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Prudencia ante la euforia

Salvador Kalifa

La enorme liquidez que, ante el temor de una deflación, inyectaron los bancos centrales de los países desarrollados al comienzo de esta década, ha contribuido de manera determinante al auge de los mercados de vivienda y financieros globales, entre los que se encuentra la Bolsa Mexicana de Valores (BMV). El nivel que alcanzan hoy no sólo los precios de las casas en muchos países, incluido Estados Unidos, sino también los indicadores bursátiles en prácticamente todas las economías desarrolladas y emergentes, se asemejan bastante a otros episodios donde la euforia de los inversionistas se tradujo en burbujas especulativas que al reventarse terminaron trastornando el desempeño de la actividad productiva.

No obstante esas experiencias, lo que vemos hoy día son solo señalamientos de que esta situación eufórica conlleva algunos riesgos para el entorno global, pero por la forma en que estos se describen y plantean, pareciera que son ahora mucho más benignos que en el pasado, cuando en realidad la inyección de liquidez y las bajas tasas de interés no sólo alimentaron estos auges en los precios de los activos, sino que también contribuyeron a exacerbar los desequilibrios que han plagado en particular la economía estadounidense.

No cabe duda que la naturaleza del ser humano hace que no aprenda de las experiencias, propias y ajenas. Siempre encuentra una razón para explicar porqué en la actualidad las cosas van a evolucionar de manera distinta y no se repetirán los tropiezos financieros del pasado. Esto ocurrió, por ejemplo, con la euforia que acompañó a la idea de “la Nueva Economía” hacia fines de la década pasada, cuando sus promotores contaron relatos convincentes para explicar porqué los niveles de los mercados bursátiles eran aceptables y podían surcar alturas mayores, en algunos casos con números fantásticos para los indicadores bursátiles estadounidenses.

Hoy algunos de los mismos actores de entonces prevén otra vez que esos indicadores pueden alcanzar crecientes niveles récord, aún cuando persistan muchos desequilibrios económicos en su economía. Por ejemplo, Abby Joseph Cohen de Goldamn Sachs, una de las más entusiastas promotoras del mercado bursátil durante la burbuja especulativa de las empresas tecnológicas, vuelve a la palestra revisando al alza, al igual que otros analistas, sus expectativas para los mercados de Estados Unidos en lo que resta del año. Para ella el S&P avanzará hasta los 1,600 puntos y el Dow Jones llegará a los 14 mil puntos.

Los mercados y sus analistas siguen desdeñando algunas realidades incómodas porque, hasta ahora, no han afectado negativamente el desempeño de su economía. Por un lado, la tasa de ahorro privado en Estados Unidos es prácticamente cero, y se ha mantenido ahí por varios años, mientras que los niveles de endeudamiento de las empresas y los individuos alcanzan cifras récord. Mucho de este endeudamiento y aumento en el consumo está basado en el explosivo crecimiento de los precios de las viviendas, que en fechas recientes han comenzado a corregirse y pudieran traducirse en el comienzo del final del auge bursátil, si llegasen a afectar la confianza y más importante aún, el gasto de los consumidores.

Por otro lado, el déficit de las cuentas externas en Estados Unidos sigue creciendo y rebasa el siete por ciento del PIB, gracias a que se financia con recursos de China y los países exportadores de petróleo, situación que sin embargo no puede ser eterna. El día que los extranjeros decidan no financiarlo, el dólar puede depreciarse abruptamente y afectar los mercados financieros internacionales.

En el caso de la BMV se presenta una situación similar a la de los mercados estadounidenses, ya que a pesar del alza espectacular de sus precios por varios años, los analistas esperan que la bonanza no sólo continúe por bastante más tiempo, sino que lo haga a un ritmo que supera considerablemente las mediocres expectativas de crecimiento económico del país.

Se pierde de vista que mucho del auge reciente no se debe al atractivo específico de México, sino al exceso de liquidez que ha propiciado un alza generalizada de las bolsas alrededor del mundo, lo que se puede apreciar al hacer una comparación internacional donde el avance de nuestro indicador bursátil en lo que va de este año se coloca a media tabla.

Por otra parte, existen en nuestro país, al igual que en Estados Unidos, algunos desequilibrios que pasan por alto los analistas, quizá porque no son tan visibles como los estadounidenses. Todos están vinculados con lo que esconden los ingresos petroleros. Por un lado, una enorme dependencia del gasto público de esta fuente de recursos y, por el otro, un papel desproporcionado en la salud aparente de nuestras cuentas externas, que en ausencia del petróleo, sea por una disminución del precio o una reducción del volumen de producción, registrarían el mayor déficit en su historia.

Hay, además, una esperanza infundada de que las reformas tendrán el alcance necesario para que nuestra economía dé un brinco sustantivo en su crecimiento, ya que la experiencia hasta ahora muestra que el resultado final de las negociaciones políticas diluye el contenido de las reformas. No hay razón para esperar que sea diferente en esta ocasión.

Estas preocupaciones no llevan a la conclusión de que las economías estadounidense y mexicana tengan malas perspectivas de largo plazo, pero sí nos indican que sus desequilibrios y crecimientos esperados en el futuro próximo afectarán negativamente los resultados de las empresas, los que acabarán por decepcionar a los inversionistas, quienes deberían actuar con prudencia ante la euforia, porque las tendencias bursátiles recientes pueden no ser sostenibles por mucho más tiempo.

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