de maquileros que se fueron al Norte en la más natural de las migraciones, la económica.
En la Unión Americana se casó con una indocumentada costarricense, e hizo una vida. Hace unas semanas nos encontramos en un centro comercial de Torreón, donde se encontraba después de ser deportado. Luego de un mes de estancia en La Laguna, se hallaba preparando su regreso y me invitó a ser testigo de la ruta que busca un sueño, la ruta del “mojado” por Coahuila.
Las historias de los cinco integrantes del grupo convergieron Monterrey, ahí se dio el encuentro de quienes habríamos de marchar por Coahuila en busca del sueño americano. “El Chino”, como se le conoce al guía encargado de llevarnos hasta Piedras Negras y pasarnos al territorio americano, nos encontró en la terminal de camiones y en el aeropuerto de la ciudad, de donde nos llevó a un restaurante del centro para cenar y recibir las estrictas instrucciones del viaje.
“Hay que dejar acá en el restaurante maletas y cosas inútiles, nada más se van a llevar una mochila pequeña con alguna playera o ropa interior, pero una mochila pequeña y nada más, nada de celulares, radios ni cosa por el estilo. El dinero que lleven en la bolsa y a la mano, nada que les estorbe”.
Señaló a las centroamericanas: “Ustedes dejen los documentos acá y que se los manden por correo, agarren esta acta de nacimiento de Coahuila”.
Luego a todos: “En caso de que nos detenga la poli digan que yo les di un aventón, acá no hay guía, ni coyote, ni nada. Es la primera vez que nos vemos. ¿Está claro?”.
DELITO GRAVE
Después de unos chilaquiles y un agua de jamaica abordamos nuestra nave de los sueños, un Spirit color guinda oloroso a cigarro y alcohol en los interiores. Saldríamos a las 11 de la noche rumbo a Cuatrociénegas, pasando por Torreón y San Pedro. Para quienes se dedican a este rentable negocio del coyotaje es recomendable viajar de noche y no por la autopista, ya que con esto se evitan los retenes de las policías Federal y Estatal que podrían tener un alto costo, más si se viaja con dos extranjeras indocumentadas.
El viaje con extranjeros indocumentados, según la Ley mexicana, es considerado como un delito grave, “tráfico de indocumentados”, lo cual aumenta el riesgo y también el precio a pagar, tanto para los migrantes como para los traficantes que tienen que pagar costosos sobornos a las autoridades, y eso lo sabe “El Chino”.
Según cifras del Instituto Nacional de Migración (INM), sólo en 2006 fueron involucradas más de 2,225 personas (6 al día) con el tráfico de indocumentados, entre detenidos y consignados que fueron puestos ante las autoridades, todos acusados de lo que comúnmente se conoce como coyotaje.
Por más de que el viaje sea de noche casi no hay tiempo de dormir, en la carretera las centroamericanas se sienten todavía demasiado vulnerables.
“Lo más duro del viaje es pasar por el hueco”, dice una.
“El hueco” es el nombre con el que los centroamericanos hacen referencia a los atropellos de los que son víctimas a su paso por México, no sólo por parte de las bandas que se dedican a robarlos al saber que son portadores de dinero en efectivo, sino también por parte de las autoridades a quienes les tienen inclusive un mayor temor.
Y es que México es un tránsito obligado para los migrantes centro y sudamericanos que pretenden llegar a los Estados Unidos. Solamente en el 2006, según datos del INM, 179 mil extranjeros indocumentados fueron devueltos por México a su país de origen. Casi una quinta parte de los cruces se realizan por Coahuila.
TRES MIGRANTES
Eva es una de las compañeras de nuestro viaje originaria de San Juan Sacatepéquez, Guatemala. Tiene 26 años, estudió los primeros años de secundaria y siempre ha trabajado como jornalera, o empleada de servicio en la capital de su país. Es madre soltera de tres niños que dejó al cuidado de su madre viuda, que vive con tres hermanos menores de Eva.
