RESPETO POR NUESTROS MUERTOS
Todas las naciones civilizadas antiguas y modernas han considerado el entierro de sus muertos como un rito religioso y en la Roma antigua tenía precedencia sobre cualquier otro servicio público o privado. La cremación data de la antigüedad, entre el 1,400 AC. y 200 DC. y era la forma de enterramiento más común entre la aristocracia romana y la familia imperial, sin embargo, otros grupos como en la India la han seguido practicando hasta nuestros días.
A principio de la era cristiana en la Roma pagana se cremaban los cuerpos, pero en la época antigua existía la práctica de enterrar aunque fuera un hueso (lo recataban del fuego), para depositarlo en la tierra. La razón de ello era que las cenizas no convertían el lugar en sagrado, pero los huesos sí, y la única manera de darle un carácter sacro para que quedara bajo la protección de la ley era enterrar alguna parte del cadáver.
Hasta el S. XIX la doctrina cristiana prohibió la cremación porque se pensaba que si se destruía el cuerpo éste no podía resucitar, también los primeros judíos porque consideraban que con ello se profanaba la obra de Dios. Los judíos ortodoxos, los cristianos ortodoxos de oriente y los musulmanes todavía tienen vetada la incineración, pero, actualmente es aprobada por la Iglesia Católica, por otros grupos cristianos y por algunos judíos, budistas, sijs e hindúes. Los cristianos preferían enterrar a sus difuntos porque la cremación era un rito pagano, además Jesucristo fue sepultado y resucitó, por lo tanto ellos también resucitarían en el Juicio Final y necesitaban su cuerpo para ello. La inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo fueron dos aspectos muy importantes que dieron fortaleza a los sufrimientos de los primeros cristianos.
Además existe la idea de que no es tan repugnante para nuestros instintos naturales dejar que nuestros muertos sufran el proceso normal de descomposición, en lugar de ser destruidos violentamente por el fuego. Sin embargo la incineración no niega la verdad revelada de que resucitaremos en el Juicio Final, y el hecho de que el cuerpo sea enterrado o incinerado es totalmente secundario. El catolicismo permite la cremación, pero aboga el que las cenizas sean depositadas dentro de las iglesias o capillas en un lugar específico para ello; lo que se busca es que permanezcan en un lugar sacro.
Todo esto viene a colación porque en Nueva York una mujer hizo una “venta de garage”, puso en la cochera todos los artículos innecesarios que tenía en su hogar para deshacerse de ellos. Una compradora eligió una tortuga de cerámica, aunque no pudo destaparla, porque le gustó para usarla como galletero, y se la llevó a su casa por 50 centavos de dólar. Posteriormente la señora recordó que en esa vasija estaban las cenizas de su ex marido y ahora está desesperada buscando a la actual dueña de la tortuga para recuperarlas.
Tantos siglos para lograr la autorización eclesiástica para cremar a los difuntos, polémicas y demás, para terminar perdido en una “venta de garage”.