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Profesionales indocumentados: sueño americano en el limbo

La periodista peruana Marta Rodríguez tiene la esperanza que algún día se produzca una reforma de inmigración que, según cree, sería beneficiosa para profesionales como ella. (AP)

La periodista peruana Marta Rodríguez tiene la esperanza que algún día se produzca una reforma de inmigración que, según cree, sería beneficiosa para profesionales como ella. (AP)

AP

Muchos profesionales que viven indocumentados en Estados Unidos se ven obligados a trabajar en otras cosas ajenas a su carrera.

La periodista peruana Marta Rodríguez llegó a Estados Unidos con un título universitario bajo el brazo y un equipaje cargado de sueños. Sin embargo, años después se ve reducida a ser una inmigrante invisible en Manhatan y sin libertad de movimiento.

Rodríguez, quien de escribir para una revista ahora limpia casas, deposita toda su esperanza en que algún día se produzca una reforma de inmigración que, según cree, sería beneficiosa para profesionales como ella.

¿Qué hago yo aquí?, se pregunta la mujer de 45 años, después de repasar una vez más una lista sobre sus opciones profesionales, sin hallar respuesta.

Esa misma pregunta se la pueden estar formulando muchos otros profesionales que viven indocumentados en los Estados Unidos, atrapados en un limbo legal a la espera de regularizar su situación, ya sea mediante una visa de trabajo gestionada por alguna empresa en su especialidad o por algún otro medio, como una amnistía.

Muchos prefieren esperar desde las sombras de la ilegalidad, algunos regresan a sus países y otros, sin embargo, se ven obligados a cambiar de profesión y abren negocios y pagan impuestos.

Rodríguez llegó a Miami donde visitó a unos parientes y luego se fue para Nueva York, la ciudad de sus sueños, donde se quedó a buscar trabajo. Meses después se le venció la autorización de permanencia y prefirió quedarse y vivir indocumentada que regresar a su país.

Rodríguez comenzó entonces a limpiar casas, un trabajo que pensó sería temporal, pero que con el paso del tiempo se convirtió en permanente.

“Es una experiencia demasiado fuerte para un profesional que viene después de haber tenido cierta posición en su país de origen. Muchas veces son profesionales de clase media que han salido por razones políticas o por querer desarrollar su profesión en un ámbito de mayor reconocimiento e ingreso económico”, destaca Victoria Negrete, una socióloga de San Antonio, Texas, especialista en idiosincrasia hispana.

El Pew Hispanic Center calcula que hay unos 12 millones de inmigrantes indocumentados que trabajan actualmente en construcción y en el sector de servicios en los Estados Unidos. Sin embargo, se desconoce el número de profesionales que figura entre esa población anónima.

Negrete establece una clara diferencia entre los grupos de inmigrantes que llegan ilegalmente a los Estados Unidos: los profesionales que tenían un status reconocido en sus comunidades y aquellos que no tenían nada antes de cruzar la frontera.

Los inmigrantes que generalmente vienen del campo o de sectores de mano de obra no calificada ven el beneficio de inmediato tras su llegada.

“Muchas veces, aunque viven diez en un departamento, tienen ventajas de comodidad y seguridad mínimas que no tenían cuando vinieron”, explica Negrete. “Algunas veces aunque tengan que batallar con el racismo, el idioma y otros factores, de inmediato comienzan a percibir la mejoría, viven con lo mínimo y envían dinero a sus familias”, añade Negrete, presidenta de la firma de publicidad y mercadeo The Cartel Group, que se especializa en el mercado hispano.

“Es más difícil que la persona con cierto nivel triunfe en su objetivo de trabajar clandestinamente. Es que nadie conoce el teje y maneje para conseguir trabajo legalmente”, agrega la socióloga.

El sicólogo Andy Erlich, que por 30 años atendió a muchos indocumentados hispanos en una clínica en Los Ángeles, dice sobre su clientela que “algunos eran ingenieros, contadores y enfermeras”.

“Llegan con la idea de hacer dinero y poder regresar, pero luego se dan cuenta de que no ganan lo suficiente y que toma más tiempo y se quedan estancados entre dos mundos y sin raíces. Es cuando les ataca la depresión”, destaca Erlich. “La depresión causa ansiedad y te quita la capacidad de funcionar, afecta el sistema inmunológico y puede llevar hasta el suicidio”.

Erlich, que actualmente preside la firma ETC, que se especializa en dar asesoría sobre relaciones multiculturales, indica que “el aislamiento de tu profesión, de tu comunidad y de tu familia y sobre todo, si alguien muere en la familia o hay un matrimonio y el indocumentado no puede viajar, entonces se pueden producir depresiones y el indocumentado se automedica porque no tiene seguro de salud y puede crear fuerte dependencia a las drogas”.

“Mi alimentación espiritual y mental son el arte y la música. Busco sosiego en la música que es lo que me apasiona. Voy siempre al Blue Note, ya es mi lugar favorito. La primera vez que fui tocaba Paquito D’Rivera que era uno mis ídolos”, relata Marta.

