Con motivo del mes de mayo, en el que se festeja el “Día de la Madre” en nuestro país, me parece pertinente hablar sobre las madres solteras en estos momentos en que se estableció en el Distrito Federal la despenalización del aborto y que es muy posible que se trate de implementar en toda la República.
Existen riesgos psicológicos, médicos y sociales al tener un hijo fuera de matrimonio porque, generalmente, las madres solteras acuden a buscar ayuda médica (si es que lo hacen), y no psicológica, a pesar de los problemas que trae consigo un embarazo de este tipo. Casi todas ellas, cualquiera que sea su condición social y económica, suelen tener conflictos emocionales en relación con sus padres, la sociedad, la actitud negativa del padre de su hijo y con las decisiones sobre el futuro suyo y el del niño.
La joven actual está principalmente orientada hacia el papel adulto de esposa y madre (en ese orden). Las ambiciones que pueden tener como profesionistas están subordinadas al fin supremo de casarse y tener hijos. Si es casada y se embaraza, sobre todo si es el primer hijo, despierta la complacencia de la familia y las amistades, la admiración y la aprobación social, así como la envidia de las solteras. Por eso se hacen amables chistes sobre sus caprichos y antojos y los primeros indicios del movimiento del niño en el vientre dan paso a emociones y comentarios variados. No tendrá que explicar por qué ha quedado embarazada y no tendrá que preocuparse cuando se conozca su estado; al contrario, va a recibir regalos por ello, e inclusive la relación con el padre de su hijo se torna más positiva.
Sin embargo, cuando la maternidad sucede fuera del matrimonio, la madre soltera la experimenta en una atmósfera de desaprobación social (sobre todo si es adolescente), en la mayoría de los casos en forma agresiva, y la relación física y emocional con el padre de su hijo se torna evasiva a tal grado que ocurre un rompimiento total, con el consecuente daño psicológico por la pérdida del compañero sentimental, el cual no la estará acompañando durante el parto. La madre soltera no va a recibir complacencias de familiares y amigos y a nadie le va a importar si quiere comer leche con sandía, o cualquier otro tipo de “antojo” extraño.
Las necesidades que con frecuencia sirven de base al impulso normal de buscar un compañero para casarse, como son: el deseo de ser amada y deseada, el temor a la soledad, la necesidad de satisfacción sexual, etc., se consideran enfermizas cuando están asociadas a una relación no legalizada por el vínculo matrimonial, la cual queda expuesta al embarazarse, generando críticas y repudio. El deterioro de las relaciones entre la madre soltera y el padre biológico suele extenderse al hijo. La sociedad se encarga de que la mujer que tiene un hijo fuera de matrimonio obtenga de sí misma un sentimiento de inferioridad como madre, ya sea que conserve al bebé o lo dé en adopción. Este menosprecio de su imagen puede dañar gravemente el funcionamiento maternal posterior, afectando la manera de criar y formar al niño por nacer.
Todo lo anterior trae como consecuencia que el primer pensamiento de la mujer en esta situación es hacia el aborto para evitar sufrir complicaciones, porque está comprobado mediante investigaciones al respecto que el hombre promedio en nuestro país no va a responder de sus acciones ilícitas. Sin embargo, lo mejor es implementar programas pertinentes de educación sexual y autoestima desde la prepubertad para valorar los riesgos de “engancharse” en una relación amorosa equivocada o, en el caso de tenerla, buscar una orientación médico-sexual para evitar un embarazo no deseado, porque lo arriba expuesto no justifica la práctica del aborto, y si éste se lleva a cabo, la mujer se queda con un sentimiento de culpa tan intenso que la acompañará para siempre, no solamente por razones éticas, sino porque se trata del asesinato de su propio hijo.
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