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COTY GUERRA

DON LUCIANO PAVAROTTI

Hijo de un panadero, Luciano Pavarotti nació en 1936 en Módena, Italia. Escasamente con educación básica, para realizar sus estudios de música se sostuvo vendiendo seguros de vida. En 1968 se casó con una chica de su ciudad natal, de quien se divorció en el 2003 para casarse con la que era su secretaria en esa época, una persona 30 años menor que él. Procreó tres hijas y un hijo varón murió al nacer.

Precedido de una década de triunfos en Europa, Luciano realizó su primera actuación en 1972 en el Metropolitan Opera House (MET) de Nueva York en la obra La Hija del Regimiento junto a una cantante australiana muy famosa, Joan Sutherland. La actuación de Pavarotti fue impactante porque impresionó con el Mi sostenido y secuenciado en nueve ocasiones, algo muy difícil de lograr por otros tenores, revolucionando la operística mundial.

Hasta su muerte hace unos días, a los 71 años de edad, estaba considerado como el “primissimo tenor” de su época, lo que era válido, tanto por su increíble voz como por su potente personalidad. Su voz estaba considerada como uno de esos fenómenos que ocurren raramente en cientos de años porque tenía un claro y penetrante timbre, con una resonancia que se denomina “silbido” en el argot operístico, pero, sobre todo, contaba con una increíble voz dulcísima, aterciopelada, que era reconocida, aún sin saber que era él quien estaba cantando, lo cual hacía sin ningún esfuerzo, como viniendo del espíritu. A esto los italianos le llaman “lasciano andare”.

Además de su hermosa voz, era un hombre totalmente mediático. Le gustaba conceder entrevistas, aparecer en programas de televisión, comerciales y películas. Hizo discos con famosos cantantes de country, rock, baladas, pop, etc., para ayudar a causas humanitarias. Era un hombre alto con una corpulencia de casi 300 kilos y sus subidas y bajadas de peso eran seguidas por los medios de comunicación masivos. Su nombre era mundialmente conocido, aun por personas que nunca acudieron a ver un espectáculo operístico.

Fue el primer cantante de ópera que quiso llevar ese género al gran público, estadios deportivos, centros de convenciones y auditorios multitudinarios porque decía que la gente común debería conocer “lo hermosa que es la ópera”. Por eso, cuando se iba a presentar en Monterrey hace dos años familias enteras de esa ciudad y de toda la República, así como de países vecinos, acudieron con sus hijos para que vivieran la experiencia de escucharlo cantar, y se consideró un fraude de los organizadores que no haya acudido, pues él ya estaba muy enfermo y lo más seguro es que ni siquiera tenían la seguridad de que vendría a esa ciudad, y en su lugar pusieron, como a un monigote (por la gran diferencia) a Alejandro Fernández, que no tenía nada que ver con el “original”. Pero eso sólo se pudo lograr y tolerar en un país como el nuestro, con la complacencia de las autoridades. Pero además de un fraude, fue una situación muy lamentable porque para los amantes de la ópera hubiera sido una oportunidad única. Claro que, como buenos latinos, el consuelo que se tuvo fue que a los organizadores y autoridades les llovieron “recordatorios familiares”, que todavía les han de durar, y, ahora con su muerte que origina su ausencia total, les seguirán durando...

cotygube63@hotmail.com

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