En la India, el ingeniero de la Indian Airlines, B. C. Gupta era admirado por sus vecinos y conocido por laborar en una línea aérea. Como el viajar en avión es casi imposible para la gente de escasos recursos, Gupta decidió darles ese gusto. A la compañía donde trabaja le compró un viejo avión que, por haberse accidentado, estaba relegado en un hangar. Cortó la aeronave a la mitad de su capacidad, la adaptó e instaló en una base de concreto en Dwarka, su ciudad natal, para que sus vecinos pudieran lograr lo anhelado: saber qué se siente estar en un avión.
El ingeniero instaló paneles de madera para colocar aire acondicionado, debido al intenso calor del verano que sufre el país. En la semana lo utiliza para entrenar a estudiantes de ingeniería y azafatas y los fines de semana está abierto al público y a grupos escolares. Cobra cuatro rupias el boleto, aunque la gente que demuestra que es muy pobre y algunos estudiantes pasan gratis. Los “pasajeros” se documentan, reciben “pases de abordar” y penetran por una escalerilla. Ya sentados, una azafata les explica los señalamientos de seguridad, les sirve bocadillos y refrescos y contesta preguntas sobre cómo funciona la aeronave, además de permitirles entrar a la cabina.
Las personas señalan que “es muy hermoso sentarse en un avión”; o sea que Gupta ha logrado lo que se propuso: cumplir un sueño.
