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Prostitución infantil| Diálogo

Yamil Darwich

En pleno siglo XXI, exacerbados cánceres sociales nos invaden, al parecer propagándose sin defensa; entre ellos la prostitución infantil, que genera gran daño, a pesar de los esfuerzos de distintas agrupaciones especializadas. El tema viene al caso por el reciente festejo del “Día del Niño”.

En 1996, en Estocolmo, durante el Congreso Mundial Contra la Explotación Sexual Comercial de los Niños, se declaró el Combate a la Prostitución Infantil, definida como “todo tipo de abuso sexual que vaya acompañado de una remuneración al niño, o a un tercero, en efectivo o en especie”. Los compromisos adquiridos por los países signantes, se reafirmaron en Yokohama, en 2001, durante el II Congreso Mundial.

No sólo se ha fracasado en el objetivo, además, el mal se incrementa año con año. Según la Organización Mundial del Trabajo, 12.3 millones de personas son víctimas de trabajo forzoso; 1.39 millones están involucrados en prostitución infantil y de ellos, entre el 40 y 50 por ciento corresponde a niños y niñas. Únicamente en Nepal, 12 mil niños son víctimas anualmente; en Sudáfrica, se calcula el daño en más de 28 mil menores.

Le ofrezco más cifras apremiantes: en Lituania entre el 20 y el 30 por ciento es de prostitutas menores; en Camboya, una encuesta reveló que el 31 por ciento de ellas era de niñas; en países como la India –con 400 a 500 mil niños prostituyéndose–, Nepal, Pakistán y Tailandia, el proceso inicia con “esclavitud de deuda”, cuando los padres entregan a los hijos como pago o en intercambios varios. En Sri Lanka, un estudio en escuelas secundarias reflejó que el 12 por ciento de los jóvenes había experimentado abuso sexual y en México, se dice que al menos 16 mil infantes son ofendidos anualmente. En toda Asia, pueden llegar a sumar un millón los agredidos con fines lucrativos.

Las organizaciones internacionales dan recomendaciones para que la población encuentre actividades que ayuden a atacar el fenómeno; entre ellas: buscar crear un ambiente protector para los menores, presionar a los gobiernos por medio de ONG´s especializadas; exigir el endurecimiento de la penalización legal a los abusadores; promover debates abiertos con la promoción de costumbres y actitudes sociales prácticas educando a familias y comunidades, enseñando a los niños a evitar riesgos; por último, se definan y ejecuten programas de prevención y que los padres no menosprecien el problema considerando que sus hijos están a salvo.

Los especialistas también han definido un perfil de los potenciales paidófilos: más frecuentemente varones; el 70 por ciento cuenta con 35 años o más edad; muchas veces son profesionales quienes tienden a buscar trabajos que les permitan estar cerca de niños. La mayoría es de nivel social medio y el 75 por ciento no tiene antecedentes penales.

La patología presenta alta reincidencia y los enfermos no reconocen hechos ni asumen responsabilidad. Interesantemente viven en familias integradas; el 30 por ciento es de padres, tíos o abuelos de los ofendidos y manifiestan fuertes convicciones religiosas.

Son solitarios, con dificultad para establecer relaciones interpersonales, mayormente con adultos a los que llega a temerles; baja autoestima y dificultad para enfrentar situaciones de estrés; comúnmente tienen problemas de alcoholismo y hasta drogadicción; se identifican con su madre y añoran su relación infantil con ella.

Las personas que durante su infancia o adolescencia han sufrido la agresión, presentan rasgos sicológicos variados, de graves a leves, dependiendo de la cultura y profundidad de la agresión: vergüenza, culpa, pérdida o baja autoestima, sentimientos de abandono, negación de la realidad –afirman ser amados y protegidos por el abusador–, señalización y hasta estigmatización social que genera mayor inseguridad y desconfianza en sí mismos; se observa un síndrome parecido al “Estocolmo” –descrito en caso de secuestrados–, llegando a defender al agresor y negar la violación.

Pueden sufrir pesadillas, insomnio y/o otros graves trastornos del sueño, estados de ansiedad, depresión y cometer suicidio. También desempeñar vida parasocial, inclinación a la agresión a otros o a sí mismos, drogadicción o actitud delincuente.

Físicamente pueden presentar enfermedades de transmisión sexual; estados tóxicos infecciosos crónicos y en los casos de esclavitud –que aún se dan en Oriente Medio y África– desnutrición, anemia y hasta muerte por inanición y desgaste.

En La Laguna también padecemos el problema; aún más, se han dado casos en que las propias madres protegen al agresor, ante la ignorancia y la inculcación de temores por medio del fanatismo religioso.

Lo invito a que hagamos conciencia del fenómeno y lo combatamos; primero informándonos –motivo de este Diálogo–, luego participando activamente en organizaciones que lo enfrenten; finalmente, insistiendo ante las autoridades correspondiente para que promuevan, aprueben y apliquen leyes más estrictas y especialmente, oponiéndonos a los casos de impunidad, que por incapacidad profesional de jueces y responsables de Ministerios Públicos o simple corrupción, permiten queden en libertad los paidofílicos y traficantes de la prostitución. Le insisto: comprometámonos atacando el problema.

ydarwich@ual.mx

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