“Conozco a mucha gente que está en mi situación, sin documentos. Una pintora que actualmente participa en una muestra de arte colectiva espera conseguir la visa de trabajo, mientras tanto tiene que cuidar a una anciana para poder reunir 12 mil dólares y pagar por los documentos para ella, su esposo y los dos hijos. Su esposo, que era un empresario, ahora trabaja en construcción”, prosigue Marta.

El debate sobre un proyecto para reformar la Ley de inmigración se quedó estancado en el Congreso en junio y al parecer no será reanudado hasta después de las elecciones presidenciales de noviembre de 2008.

Hay quienes tratan obtener la visa de trabajo y fracasan en su intento porque el sistema dificulta este proceso y en algunos casos caen víctimas de gente inescrupulosa.

Ése fue el caso del mexicano René Gaitán, un ingeniero de sistemas de 25 años.

“Estuve dos años en Texas tratando de obtener la visa de trabajo que me permitiera ejercer en el campo de la electrónica, mientras tanto estuve de cocinero en un restaurante. Nunca había trabajado en cocina y tuve que adaptarme a manejar las freidoras, parado, en turnos de 10 a 16 horas. Se me hizo muy difícil acostumbrarme”, recuerda Gaitán. “Conmigo trabajaba un maestro de escuela que lavaba platos porque no tenía documentos y no podía hacer la transición para obtener asesoría por no tener suficiente dinero”, apunta.

“Todo parecía indicar que mis documentos avanzaban, hasta que un día mi abogado me sorprendió con mi nuevo número de seguro social. Entusiasmado fui a comprar un automóvil, pero el concesionario me dijo que el documento era falso”, confiesa Gaitán en una entrevista telefónica desde Monterrey, México.

Actualmente Gaitán trabaja desde México, brindando apoyo técnico a empresas estadounidenses como Heintz, McDonald’s, RCA y Carmex, a través de la firma ACS de Texas, que mudó gran parte de sus operaciones hace unos años al vecino país del sur.

“Desde que regresé a México en 2002 he trabajado en IBM y CopaMex y ahora me va muy bien sin tener que abandonar mi país”, indica el joven ingeniero quien está a punto de contraer matrimonio.

Sin embargo, el economista colombiano Humberto Suarezmotta, de Queens, Nueva York, afirma que el problema de los profesionales no solamente son los papeles sino la falta del dominio del inglés.

“Cuando hablan inglés pueden obtener la reválida del diploma de la escuela secundaria y pueden seguir estudios en otros campos profesionales, como son los negocios”, destaca Suarezmotta, que dicta cursos de inglés y de asesoría a inmigrantes, mayormente latinoamericanos.

Sugiere que es posible que los profesionales sigan trabajando en actividades profesionales, e inclusive que abran negocios y tengan una actividad perfectamente legal al margen de ser indocumentados.

Una colombiana, Gloria Angarita, de 40 años, graduada en administración y finanzas, trabajó por 10 años en el Banco Superior en su país hasta que en 2001 decidió probar suerte en Estados Unidos.

Angarita, al igual que Marta vino con visa de turista y no se fue cuando se le venció el plazo de permanencia. Comenzó a trabajar, cuidando a una anciana, con quien aprendió a hablar inglés.

“Durante los fines de semana también trabajaba llevando la contabilidad de un restaurante del condado de Queens y mi vida parecía haberse convertido en una rutina sin fin”, recuerda Gloria, quien abrió su primer negocio de panadería en 2004 y tres años después, un restaurante, siendo siempre ilegal.

“Cualquier persona que vive 6 meses en Estados Unidos puede gestionar un número del IRS (Internal Revenue Service, agencia gubernamental que recauda los impuestos en EU) y con eso puede abrir un negocio, mientras cumpla con todo lo que establece la Ley”, afirma Suarezmotta.

Sin embargo la abogada Cheryl Little, directora del Florida Immigrant Advocacy Center, no comparte esa opinión.

“Si no tienes documentos de permanencia legal y abres un negocio sigues quebrantando la Ley. Ésa no es una solución aunque reúnas todos los requisitos”, apunta Little, quien defiende casos de inmigración en La Florida desde hace 20 años y también pertenece al American Bar Association.

“He conocido a muchos profesionales indocumentados que con las justas sobreviven día a día, no imagino cómo podrían abrir un negocio. No sólo se trata de la barrera del inglés sino de las limitaciones financieras”, sostiene.

Mientras el sol cae sobre el Río Hudson, Marta Rodríguez camina por la avenida Broadway enmarcada por los rascacielos de Nueva York y recuerda que hace ya tres años que no ve a su hijo, de 19 años.

“Si sólo pudiera ir un instante al Perú y regresar a seguir trabajando en Estados Unidos para poder pagarle la universidad a mi hijo... Ése es mi sueño americano”, subraya. “No deseo tener una casa propia, ni un carro, ni adquirir poder económico, ni fama; sólo deseo trabajar y tener capacidad de movimiento. Ir y venir y si es posible volver a hacer periodismo en una revista de arte. Sería bacán (fantástico)”, agrega, mientras se le escapa una sonrisa que cubre su tristeza.

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