Es la segunda vez que intentara llegar a Estados Unidos, la primera vez no pasó de Chiapas cuando vio, que un policía le disparó a uno de sus compañeros y otro abusó de una de las mujeres de su grupo de viaje, después de robarlos.
En Michigan la espera su prima con un trabajo de limpieza, “housekeeping”, en un hotel.
Lilia, proveniente de Cártago, Costa Rica, terminó sus estudios técnicos en secretariado, habla inglés y siempre trabajó como secretaria en su país. Pretende llegar a Denver en busca de una vida con mayor calidad y comodidad. “Porque así se vive en Estados Unidos, con buen carro, buena ropa, sin mendigar un miserable sueldo”, comenta. Es la tercera de su familia que ha emigrado a Estados Unidos y es por ellos que sabe de la buena vida que le espera al otro lado de la frontera.
Es lo que le ha contado Teresa su hermana, quien vive en Denver desde hace 7 años, y es la esposa de Omar, el tercer compañero de viaje.
Omar fue deportado hacia México, hace dos meses, después de ser detenido por un accidente de tránsito, cuando manejaba su “Corvette” y chocó con la camioneta de una señora de avanzada edad.
“Lo que más rabia me dio, no fue que me hayan deportado, fue el madrazo de mi carro”, recuerda. Los dos meses que duró en Torreón le sirvieron de vacaciones para compartir con su familia, amigos y vecinos, además de esperar a que su cuñada llegara y cruzara con él, “para más seguridad de ella”.
En el costo de cada viaje hay diferencias significativas. Omar desembolsará 2,500 dólares cuando llegue a su casa en Denver. Eva pagará 3,500 dólares por ser guatemalteca, y Lilia pagará 4,000, ya que Costa Rica está más lejos de la frontera. El dinero se pagará cuando estén en su destino final.
Mis compañeras de viaje llegaron a Monterrey por avión, con una visa de turista que consiguieron en su país, lo que les evitó dinero, peligro y riesgo de deportación en el Sur de México.
En realidad, para estas dos centroamericanas cruzar por México desde Monterrey, pasando por el territorio de Coahuila es un verdadero lujo. La mayoría de los centroamericanos que cruzan al país son víctimas de abusos a largo del territorio en su busca del sueño americano. Solamente en 2006, según la Comisión Nacional de Derecho Humanos, fueron registrados 3,600 casos (casi 10 diarios) de violaciones de derechos humanos a migrantes centroamericanos en el Sur de la República.
POR COAHUILA
Nuestro guía, “El Chino”, trata de tranquilizar los ánimos de quienes pretendemos subir al podio de la victoria del otro lado del Río Bravo, en Eagle Pass.
“No se apuren, que todo va a salir bien, yo tengo muchos años cruzando gente, ya conocemos la frontera como la palma de la mano. Una vez que pasemos a Eagle Pass, mi carnal se los va a llevar cerca de San Antonio. De ahí llegarán a una casa de donde saldrán en carros diferentes cada quien a su ciudad de destino”, dice mientras desayunamos en un puesto de gorditas de Cuatrociénegas, a donde llegamos sin ningún inconveniente.
De Cuatrociénegas a Nueva Rosita el viaje continuó por carretera como estaba planeado.
Faltaban 56 kilómetros para Piedras Negras cuando “El Chino” informó: “Bueno, muchachos, acá empieza lo bueno, ya vamos a llegar, pero pongan atención. Estamos en el kilómetro 56 antes de llegar a Piedras, en el kilómetro 54, nos vamos a bajar los cuatro”.
Apuntó a Omar: “Éste vato se va a llevar el carro, porque en el kilómetro 53 hay un retén del Ejército y esos sí son cabrones. Entonces lo vamos a pasar caminando, nosotros lo vamos a rodear”.
Apuntó a Omar otra vez: “Tú nos esperas, como unos 200 metros más adelante del kilómetro 52, donde está la publicidad del gober; abres el cofre del carro, para que hagas como si estuvieras varado, te llegamos en 20 fierros”.
