En días pasados nos reunimos a desayunar un grupo de vecinas en casa de Lupita Téllez, como acostumbramos hacerlo mensualmente para estrechar relaciones y afectos, y al recoger los recipientes que estábamos usando, se cayeron dos tazas de porcelana. Increíblemente, una se hizo añicos; para decirlo literalmente se volvió “mil pedazos”; la otra, al contrario, no le pasó absolutamente nada, ni tan siquiera una pequeña despostillada… nada… quedó incólume. Quiero recalcar que ambas piezas pertenecían a la misma vajilla.
Las personas son como esas tazas: ante los golpes de la vida, unas se hacen añicos y otras permanecen enteras, aunque pertenezcan a una misma familia y, aparentemente, hayan sido educadas y cuidadas de la misma forma. Y aquí está el asunto: nadie, absolutamente nadie, es criado igual que otro, por lo que las vivencias personales de cada quien nos marcan para siempre. Sin embargo, la personalidad es dinámica y permeable, es decir podemos lograr cambios importantes que nos permitan disfrutar nuestra existencia mientras estamos con vida.
Es decir, mientras algunas personas se “recrean” con sus infortunios, otras tratan de superar las adversidades y buscar soluciones a sus problemas. Naturalmente que esto también tiene que ver con la manera en que fueron criados, pero la vida te va enseñando que puedes modificar lo negativo y si estás abierto a los consejos de expertos (pueden ser los adultos mayores) sí llegas a lograrlo.