La costumbre histórica —¿dónde hemos escuchado esta frase?— dividía la ceremonia del informe presidencial en tres episodios: el mensaje leído, la entrega del documento impreso y la respuesta del diputado que presidía la sesión conjunta del Congreso de la Unión. Un cuarto paso era el besamanos en Palacio Nacional al que iban quienes querían ir y podían entrar. Y nadie más...
El Artículo 69 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos dejó establecido que el presidente de la República asistirá a la apertura de las sesiones ordinarias –primero de septiembre de cada año— a presentar un informe por escrito que manifieste el estado general que guarda la Administración pública en todo el país. “Hasta ahora vamos bien” dijo el sujeto que sin paracaídas se lanzó al vacío desde un rascacielos al ver que su cuerpo bajaba a dos pisos por segundo.
El protocolo ceremonial del evento de presentación del informe, segundo episodio, es un asunto que el propio Congreso de la Unión debería resolver de acuerdo a lo que dispone su Reglamento para el Gobierno interior del Congreso general. Anyaño, en los tiempos en que —según los apóstoles del Partido de la Revolución Democrática— no conocíamos la democracia, el propio jefe del Poder Ejecutivo solía dar un mensaje verbal con el análisis del estado de la nación y antes o después entregaba un paquete de documentos para su disección y estudio por las diferentes Comisiones de las Cámaras de Diputados y Senadores.
Pero ahora, que ya tenemos democracia (¿!?) el jefe del Poder Ejecutivo Federal para el periodo 2006—2012 sufre las consecuencias de la competitiva elección federal del año 2006 y a pesar de haber triunfado en los comicios resulta víctima propiciatoria del mesiánico candidato presidencial del Partido de la Revolución Democrática quien orquestó las dificultades de su protesta constitucional hace un año y ahora lo afrenta con un ominoso chantaje público que nos hace recordar la frase que el chinito millonario dijo que alguien le dijo: “coopelas o cuello”. Para que la mafia perredista no hiciera, como el año anterior, un escándalo con violencia, Felipe Calderón Hinojosa propuso o aceptó, no sabemos la realidad, no usar la más alta tribuna de la República y limitar su derecho constitucional de libre expresión a un saludo mímico ante la nutrida y no sabemos que tan gentil concurrencia al evento.
Las condiciones para recibir al C. Presidente de los Estados Unidos Mexicanos en el salón de plenos del la Cámara de diputados devienen bochornosas: Él podrá llegar al complejo legislativo de San Lázaro y luego internarse en el salón de plenos de la Cámara Baja, sin que alguna comisión plural de diputados lo reciba y acompañe de ida y vuelta. Al llegar a la sala solamente podrá entregar, sin pronunciar siquiera un “aquí está, cumplo con la Ley” un escrito de remisión adherido a la portada del informe impreso que en otras fechas analizarán las comisiones de senadores y diputados. Luego será mudo testigo de la declaratoria de apertura del primer periodo de sesiones de la actual Legislatura que pronunciará la presidenta de la Cámara de Diputados y quizá –no lo sabemos— pueda escuchar el discurso que la Constitución ordena a ella misma pronunciar en ese acto, acaso como acuse de recibo.
Pero al día siguiente –dos de septiembre— Felipe Calderón Hinojosa, previo permiso del Partido de la Revolución Democrática y sus contlapaches, podrá enviar un mensaje a la nación desde el Auditorio Nacional donde sería escuchado por cerca de nueve mil personas espectadoras y expectantes.
“¿Cómo así? diría con cara de susto Clarita, la diestra jimadora del agave tequilero. Pues así como se los cuento es; pero ni modo, de ésa ya dicha forma, anda nuestra malhadada y peor dirigida política pública, pues ahora los partidos se asumen herederos universales del extinto autoritarismo presidencial con todo y sus prácticas autocráticas para manipular desde el Congreso de la Unión el ser y el hacer de los mexicanos; todo esto según el interés, generalmente mezquino, de quienes dirigen las bancadas partidistas. Usted sabe: los seis de la bella unión que se reparten el queso en el Poder Legislativo.
Ya no hay valores, diría el maestro Arturo Moncada; ni quien los defienda. La revolución democrática, convertida en partido político, se ha puesto al servicio de un iluso empecinado como Andrés Manuel López Obrador quien se empeña en destruir al país desde la cueva de sus sueños mesiánicos fundados en el alegato de la supuesta falta de legitimidad presidencial.
El presidente Felipe Calderón debería consultar la sabiduría de los grandes políticos del mundo y decidirse a defender su desempeño presidencial en los hechos, antes de que la historia y los malvados lo arrasen. Otros presidentes lo han hecho... ¿por qué no habría de animarse a hacerlo el presidente Calderón Hinojosa?