Los 20 minutos a los que se refería “El Chino” lógicamente no fueron literales. Caminamos por la terracería del lado de la carretera, pero en las horas de la noche no puedes ver por dónde caminas, así que las dos compañeras de viaje se caían frecuentemente, asustadas con la advertencia del guía: “Caminen más rápido, del otro lado está peor, muévanlo, querían dólares ¿verdad?”.
Entre la tierra, los matorrales que hay que saltar y el miedo que hay que controlar, no hay cabida para una sola palabra. Se camina sin linternas, sin prender cigarros, el único que rompe el silencio del desierto con sus palabras de mando es el guía.
El trayecto de una hora y diez minutos terminó cuando encontramos el coche. Con precisión, salimos a unos 14 metros de donde se encontraba Omar. Minutos más tarde, por fin, un letrero anuncia la bienvenida a Piedras Negras, la primera parada.
EL CRUCE
Llegamos al hotel. El olor a humedad, cigarro, cañerías abiertas, personas que llevan más de tres días sin bañarse, sumado a la tensión de estar encerrado en grupo, en un cuarto por donde las cucarachas pasan como si también se alistaran para partir con nosotros, es el paisaje diario en este tipo de lugares en Piedras Negras.
Los únicos alimentos que se consumen ahí son sopas Maruchan, salchichas frías con pan y refrescos, lo que cada guía lleva a su grupo, alimentos que a esas alturas se consumen por inercia, sin importar el sabor o la fecha de vencimiento.
En un espacio tan reducido lo único que no se frustra son los sueños, los planes, ¿Qué haremos con los dólares que ganemos? ¿Cómo cambiará la vida de quienes reciban el fruto de este viaje?
La segunda noche, por fin, nos avisan que partimos y nuevamente el miedo invade la habitación. Pasadas las once y media, “El Chino” nos da las últimas indicaciones.
Salimos de la habitación y por las ventanas vemos otros grupos, algunos más numerosos que el nuestro, en los que inclusive hay niños. Abordamos la nave de los sueños rumbo a Jiménez y “El Chino” se comunica con otra persona por celular y le avisa que salimos.
Después de unos ocho kilómetros de recorrido recibe una llamada. Por lo que se escucha, le avisa que es mejor pasar por “el patio”, como denominan al paso entre Jiménez y Acuña. Pasamos Acuña y a unos siete kilómetros nos bajamos a un lado de la carretera.
Por la dotación que se le entrega a cada uno de los compañeros se puede ver que el viaje durará al menos dos días. Un bote de agua de 5 litros, varios jugos de naranja en lata, galletas, atunes, tres manzanas y un paquete de salchichas, todo en una bolsa de plástico. La travesía será rodeando todos los ranchos y pueblos que hay hasta San Antonio.
Luego de caminar unos 500 metros encontramos el Río Bravo, un muro acuático, pero lo suficientemente ancho como para que sus aguas lleguen, a lo mucho, a la altura de las rodillas.
Desfilamos en silencio, siguiendo al guía. La temperatura del río es indiferente al cuerpo, que tiene todos sus sentidos concentrados en la patrulla de “la migra”. A lo único que se aferran los migrantes es a su fe y a la bolsa de provisiones que puede significar su vida en los siguientes días.
Poner el primer paso en el territorio estadounidense, al revés de lo que se pudiera imaginar, no será sinónimo de triunfo. Para las centroamericanas, una segunda oportunidad será casi imposible, si las deportan.
A la orilla del río me separé del grupo. Del otro lado, Omar y Lilia seguirían a Denver. Eva, a Michigan.
Antes debieron pasar los matorrales, tuvieron que cuidarse de las arañas, los alacranes, las víboras y el mayor peligro, las camionetas de la Patrulla Fronteriza. El desierto tiene un olor a suerte y un sabor a esperanza para los migrantes.
En la frontera, “El Chino” entregó el grupo a su compañero, “El Negro”, el segundo guía que llevará al grupo dentro de Estados Unidos.
“Ahí te los dejo”, dice “El Chino”.
“Sobres”, contesta “El Negro”.